John Banville (Wexford, Irlanda, 1945) recibirá hoy el premio Príncipe de Asturias de las Letras. Heredero de la imponente escuela literaria irlandesa, Banville disfruta estos días "como un niño con un juguete nuevo" de un premio de esos "que te hacen sentir durante algunos segundos que vas a vivir para siempre".

-¿A qué edad se leyó el famoso Ulises

-Le contaré una historia. Yo tenía 17 años y una novia de la que estaba tremendamente enamorado. Ella vivía en Liverpool, así que nos veíamos únicamente en Navidad o por el verano. Un día ella decidió dejarlo y yo me fui a Liverpool para tratar de convencerla de que no lo hiciera. No fue posible. Recuerdo que me llevé el Ulises, que estaba leyendo por aquel tiempo, y ese Ulises, que aún conservo cincuenta años después, yo sé que tiene manchas de lágrimas.

-Escritor irlandés, ¿militante irlandés?

-Europa por encima de todo. En estos tiempos de crisis los políticos tienen la tendencia a ponerse la camiseta verde, pero, con sinceridad, me niego al patriotismo. Decía un personaje de Finnegans Wake, la obra de Joyce, que 'prefiero bregar con las lentejas de Europa que con los guisantes ingleses'. Por otra parte, yo sigo la filosofía de Yeats, a quien lo que le importaba era la literatura, no de dónde eres ni lo que representa ese origen.

-Pero usted es de un pequeño país con la mayor tradición literaria del mundo. Yeats, pero también Oscar Wilde, Swift, Beckett y Bernard Shaw. ¿Eso genera vértigo?

-Da un poco de miedo. Todos esos nombres ejercen de estatuas de la isla de Pascua, que proyectan sombras y parecen decirte: 'Y tú ¿cómo nos impresionas?'.

-¿Cómo explicar tanto genio literario?

-El inglés irlandés es un idioma distinto, de alguna manera inventado. Y todos esos grandes nombres usaron ese idioma de forma singular. Una lengua ambigua, a la que le cuesta nombrar las cosas directamente, con un ritmo distinto. Decía George Orwell que lo que uno escribe debe ser como un vidrio que refleje exactamente lo que se quiere decir, pero para nosotros los irlandeses la prosa es como una lente que magnifica las cosas. Nos encanta la ambigüedad, disfrutamos con ella. Es una de nuestras fortalezas. Y en lo que respecta al Ulises de Joyce, déjeme decirle que nunca estuvo prohibido en Irlanda. Lo que pasa es que no era posible encontrarlo en las librerías. La gente suponía que una sociedad tan católica, tan formal como era aquella irlandesa, no iba a correr a comprar un libro como el Ulises.

-¿Por qué existe Benjamin Black?

-No lo sé realmente. Él se ocupa del trabajo diario para que John Banville haga lo que le dé la gana. Tenía muchas cosas escritas que estaban ahí, en un cajón, y, ¿sabe?, odio que se eche a perder mi trabajo. Así que inventé a Benjamin, comprobé que lo hacía bien y que además era divertido. Y ahora ya no hay marcha atrás porque el monstruo ha salido de su jaula, ¿y cómo volver a meterlo en ella?

-En sus obras aparece de forma recurrente el concepto del mal. En El libro de las pruebas

-No creo en la idea de la gente malvada en esencia, pero sí en los hechos malvados, porque son evidentes. Me cuesta trabajo creer, por ejemplo, en un personaje como el de Yago, del Otelo de Shakespeare, porque nunca llegué a encontrar una auténtica razón para que obrara como lo hizo.

-¿El resentimiento no es una buena razón?

-Supongo que sí. El resentimiento, el odio, la xenofobia, el miedo a lo extraño y distinto... Vivimos unos tiempos que generan cientos de miles de masacrados, y tendemos a decir eso de 'nunca más'. Pero no aprendemos de la Historia, no hay nada que hacer.

-Pide que se tome como broma una frase que le gusta repetir: "Me dan vergüenza mis libros".

-Tengo un amigo que me suplica que deje de repetir esa frase, que la gente se lo cree. Pero hay algo de verdad en ella. Todas las obras de arte son fracasos porque es imposible llegar a la perfección. Paul Valéry aseguraba que una obra nunca finaliza, sino que se abandona. Dice mi amigo Martin Amis que cada página es un registro de 2.000 errores y cuando leo cosas que he escrito con anterioridad veo fracasos, errores, cobardías y locuras.

-¿Qué conoce de la literatura española?

-Poco, porque los que hablamos inglés estamos aislados del resto del mundo, una especie de aislamiento dentro de nuestra propia lengua. Tenemos un idioma que se ha convertido en lenguaje universal, pero eso es peligroso, genera arrogancia y el riesgo de pensar que la única literatura verdadera es la inglesa. Es triste. El mundo inglés no traduce, no sabemos lo que ocurre fuera de nuestras fronteras, y tengo la impresión de que nos perdemos la obra de muchísimos buenos escritores. Por lo que respecta a la lengua española, se traduce a Javier Marías, por supuesto, y me encantaría que se tradujera a mi amigo Rodrigo Fresán.

-El Kafka, el Irish Book, el Príncipe de Asturias... Tiene usted una colección de premios.

-Alguna vez me preguntaron: ¿Le gustan los premios? Pues claro que me gustan. ¿Hay algún niño a quien no le guste la Navidad? Los premios alegran el día, incluso la semana, pero no afectan a mi trabajo diario porque, de ser así, yo sería un mal escritor.

-Dicen los periodistas que sus encuentros con los medios son una delicia.

-Solo trato de no decir lo mismo siempre. Con esto de las preguntas pasa lo mismo que con el Dublín de hace más de 40 años, cuando paseabas por la calle y te daba la sensación de que todas las caras te sonaban. Aquí, lo mismo: todas las preguntas te suenan.

-¿Se siente periodista?

-Por supuesto. Me gané la vida durante mucho tiempo con el periodismo. Yo no escribía, sino que corregía lo que escribían los demás. Suele ser una persona muy odiada en la redacción. Recuerdo que había en el periódico un redactor económico que escribía de forma muy farragosa. Se lo cambié todo y me dijo: 'Enhorabuena, es justo lo que quería decir'. Creo que nunca me sentí más orgulloso.