"Los nervios no son malos, te ayudan a estar concentrado". Esta frase, que tan habitual es entre artistas antes de salir a un escenario, la pronuncia Pedro Ortiz, uno de los cuatro relojeros encargados de que el día 31 a las 12 de la noche el reloj de la Puerta del Sol no falle y preludie el Año Nuevo. Lleva desde 1997 subiéndose al campanario mientras otros apuran -más tranquilos y sin pasar frío- las gambas en la mesa de su hogar antes de acudir a la cocina a por las doce uvas, una por cada una de las doce campanadas que cada año resuenan puntuales ante el delirio de las miles de personas que abarrotan la plaza más emblemática de Madrid.

"En casa ya están acostumbrados después de tantos años y si no, malo", ironiza Ortiz, que este año subirá acompañado por su hermano, Santiago, por Jesús López-Terradas y por el maestro relojero Antonio Albero.

Ortiz y sus compañeros relojeros tienen que acudir año tras año en Nochevieja y estar presentes para que "nada falle", puesto que también hay funciones del reloj que -por mucho que extrañe en una época tan tecnológica- son manuales. "Por ejemplo la bajada de la bola es manual", explica al referirse al descenso de la esfera dorada que precede a los cuartos. Sin embargo, la labor más importante que justifica la presencia de cuatro personas allí en lugar de tomarse las uvas desde la comodidad y el calor de su hogar es, como señala Ortiz, "la precisión". "Es lo más importante, el reloj tiene que estar sincronizado con el observatorio astronómico", clarifica el experto, quien confiesa que "un segundo siempre se puede ir", pero entonces entrarían en juego ellos.

Nadie quiere que ocurra, pero el reloj podría fallar. Para evitarlo, la maquinaria recibe la visita de los mantenedores dos veces a la semana en revisiones que se incrementan al acercarsr el 31. "Lo miramos todo, la precisión y todos los componentes del reloj, especialmente los juegos mecánicos", indica.