Mariló es el niño en el bautizo, la novia en la boda y el muerto en el entierro. Y la gamba en la leonera, si es necesario. Faltaría. Ni ese tal Alberto, el concursante raruno de MasterChef ni Chicotes ni Arguiñanos. Ni Anita la fantástica Obregón cocinando paellas en la barbacoa de Spielberg ni Tony Genil bañando con tomate los macarrones de Michael Jackson. Tampoco Bárbara Rey empuñando el tridente, ni siquiera Parada tragando sesos y ojos de pez entre labio y labio morcillón. La madre de la cocina tecnoemocional no es sino Mariló. La presentadora de La Mañana de La 1, hace un año, ya convirtió unas peras a la menta con tulipa de anís viejunas y aburridas -una guarrindongada que diría Robin Food, un plato de alucinar pepinillos- en una obra de arte naïf como las que pintan la baronesa Thyssen o su nuera. Le puso ojitos chispeantes y boquita de piñón, unos ojillos y una boquita a los que se parece sospechosamente el cachorro de Alberto MasterChef. Lo llamó la pera feliz. Luego se fue a Bora Bora, donde un paparazzi dice haberla fotografiado con sus peras felices. Lástima que no las tenía patentadas. Las recetas.