Un paciente con un cuadro depresivo severo entra en una consulta y se recuesta cómodamente. A primera vista parece que va ser psicoanalizado, si no fuera porque el sillón que ocupa es similar al de un dentista y porque, junto a él, hay un ordenador. En realidad, está a punto de someterse a una sesión de terapia de estimulación cerebral no invasiva -estimulación magnética transcraneal TMS, por sus siglas en inglés- para tratar su depresión. Una técnica "con un rendimiento muy positivo" en quienes padecen la enfermedad y no responden al tratamiento farmacológico, incluso después de haber tomado varios tipos de antidepresivos. Hasta el 40% de los afectados, según estiman los expertos. El especialista le coloca entonces sobre la cabeza una bobina que emite impulsos magnéticos que, a su vez, generan una corriente eléctrica que activa las zonas implicadas en la alteración emocional.

La técnica, que ya recibió en el 2008 el aval del organismo estadounidense que regula la aprobación de fármacos, alimentos y dispositivos médicos, la FDA, y que cuenta, también, con el respaldo de la Agencia Europea del Medicamento, puede ser aplicada ya a pacientes gallegos que sufren ese problema gracias al empeño de Javier Cudeiro, catedrático de Fisiología Humana y director del grupo de Neurociencia y Control Motor (Neurocom) de la Universidade da Coruña (UDC), y a la colaboración del Instituto Médico Arriaza&Asociados, donde se lleva a cabo el tratamiento. "En mi grupo de investigación llevamos casi veinte años trabajando con las técnicas de estimulación cerebral no invasiva, pero las utilizábamos a nivel experimental, para medir características de las funciones cerebrales, es decir, para hacer ciencia básica", explica el director de Neurocom. Sin embargo, un año de excedencia en Boston para estudiar la plasticidad del cerebro en el instituto MIT de Massachussetts y en la Universidad de Harvard, y una estancia como clínico en la unidad de Neurología del Berenson-Allen del hospital Beth Israel cambiaron por completo su percepción de las cosas. "Allí fui testigo de cómo esta técnica, a la que me había dedicado de forma experimental, le cambiaba la vida a los pacientes que sufren depresión severa, la que no responde a los fármacos", apunta el experto coruñés.

Con la bendición del hospital de la Universidad de Harvard, donde completó la formación teórica que ya poseía con la práctica, hace una semana recibió al primer paciente. A diferencia del electroshock, la estimulación magnética no provoca convulsiones, no precisa anestesia y tan solo presenta efectos secundarios muy leves y transitorios, como dolor de cabeza en un reducido porcentaje de personas. "Los normal es que el paciente no sienta ningún tipo de molestia, porque esta técnica estimula a través de un campo magnético que actúa sobre el cerebro", destaca Javier Cudeiro, y especifica: "Ese campo magnético se utiliza para hacer de puente entre la corriente que uno aplica desde fuera del cráneo y la que induce en el cerebro, gracias a la leyes de Faraday".

El director de Neurocom asegura que el tratamiento se puede realizar en un área muy localizada, "de 1,5 o 2 centímetros", e insiste en que "hay que estar muy bien preparado para aplicarlo". "Si no se tiene la suficiente formación práctica y teórica y no se aplican correctamente los protocolos de Harvard se pueden cometer errores", avisa el profesor Cudeiro, quien incide en que la estimulación magnética cerebral "no sirve para todo el mundo". "Tiene unas utilidades muy concretas, y así es como debe ser. La principal, el tratamiento de la depresión mayor que no responde a los medicamentos", reitera.

El especialista coruñés afirma, no obstante, que "hay expectativas futuras muy buenas para tratar otras dolencias" mediante esta técnica, y recuerda que, en Europa, un grupo de expertos firmaron un documento de consenso a finales de 2014 en el que se reconoce su efectividad para la depresión resistente a los fármacos, pero que abre el abanico para otras patologías, como el dolor neuropático -"que no se puede controlar prácticamente con nada, solo con cirugía y en algunos casos", apunta Cudeiro-, e incluso para la rehabilitación del ictus. También podría tener una aplicación útil para el control del Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC), el síndrome de estrés postraumático o la epilepsia focal. Los datos que se obtengan con los pacientes sometidos a este nuevo tratamiento servirán, en todo caso, para "seguir avanzando en la investigación clínica".