El sacerdote José Manuel Ramos Gordón, delegado de Patrimonio del Obispado de Astorga y párroco de Tábara y otros pueblos de la comarca durante 26 años, permanece apartado de las parroquias desde el 1 de julio de 2016 por cometer abusos sexuales, al menos, contra dos hermanos gemelos menores de edad durante el curso 1988-1989, siendo profesor en el Seminario Menor de La Bañeza.

Un decreto firmado por el obispo de Astorga, Juan Antonio Menéndez, con fecha de 6 de mayo de 2016, acuerda la "privación del oficio de párroco durante un periodo no inferior a un año, en el que tendrá un seguimiento tutelado por un sacerdote, realizará ejercicios espirituales de mes y desarrollará labores asistenciales a favor de los sacerdotes ancianos e impedidos, así como otras tareas caritativas".

Esta decisión explica la precipitada e inesperada marcha de quien fuera cura en la comarca tabaresa desde el año 1990. "Dicen que el obispo lo ha ascendido a un puesto de más responsabilidad", era el comentario que circulaba por los pueblos para explicar su repentina marcha. Nada más lejos de la realidad, la verdadera causa fue la acusación de pederastia, reconocida por el propio Ramos Gordón, contra "al menos" dos exseminaristas de 14 años en el momento de los hechos.

Juan Antonio Menéndez, obispo de la Diócesis de Astorga desde el 19 de diciembre de 2015, heredó este caso, del que le informaron puntualmente tanto su predecesor Camilo Lorenzo Iglesias como "los sacerdotes de la curia diocesana que han intervenido en el desarrollo del procedimiento".

Un procedimiento administrativo penal instruido por la Diócesis de Astorga durante el año 2015, a raíz de la denuncia realizada por F. L., exseminarista, en una carta dirigida al papa Francisco en noviembre de 2014, contra José Manuel Ramos Gordón, con la acusación de abusos sexuales perpetrados por este sacerdote contra el denunciante y "algunos alumnos más" del Seminario Menor de La Bañeza durante el curso 1988-89, cuando estudiaban octavo de EGB.

"Arrepentido"

El abusador se ha manifestado "arrepentido" y el propio obispo de Astorga, por carta, ha pedido "humildemente perdón" a la víctima en nombre de la Iglesia, a la vez que expresaba su "profundo dolor" por hechos "tan deplorables y que han causado tanto sufrimiento a usted y a otros alumnos de nuestro Seminario Menor". El prelado afirma que "puedo asegurarle, en primer lugar, que se ha actuado con toda diligencia, siguiendo las directrices de la Santa Sede y de la legislación canónica vigente". A la vez que le brinda "todo mi apoyo como pastor de esta Iglesia de Astorga, puedo garantizarle que se harán todos los esfuerzos para evitar que en el futuro puedan repetirse hechos semejantes como los que usted ha sufrido".

El de José Manuel Ramos Gordón es el primer caso de pederastia verificado, reconocido y castigado por la Iglesia católica -a través de la Santa Sede- que trasciende en la comunidad de Castilla y León. Una acusación admitida por el propio religioso durante el proceso canónico penal abierto por El Vaticano y que ha instruido el Obispado de Astorga, nombrando instructor del procedimiento al vicario judicial, Julio Alonso. Con fecha 6 de mayo de 2016 ordenó la ejecución de las medidas "que yo mismo (el obispo) había establecido el 10 de febrero de 2016 y que fueron ratificadas por la Congregación para la Doctrina de la Fe, en Rescripto de 5 de abril de 2016".

La salida a la luz de un escándalo de pederastia en Granada -el llamado caso Romanones en el que está procesado un sacerdote acusado de abusar sexualmente de un menor de edad desde 2004, cuando tenía 14 años- fue el detonante de la denuncia. "Los últimos acontecimientos me han hecho revivir mi experiencia y heridas que pensaba habían cicatrizado", confiesa F. L. en la carta al Pontífice.

Una vez reconocidos los hechos y con la imposición del castigo al religioso, el obispo de Astorga expresa a la víctima la "voluntad de Nuestra Santa Madre Iglesia de que se repare el daño causado, se restablezca la justicia y se consiga la enmienda del acusado". Y en ese sentido le confirma que "D. José Manuel Ramos está sinceramente arrepentido de lo sucedido y pide humildemente perdón por su conducta moralmente inaceptable y gravemente dañina para él y para la Iglesia de la que es ministro, y para la Diócesis de Astorga a la que pertenece. Y que ha aceptado con toda humildad la pena que se le ha impuesto".

