El autor confeso de la sustracción del Códice Calixtino, el electricista Manuel Fernández Castiñeiras, responderá mañana ante la Justicia, no del robo de este valioso libro, sino de la supuesta apropiación indebida de correspondencia de sus vecinos de edificio, los cuales esperan que dé las explicaciones oportunas, transcurridos dos años de silencio.

Enero es un mes decisivo para este gallego. Mañana y el viernes se sentará en el banquillo por esta causa, el 19 arranca la vista oral por el robo de la joya literaria del medievo, y el 31 se cumplen dos años desde que abandonase el centro penitenciario de Teixeiro tras ser encarcelado por este último y rocambolesco suceso.

Todavía hoy nadie en el edificio número 27 de la céntrica calle Rosalía de Castro de Milladoiro (A Coruña), un núcleo perteneciente al ayuntamiento de Ames, se explica cómo uno de los vecinos "de toda la vida" es el acusado de ser el autor de uno de los robos más espectaculares de los cometidos hasta la fecha en Galicia. Y menos aún que esa persona sea la que les robaba, día sí y día también, correspondencia epistolar de sus propios buzones privados.

"Nunca se sospechó que fuese un vecino. La gente sabía que no le llegaban las cartas, pero el que llevaba la culpa era el cartero", señala María Rey, hija de uno de los propietarios, y con su versión coinciden todos los consultados. María desvela que nunca tuvo trato directo con Manolo, como se le conoce. "No me doy cuenta de que alguna vez me hubiese dicho buenos días", manifiesta, pero sí sabe que los problemas de la comunidad de propietarios con él eran constantes y que en algún caso se recurrió a la Justicia. "No sé si llegó a faltar dinero, pero chanchullos quiso hacer", suscribe María, e indica además que, aunque de su casa solo robó tres cartas "que no eran de mayor importancia", es necesario "que pague" por lo que hizo si así se demuestra.

Otro de los residentes en el edificio, Iván Fernández, cuenta que Manolo era un hombre "avaricioso", al que le gustaba "mangar por mangar" todo lo que podía, desde números de teléfonos hasta bombillas, algo que ve inexplicable. Pese a ello, este sexagenario, que durante más de dos décadas prestó sus servicios para la catedral de Santiago en calidad de autónomo, se intentaba llevar bien con todos, con lo que está la duda de si lo que hacía era "por mera maldad" o por algún problema psicológico. Ni la familia de Iván ni él mismo se personaron en el juicio como parte de la acusación, y esto es porque tiene "pocas esperanzas y expectativas", puesto que, bajo su criterio, "no va a llevar a nada". Todos coinciden en destacar que Manuel Fernández Castiñeiras era un hombre cabizbajo, que apenas saludaba o se paraba a hablar.

Otros residentes en Ortoño, una población que también pertenece a Ames, comentan que Manolo decía de niño a su padre, "papá, de mayor voy a ser famoso", "y así fue", opinan desde el anonimato. "Y lo que le queda", concluyen.