"Aquí hay más gente que en la Madrugá". Los sevillanos, con su original forma de medir, no paraban ayer de hacer comparaciones. La mayoría coincidía en el diagnóstico: ni el funeral de Paquirri, ni la boda de la infanta Elena, ni el enlace de su hija María Eugenia con Francisco Rivera o el mismo matrimonio de Cayetana con Luis Martínez de Irujo, despertaron tanto fervor popular como el adiós tributado a la duquesa que desde la casa-palacio de Las Dueñas, ayudaba a pagar la luz a los que se lo pedían, daba generosos donativos a las hermandades y escuchaba a quienes acudían a ella.

El pueblo hizo ayer suyo el lema de la ciudad: NO8DO, un acrónimo con jeroglífico, con el 8 con forma de madeja de lana, que se lee "No Madejado", es decir, "No me ha dejado" y hace referencia a la lealtad que mantuvo la ciudad al rey Alfonso X el Sabio en la guerra contra su hijo Don Sancho en el siglo XIII.

Lo demostró llenando las calles que circundan la catedral hispalense, con gente de todo tipo, que alababa las cualidades humanas y casi divinas de la sevillana más famosa desde la reina María de las Mercedes de Orleans.

"Cayetana era sencilla, buena y natural, le encantaba pararse a hablar con todos". Lo decía Esperanza de la Miyar, nacida en Huelva, sevillana de adopción, admiradora de la forma de ser, libre y a la vez consciente de sus obligaciones, exhibida por Cayetana toda su vida. Lo decía mientras leía el texto impreso en la corona de rosas rojas enviada por Alfonso Díez, el duque consorte, que conmovió a los sevillanos con un mensaje, escrito, para dejar constancia de un amor del que muchos dudaron: "No sé si supe decirte lo que te quise, te quiero y te querré". La gente fotografiaba la corona, colocada en la parte trasera del coche fúnebre, también la de Antonio Banderas, ubicada en otro de los seis vehículos del cortejo, con la de la familia Manzanares.

De los tres maridos que tuvo la XVIII titular del ducado de Alba de Tormes, Alfonso fue el más discreto. "Iban mucho al cine y se divertían juntos", señala Carmen Cortés. Un allegado suyo trabajaba en Las Dueñas cuando Cayetana se casó con Luis Martínez de Irujo, "el duque Jacobo Fitz-James Stuart pagó el almuerzo a los vecinos de los edificios cercanos y les dio 5.000 pesetas de la época", aseguraba.

El primer esposo de Cayetana mantuvo esas costumbres. Cuando vinieron Jacqueline Kennedy y Grace Kelly los empleados también recibieron una buena recompensa, rememora Cortés. Las cosas cambiaron con la llegada de Jesús Aguirre a la Casa. El exjesuita argumentaba que el servicio cumplía con su obligación y ya cobraba por ello. También era muy riguroso con los horarios. De hecho decía a los invitados eso de que "en Dueñas siempre se come a las dos y media", indica Cortés.

La duquesa, que hizo su voluntad, evitaba la confrontación. "A ella lo que le gustaba era el flamenco, su Hermandad de los Gitanos y el Betis", comenta la cofrade Carmen Jiménez, mientras saca del bolso una foto en la que aparece con Cayetana, Aguirre y miembros de la Hermandad a la que tanto quería la mujer que fue catorce veces Grande de España. Ayer salió de la catedral a ritmo de palmas por sevillanas.

La duquesa, que tenía palco en la Maestranza por ser condesa de La Algaba, aprendió los secretos del flamenco en el estudio de Enrique El Cojo, muy cerca de Dueñas. La escasa distancia entre el palacio -en apariencia menos ostentoso que el de los Medinaceli y en su interior un continuo alarde de patios, salones y jardines sin fin- y el templo del Valle, sede de la Hermandad sacramental del Cristo de la Buena Salud o de los Gitanos, era ayer un continuo ir y venir de amigos y allegados que también quisieron estar en esa última mudanza de Cayetana de Alba al templo que restauró con más de dos millones de euros.