El consumo desmedido e irracional de antimicrobianos, y en particular de antibióticos, ha pasado de ser una amenaza de cara al futuro para convertirse en un problema real. Esa ingesta arbitraria de fármacos, en la que participan todos los eslabones de la cadena sanitaria -médicos, farmacéuticos y, por supuesto, los consumidores- tiene un precio muy elevado: el aumento de la resistencia a ese tipo de medicamentos, un problema que se registra ya en todas las regiones del mundo, y que puede afectar a cualquier ciudadano, con independencia de su edad, tal y como alertó la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2014, al presentar su primer estudio global sobre esta problemática que, advierte, podría poner en jaque los avances en salud.

El biotecnólogo César de la Fuente-Núñez (A Coruña, 1986), que trabaja como investigador postdoctoral en el Massachusetts Institute of Technology (MIT), ha realizado una novedosa contribución en la lucha contra los microorganismos resistentes a los antibióticos. Los experimentos llevados a cabo por el científico coruñés y su equipo apuntan a que la solución podría estar en los péptidos, miniproteínas que utiliza el sistema inmunitario de los organismos, incluidos los humanos, como defensa natural contra los microbios. La prestigiosa revista científica Nature Communications Biology acaba de publicar un artículo con los últimos avances de esta investigación, que ha demostrado su eficacia en ratones.

"La naturaleza crea moléculas que realizan funciones que parecen de ciencia ficción y que sirven como molde para construir nuevas moléculas que puedan tener una función útil para nuestra sociedad. La idea de este estudio era convertir una toxina producida en el veneno de una avispa en algo útil, en este caso en una nueva clase de antibióticos no tóxicos", explica De la Fuente, quien subraya que el objetivo de su estudio es "proporcionar nuevas soluciones al problema de salud global que es la resistencia a antibióticos, que va a matar a 10 millones de personas en 2050 (una muerte cada tres segundos)". "Muchos de los antibióticos que han salvado nuestras vidas durante las últimas décadas ya no funcionan y la gente esta empezando a morir a causa de infecciones que hace tan solo unos años eran muy fáciles de tratar", insiste el investigador coruñés.

De la Fuente, que acaba de cumplir 33 años, se licenció en Biotecnología por la Universidad de León y en 2011 recibió una beca de La Caixa para cursar su doctorado en Microbiología e Inmunología en la University of British Columbia (Vancouver, Canadá). Durante su doctorado, se especializó en el descubrimiento de nuevas terapias para el tratamiento de infecciones bacterianas. Tras la beca, fichó como investigador postdoctoral en el MIT, donde contó con una ayuda de la Fundación Ramón Areces y donde él y su equipo han trabajado en la reprogramación de moléculas de una avispa originaria de América del Sur- que, a priori, no tienen funciones útiles para nuestra sociedad - para convertirlas en agentes sintéticos que pueden ser usados para solucionar la resistencia a antibióticos.

En concreto, el biotecnólogo coruñés y su equipo han demostrado la eficacia en ratones de la reconversión de veneno en un antibiótico sintético que puede eliminar Pseudomonas aeruginosa, un tipo de bacteria que causa infecciones respiratorias y de otros tipos y que es resistente a la mayoría de antibióticos actualmente. ¿Cómo consiguieron sortear uno de los grandes obstáculos para el uso médico de esos compuestos, la fuerte toxicidad que provocan en humanos?. "Logramos eliminar la toxicidad a través de mutaciones sistemáticas realizadas en la molécula del veneno de avispa. Esto nos permitió identificar mutaciones puntuales que dieron lugar a moléculas no tóxicas. Luego usamos esta información para optimizar la no toxicidad, y a la vez conservar (o incluso mejorar) la actividad antimicrobiana", indica De la Fuente, quien especifica que el siguiente paso de su investigación es "intentar llevar estas moléculas a la clínica". "Trataremos de incrementar aún más la actividad antimicrobiana de estos péptidos y luego buscaremos traducir estos descubrimientos en terapias que tengan un impacto positivo en nuestra sociedad", explica De la Fuente.