Sin embargo para el denunciante de los abusos, que 28 años después sufre importantes secuelas psicológicas por las vejaciones sufridas, la pena impuesta al pederasta "es ridícula". "Esto condicionó mi futuro, me robaron mi infancia, mi ilusión, mi inocencia. Mientras los demás niños de mi edad estudiaban y soñaban con un futuro, a mí me negaron el mío", cuenta en una de las dos cartas que ha escrito al papa Francisco. "Sé muy bien que nada en este mundo podrá superar suficientemente el daño causado", admite el prelado Juan Antonio Menéndez en la carta a la víctima. "Le pido humildemente perdón en nombre de la Iglesia, a la que represento, y me pongo a disposición para ayudarlo a usted y a su familia en lo que necesiten. Si usted lo tiene a bien, puede visitarme en el Obispado de Astorga. Estaré gustoso de recibirlo y de expresarle en persona la solicitud de Nuestra Santa Madre Iglesia por todos sus hijos".

Hechos prescritos

Ofrecimientos insuficientes para quien sostiene que frente a ese año de "inhabilitación" para ser párroco impuesto por la Santa Sede, nos encontramos ante unos "hechos aberrantes" y conductas "muy graves, constitutivas de delitos condenados con penas de cárcel". Penas que nunca cumplirá el abusador al tratarse de unos hechos prescritos, según la justicia ordinaria, lo que impide la persecución judicial.

En la carta al papa Francisco, F. L., que sigue residiendo en Castilla y León, no solo relata los abusos sexuales, también el encubrimiento de los hechos por parte de otros sacerdotes y las represalias que tanto él, como su hermano sufrieron a raíz de contar estos hechos al entonces rector de: "Ha llegado el momento de decirlo, porque lo que nos hicieron nos marcó y esos estigmas estarán ahí siempre".

La primera misiva, en noviembre de 2014, era lo suficientemente explícita como para que la Congregación para la Doctrina de la Fe en Roma ordenara abrir una investigación, durante la cual el acusado siguió de párroco sin que la Iglesia tomara ninguna medida cautelar. "Quiero que se nos escuche y no traten de acallar más este horror que padecimos, porque ya nos ignoraron otras veces, tapando y guardándose para que no se pusieran en entredicho sus acciones", relata.

En esa primera carta al pontífice, la víctima explica cómo los gemelos y otros dos amigos por la noche recibían la "visita" del profesor para ser sometidos a tocamientos y otras vejaciones. "Cuando por fin terminaba se marchaba como había venido, en el más completo de los silencios, y tú permanecías allí, roto, lleno de miedo, llorando, intentando comprender y con la triste esperanza de que la siguiente noche, quizás, no iría a por ti".

Silencio y castigos

"Los abusos por parte del D. José Manuel continuaban", relata F. L. Fue entonces cuando dos de los chavales vejados, el hermano del denunciante y otro, decidieron contar estos hechos al rector del Seminario con la esperanza de que "sería el fin de aquel calvario". Pero no recibieron más respuesta que silencio y castigos. "Pasaron meses sin que nadie frenara los abusos, las noches se habían convertido en miedo, miedo a dormir. Tanto era el temor, que incluso llegamos a poner en la puerta del dormitorio papel higiénico, para que al abrirse quedara desplazado; así sabíamos que él había estado allí". El exseminarista cuenta al Pontífice cómo uno de los chicos sometido a las vejaciones del cura, "un fin de semana que fue a casa, se trajo un cuchillo, que guardaba bajo su almohada".

Las siguientes peticiones de auxilio de aquellos indefensos chavales no tuvieron ninguna respuesta: "nos ignoraron dejándonos a merced de los caprichos sexuales de D. José Manuel". Los cursos posteriores en el seminario de Astorga fueron un suplicio para los gemelos, que pagaron con creces el atrevimiento de denunciar los actos obscenos del sacerdote.

No sería hasta unos años después, cuando los hermanos consiguieron reunir "el coraje y la valentía suficientes" para contárselo a sus padres. "Como si de puñales se tratara, cada hecho que contábamos más dolor les provocaba. Para una madre, oír que las personas a las cuales has confiado a sus hijos, sean capaces de hacer aquello, no tiene nombre", describe con amargura en su carta el exseminarista.

El proceso penal canónico contra José Manuel Ramos Gordón concluyó en mayo con la resolución del castigo que se hizo efectivo a partir del 1 de julio de 2016 al ser apartado de las parroquias de Tábara y varios pueblos del entorno y, tras un mes de ejercicios espirituales en Santander, fue destinado a Astorga como responsable de la Residencia Sacerdotal al cuidado de curas mayores.

Quien no considera aceptable la resolución eclesiástica es F. L., que a punto de cumplir 43 años, aún revive cada día aquellas "noches de angustia y sufrimiento" cuando tan solo contaba 14 años. "Esto condicionó mi futuro. Me robaron mi infancia, mi ilusión, mi inocencia", confiesa con amargura el antiguo alumno de La Bañeza.