El cine español está de pantalla caída y su gran fiesta de premios, los Goya, se convertirán hoy a partir de las diez de la noche en un elocuente reflejo: sin claros favoritos en su XXVIII edición. Por no haber, no habrá ni ministro de Cultura: José Ignacio Wert, por "problemas de agenda", se borra de la fiesta. Las riñas que pueda haber en el escenario a la labor del Gobierno tendrá que soportarlas el secretario de Estado de Cultura, José María Lasalle. Un regalo envenenado.

Sin Lo imposible o Tadeo Jones para llenarse la boca, la cosecha cinematográfica ha sido catastrófica en taquilla. Ni siquiera Almodóvar salió tan bien librado como esperaba con el desastre artístico de Los amantes pasajeros, refrendado por el esperable olvido en las nominaciones. Las candidatas a los premios más golosos tienen algo en común: cine correcto, brillante incluso a ráfagas, pero nada memorable. En algunos casos, irrelevante. No habrá grandes perdedores y es de esperar que tampoco haya triunfadores arrolladores.

El título aspirante a mejor película más destacable, en el sentido de más equilibrado y completo en su mezcla agridulce y, en cierto modo, "épica", es La gran familia española, de Daniel Sánchez Arévalo. ¿Que premiar comedias no se lleva en estos eventos porque es un género menor? Bueno, en este caso no es una comedia estricta con las reglas del género, y su poso final es más melancólico que cómico. Tiene once nominaciones y sería una más que digna triunfadora, sobre todo si su talentoso director es el que sube a recoger el Goya del ramo. Su gran rival es la abrumadora La herida, situada en las antípodas en cuanto a presupuesto e intenciones. ¿Ocurrirá lo mismo que el año en que la muy comercial El orfanato vio cómo Jaime Rosales se llevaba el Goya al agua con su radical y antitaquillera La soledad.

Sus colegas en la pelea lo han hecho peor. 15 años y un día, de Gracia Querejeta, es un fallido cruce entre melodrama e intriga que funciona más o menos bien como lo primero y se descalabra en lo segundo. Caníbal, de Manuel Martín Cuenca, basa todo su potencial en Antonio de la Torre, la única apuesta segura para los quinielófilos (con permiso de un Javier Cámara que va por la quinta nominación) y que es lo más relevante de una cinta con muchas pretensiones pero endebles resultados. Vivir es fácil con los ojos cerrados, de David Trueba, se puede catalogar de comedia, sentimental si se quiere, pero no acaba de cuajar.

En la categoría de mejor actriz Marian Álvarez sale con ventaja por su desgarrador papelón en La herida. Entre las secundarias se prevé un duelo entre Maribel Verdú por 15 años y un día y Terele Pávez (cinco nominaciones a sus 74 años) en Las brujas de Zugarramurdi. Hablando de brujas. La nueva gamberrada de Álex de la Iglesia vuelve a deslumbrar con un arranque despampanante en el que demuestra que es, con diferencia, el director español, con más talento para la acción y el despitote visual. Por desgracia, su película no es un mediometraje y llega un momento en el que se le van las pinzas y se desmadra en el peor sentido de la palabra. Humor avinagrado en un título fallido pero valiente que merecía estar en alguna de las categorías de más relumbrón.

Ante el panorama desolador que se vive y se espera, es normal que los cineastas noveles opten por echarse al monte con propuestas de presupuesto mínimo. Stockholm, de Rodrigo Sorogoyen, tiene muchas papeletas de alzarse con alguna estatuilla en categorías que pueden ser un espaldarazo: mejor director novel, actor revelación (Javier Pereira) y actriz principal (Aura Garrido). Su gran rival será, también, La herida de Fernando Franco.

"Vamos a ver una entrega de premios, que es lo que la gente a veces olvida. Vamos a hacer humor, crítica, pero por encima de todo, autocrítica". El humorista y presentador catalán Manel Fuentes ha sido el elegido para presentar y dirigir la 28 edición de los Premios Goya, una gala que se celebrará a partir de las 22.00 horas de esta noche en el Centro de Congresos Príncipe Felipe de Madrid.