"Será un camino largo, pero creemos firmemente que es esencial desarrollar nuevos antibióticos diferentes a todo lo que tenemos actualmente", continúa el investigador coruñés. Razón no le falta. Y es que para desarrollar un nuevo antibiótico "se necesita una media de diez años y una inversión de mil millones de euros". "Tendremos que colaborar con entidades privadas. Algunas ya han mostrado interés en nuestros avances, y esperamos atraer financiación suficiente para poder conseguir nuestro objetivo, que no es otro que solucionar el problema de la resistencia a antibióticos", concluye.

LA RESISTENCIA A LOS ANTIBIÓTICOS, AMENAZA GLOBAL

El aumento de la resistencia a los antibióticos es una amenaza global, que se registra en todos los países del mundo y que puede afectar a cualquier ciudadano, con independencia de su edad, tal y como viene alertando la Organización Mundial de la Salud (OMS) desde 2014, cuando presentó su primer informe global sobre esta cuestión, en el que avanzaba que "podría poner en jaque los avances en salud". El fallecimiento, dos años después, de una mujer en Estados Unidos por una infección de orina causada por una variante resistente a la colistina, el medicamento de último recurso para esos casos, hizo saltar de nuevo las alarmas sobre un asunto que, desde hace años preocupa, y mucho, a los microbiólogos.

"Es un viejo antibiótico, pero era el único que nos quedaba para lo que yo llamo una bacteria de pesadilla", advirtió Thomas Frieden, director de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, refiriéndose a la familia de bacterias conocidas como Enterobacterias Resistentes a Carbapenemasas (ERC). "Este es el final del camino de los antibióticos, a no ser que actuemos rápidamente", agregó el experto.

El problema no es nuevo. Cuando el científico escocés Alexander Fleming descubrió la penicilina, a finales de los años 20, los médicos pensaban que era la panacea, que las infecciones iban a desaparecer, pero no estaban en lo cierto. El propio Fleming lo advirtió en 1945, al recoger el premio Nobel de Medicina por ese hallazgo: "Llegará un día en que cualquiera podrá comprar penicilina. Entonces existirá el peligro de que un hombre ignorante pueda fácilmente tomar una dosis insuficiente y que al exponer sus microbios a cantidades no letales del fármaco los haga resistentes", vaticinó el laureado investigador.

Pocos años después, empezaron a surgir las primeras cepas resistentes. ¿Por qué? Tal y como explicó entonces a este diario el jefe del Servicio de Microbiología del Complexo Hospitalario Universitario de A Coruña (Chuac), Germán Bou, la resistencia a los antibióticos "es inherente a la propia vida". "Estos fármacos funcionan matando o impidiendo que crezcan las bacterias, pero también puede ocurrir que algunos de esos microorganismos cambien, se hagan más fuertes y se propaguen. Cuanto más a menudo se use un antibiótico, más probabilidades habrá de que las bacterias se vuelvan resistentes", advirtió.

Los antibióticos son moléculas que destruyen a los microorganismos bacterianos y pueden ser de dos tipos: bacteriostáticos, si inhiben el crecimiento de las bacterias, o bactericidas, cuando las matan directamente. Sin embargo, hay que tener en cuenta que no todos los procesos infecciosos están producidos por bacterias.

"Si un paciente sufre una infección causada por un virus y se le administran antibióticos no servirá de nada, ya que este tipo de fármacos no matan a los virus ni frenan su crecimiento", explicó el doctor Bou. De ahí la importancia de someter a los pacientes a diagnósticos microbiológicos para saber si las infecciones están producidas por un virus o una bacteria antes de iniciar los tratamientos. "Los ciudadanos, por su parte, han de tener en cuenta que los antibióticos solo deben tomarse bajo la prescripción del médico. Bajo ningún concepto hay que automedicarse. También es importante tomarlos en las dosis adecuadas y en los tiempos aconsejados. No hay que terminar los tratamientos ni antes, ni después, porque tan mala es una cosa como otra", añadió.