La historia oficial de la Transición adolece todavía de importantes lagunas que los historiadores irán rellenando a medida que las consecuencias de su revelación queden desactivadas por el tiempo transcurrido. Pero no cabe duda de que pocos conocieron mejor las alcantarillas de ese convulso y fundamental período de nuestra historia contemporánea como un coruñés que dejó algunas pistas antes de fallecer. José Ramón Piñeiro, uno de los tres gallegos que llegó a comisario general de la Policía, fue el responsable durante muchos años de la policía política en A Coruña y en 1975 —el año de la muerte de Franco— es llamado a Madrid por el entonces ministro de Gobernación, José García Hernández, para hacerse cargo de la comisaría general de investigación político social. Era un cargo envenenado, desde que ETA dejara en ridículo a los jerarcas de la seguridad del Estado volando por los aires en pleno centro de Madrid al presidente del Gobierno Luis Carrero Blanco en diciembre de 1973.

Piñeiro pilotó la transición policial española hasta las primeras elecciones democráticas de 1977 y fue un testigo excepcional de esos tres años que cambiaron España. "Yo tuve conversaciones con muchos personajes que valdrían millones —confesó al autor de este reportaje a mediados de los 90, poco antes de su muerte—. Teníamos una serie de escuchas y de enlaces... muchas de esas cintas se quemaron en la época en que Martín Villa ocupó la cartera de Interior. La manía que tenemos en este país de deshacernos de cosas que después necesitamos... En el 80, ya jubilado, vinieron a preguntarme que recordaba de algunos temas muy importantes".

José Ramón Piñeiro quedará sin embargo en la memoria de aquellos tiempos por un episodio anecdótico: fue el encargado de detener a Santiago Carrillo cuando pretendía pasar a España desde Francia camuflado con una absurda peluca. "Estábamos hartos de saber que andaba por aquí, pero el ministro se había incomodado", recordaba. En esos años se producen graves sucesos desestabilizadores, como la muerte del estudiante Ruano en dependencias policiales o la matanza de los abogados laboralistas de Atocha a manos de pistoleros de extrema derecha. "Había mucho nerviosismo. Aquello fue una brutalidad y además no se cargaron al que iban a buscar", argumentaba. Paradójicamente, Ramón Piñeiro estimaba "bastante objetiva" la cruda versión cinematográfica de Juan Antonio Bardem, que insinúa la connivencia del policía González Pacheco, más célebre por su apodo de Billy el niño, que sería después jefe de seguridad del oscuro financiero Javier de la Rosa y que vuelve a estar estos días en el ojo del huracán por una denuncia de torturas durante el franquismo. "No digo que no fuera amigo de alguno de los pistoleros... González Pacheco fue uno de los policías que actuaron en la liberación de Villaescusa y Oriol (un secuestro todavía bajo sospecha, en la tenebrosa órbita de los Grapo)... era muy simpático este chico, aunque tenía sus cosas...", admitió en su día Piñeiro.

También le tocaron los muertos por la desorbitada acción policial de Vitoria en 1976 — "Fraga, que estaba en el extranjero, cargó con el muerto, aunque ya se había hecho cargo Adolfo Suárez, pero con aquello de la calle es mía...". Este coruñés que tanto sabía —y calló más— rechazó varias ofertas realizadas por grandes periodistas para que contara sus memorias. Cuando falleció, era un jubilado más en un popular barrio coruñés. "Otros están en pisos de muchos millones y yo no tengo ni una bicicleta —se quejó cuando charlamos hace dos décadas— Una vez me preguntó Martín Villa por qué él tenía información y anónimos contra toda la cúpula de la Dirección General de Seguridad, pero no contra mí. Será por dos cosas, le dije: porque nunca fui un protagonista... y porque soy gallego. Se quedó con la segunda posibilidad."