Las crisis profundas como la que vivimos ahora son purificadoras, asegura Jesús Sánchez Adalid, el escritor extremeño que en 1985 se convirtió en el juez más joven de España y que cambió dos años después la toga por la casulla sin olvidarse nunca de su pasión por la novela histórica a través de la que documenta ahora la leyenda del Cristo de Medinaceli. Sánchez Adalid (Villanueva de la Serena, Badajoz, 1962) acaba de publicar Treinta doblones de oro (Ediciones B) sobre la crisis y decadencia del último tercio del siglo XVII en España, aderezada con la historia del cautiverio y rescate en enero de 1682 del Cristo de Medinaceli. "Pude documentar que estos hechos fueron totalmente ciertos", celebra en la sacristía de la Basílica de los Trinitarios de Madrid, donde se venera la imagen del Jesús Cautivo y Rescatado tallada por el cordobés Juan de Mesa en el siglo XVII.

-Describe usted en su última novela una España, la de finales del siglo XVII, acuciada por la crisis y en plena decadencia. ¿Cómo era aquella España respecto a la de hoy?

-Hemos cambiado mucho, pero ahora vivimos situaciones que nos recuerdan también mucho a aquella crisis y decadencia que se produjo a finales del siglo XVII.

-¿Qué tipo de situaciones?

-Aquella sociedad del siglo XVII estaba acostumbrada a vivir en la opulencia y algunos vivían de una manera muy fácil. Todo el oro y la plata que llegaba de América había permitido el enriquecimiento de una parte de la sociedad. Esas materias primas se terminaron y en ese momento fue cuando empezó con Carlos II la época de la decadencia de toda una forma de vida. Ahora está sucediendo algo similar; se ve un sistema que se viene abajo y la gran dificultad de la gente para digerir esa nueva situación.

-¿Habla de una sociedad actual marcada por la vagancia y la rapacería, como escribe en su obra al referirse al siglo XVII?

-Hoy vivimos una burbuja inmobiliaria y una excesiva dependencia de las subvenciones públicas y del poder financiero. Ese sistema hemos visto ahora que hace aguas. Nuestra existencia durante los últimos años estaba basada en el poco esfuerzo, el gasto y en el materialismo.

-A pesar de la decadencia social, política e institucional del siglo XVII, esa fue una época de oro para las artes, sobre todo, en literatura, ¿cuáles son en su opinión los puntos fuertes de la España actual?

-Los periodos de crisis profunda incentivan la imaginación del ser humano. De esta crisis surgirá seguro una generación de jóvenes formada en la realidad de esas estrecheces. Eso les hará ser más imaginativos, más dinámicos y más perspicaces. La crisis hará jóvenes más esenciales y menos superficiales. Hemos vivido de una forma muy cómoda. Vemos que el sistema se nos viene abajo, pero las crisis son purificadoras.

-Su obra aparece impregnada del cariz religioso que dominaba la vida de los españoles hasta no hace mucho tiempo, ¿están las personas que tienen fe más preparadas para afrontar los avatares de las crisis?

-Las personas que tienen una fe auténtica están siempre esperanzadas y la esperanza ayuda mucho. La fe ayuda y hay personas que con sus creencias dan ánimo e impulsan iniciativas buenísimas. No olvidemos que una parte de la sociedad está sosteniendo el gran armazón de Cáritas que da de comer cada día a tres millones de personas.

-¿Cómo vivimos hoy la religiosidad en España?

-La Iglesia es otro de los aspectos que llevaba años en decadencia pero hasta que la crisis nos tocó el bolsillo nadie se echó las manos a la cabeza. La crisis de la Iglesia católica viene de largo y ha producido algo muy bueno: la elección del papa Francisco.

-Así que el principal reto del papa Francisco es sacar a la Iglesia de esa decadencia.

-Efectivamente. Se eligió al papa Francisco porque nos dábamos cuenta de que la Iglesia estaba teniendo ya demasiados puntos oscuros que hacían que muchos fieles estuviesen desengañados.

-Y ahora, por primera vez en la historia, conviven dos Papas.

-Asistimos sin duda a un cambio de época, no a una época de cambios. Benedicto XVI dimitió porque estaba convencido de que el que le sucediese podría afrontar este reto tan importantísimo de acabar con los puntos oscuros de la Iglesia.

-¿Qué importancia le da como hecho histórico a la dimisión de Benedicto XVI?

-De momento, como fenómeno histórico es mucho más relevante la renuncia de Benedicto que la elección del papa Francisco. Es muy ilusionante asistir a esta cohabitación de dos Papas. Hay que estar con los ojos muy abiertos y con los oídos muy atentos a lo que se va a ver en los próximos años. El papa Francisco , que nos está sorprendiendo a todos con sus palabras, introducirá cambios que dejarán a muchos fieles desconcertados.

-¿Y usted por qué lo sabe? ¿Quizá porque es historiador?

-No me gusta ser agorero, prefiero dejarme sorprender pero intuyo que va a haber grandes cambios. Mi pasión por la historia me ha dado cierto olfato para vislumbrar el futuro y veo ese futuro con mucho optimismo.

-¿Cuáles han sido en su opinión las grandes aportaciones de la Contrarreforma al espíritu de la época?

-El Siglo de Oro es muy interesante a nivel de las artes y de las letras que se impregnan de una espiritualidad nueva. Es una mística, una nueva manera de ver el fenómeno religioso que está representado con unas figuras que en la época fueron muy revolucionarias. La misma Santa Teresa apuesta por la reforma para acabar con un monaquismo caduco. Las damas segundonas de las grandes familias se hacían monjas, entraban en los conventos y no renunciaban ni a las criadas.

-¿En qué medida ha moldeado la Contrarreforma el carácter de los españoles, poco dados a asumir responsabilidades por sus actos?

-En la forma de ser del español no existe un único factor determinante, pero claro que ha influido en ella el espíritu de la Contrarreforma y el habernos sentido durante un tiempo la reserva espiritual de Occidente. Lo que le sucede al español es que se mira mucho al ombligo y poco al futuro. Damos demasiadas vueltas a las cosas, nos encerramos en circunloquios y somos poco dados a aunar fuerzas para solucionar problemas. Lo primero que hace un español es buscar un problema para echarle la culpa al otro. Esta característica se ve a lo largo de la historia.

-¿Cómo se le ocurrió inspirarse en el Cristo de Medinaceli para su última obra?

-Yo pensaba que el Cristo de Medinaceli era originario de Medinaceli, en Soria. ¡Y no era así! Se llama Cristo de Medinaceli porque está en una capilla construida por el duque de Medinaceli, pero su verdadero nombre es el de Jesús Cautivo y Rescatado.

-Y en verdad la imagen tuvo que ser rescatada.

-Sí, yo pensé que era una leyenda, pero pude documentar que toda la historia del cautiverio y rescate de esta imagen es cierta. El Cristo de Medinaceli se hizo en el taller de Juan de Mesa durante la primera mitad del siglo XVII. Fue llevado a La Mamora y allí arrebatado por el sultán Mulay Ismail, que se lo llevó a Mequinez. Los religiosos Trinitarios fueron los encargados de rescatarlo, junto a los cautivos hechos en La Mamora por el sultán, y pagaron por él 30 monedas castellanas de oro. Me pareció de justicia contar esta historia.

-Usted, que fue el juez más joven de España, ¿cree, como dijo el Rey, que la justicia es en España igual para todos?

-La justicia sufre todos los condicionantes del ser humano y por esta razón no se ve libre de favoritismos y prejuicios. Los españoles somos además muy dados a los juicios paralelos, a condenar sin pruebas y a absolver por amiguismos.

-¿Cree que la infanta Cristina está siendo más víctima de esos juicios paralelos que algunos grandes banqueros que se han ido de rositas después de haber estafado a gente muy modesta?

-Somos muy impacientes por naturaleza y lo que tendríamos que hacer es esperar y evitar juicios apresurados acerca de la infanta Cristina o de cualquier otra persona. Hacemos juicios sin fundamento basados en otros juicios apresurados y sin fundamento. Yo no voy a decir lo que opino de la infanta Cristina porque aún tengo algo de alma de jurista y no quiero juzgar a nadie.

-Parece no guardar muy buenos recuerdos de su época de juez.

-Ni buenos ni malos. Yo tenía 23 años y fui juez como podía haber sido otra cosa.

-¿Por qué cambió la toga por la casulla?

-Descubrí mi vocación. El hacerme cura no tuvo nada que ver con una decepción ni con que me dejase una novia. Dejé de ser juez a los 25 años y me ordené a los 30. Fue un proceso en el que me convertí en cura de pueblo.

-¿Qué aprendió de la gente como cura de pueblo?

-Llevo 22 años siendo cura de pueblo y aunque ahora me han destinado a Mérida sigo considerándome un cura de pueblo. He tenido la suerte de tratar con personas de todas las generaciones y ves todos los ciclos de la vida cuando eres el párroco de un pueblo. Las fiestas marcan el ritmo de estos lugares tan tradicionales que además suelen ser mucho más auténticos. Me inspiro en mis feligreses para construir mis personajes.