José María Martínez Alonso toma posesión mañana como director del Instituto Cervantes en Rabat, plaza que conoce muy bien:allí fue profesor de Literatura Española e Hispanoamericana en la Universidad y de Español en el Centro Cultural Español (actual Instituto Cervantes). Licenciado en Filología Hispánica y Ciencias Políticas y Sociología, y máster en Periodismo, fue director del gabinete de dirección en el Instituto con Fernando R. Lafuente, Víctor García de la Concha, Juan Manuel Bonet y Luis García Montero.

¿Han cambiado algo, mucho o poco las cosas?

Lo comprobaré más de cerca a partir de junio, que es cuando me incorporo, pero junto con el indudable progreso económico y de renovación de infraestructuras, tengo la sensación de que quizá se ha producido un retroceso en el papel de la mujer. Espero equivocarme, pero me parece que en los años 80 del pasado siglo la mujer marroquí era mucho más libre, algo que se observa hasta en las calles. También es verdad que se está produciendo en todo el mundo una clara regresión en los derechos y libertades.

¿ Qué le fascina y qué le incomoda de Marruecos?

Me fascina su agudo sentido de la hospitalidad, las extensas y solidarias redes familiares, su apertura al mundo, la capacidad de sufrir en silencio, la lucha constante por ser mejores, el refinamiento de la cultura popular, la comida exquisita, la bonhomía de mis amigos... Tantas y tantas cosas... Y muchas veces me he sentido incómodo ante la arrogancia y los abusos de ciertas élites.

¿Lafuente, De la Concha, Bonet y García Montero son una buena escuela?

Desde luego, ha sido una escuela inmejorable, porque me correspondía trabajar a su lado y mano a mano y los cuatro son personalidades muy diferentes. Fernando era ante todo un activista sumamente eficaz; Víctor aportaba la sabiduría y brillantez de quien no por casualidad alcanzó uno de los mayores logros de la cultura institucional al hacer realidad el concepto de panhispanismo; Juan Manuel era el mayor erudito que he conocido, alguien que vive por y para la cultura, y la ternura y el prestigio de Luis hacen que las tensiones se difuminen y que se abran puertas impensadas.

Como periodista y además filólogo, ¿se lleva muchos sustos leyendo, viendo o escuchando los medios españoles?

Me los llevaba hace muchos años, cuando por las mañanas esperaba con ansiedad a ver cómo trataban lo que habíamos hecho el día anterior. Ahora todo es muy diferente. Casi no hay punto cero en la información, que se desparrama de forma incesante por los medios tradicionales, por las redes sociales, las aplicaciones... Y el periodismo, desgraciadamente, ha perdido gran parte de su capacidad de influencia, que venía de ordenar el mundo de las últimas 24 horas para explicárnoslo con rigor, claridad y sencillez. Ahora recibimos fogonazos constantes, fragmentos no sabemos si de realidad o de fábula y cada uno debe reconstruir el mundo por su propia cuenta.

¿Las redes sociales han cambiado las reglas del juego en el funcionamiento del Instituto?

Decir que han cambiado las reglas de juego sería excesivo, pero han añadido muchas posibilidades nuevas. La principal: mantener el contacto directo con miles de personas. Sabes además que la fragmentación de las audiencias que ha supuesto la eclosión de las redes sociales implica que quien te sigue es porque, en general, está sumamente interesado en lo que haces, y la acogida que te dispensan, los comentarios y críticas se tienen muy en cuenta.

¿Qué desafíos plantea una plaza como Rabat?

Marruecos es un país con dos lenguas oficiales, el árabe y el amazigh. El francés es la lengua colonial que se mantuvo en la Administración, en la enseñanza, en la relación con los extranjeros no árabes y que sigue muy viva. Luego está el inglés, que crece, como en todas partes. Y en quinto lugar viene el español. Por lo tanto, hay ahí un problema casi estructural. Además, para muchos marroquíes el español es únicamente la lengua de España y no de otros 500 millones de personas, porque América está demasiado lejos física y mentalmente. Se debe remediar también el desconocimiento, fútbol aparte, que se tiene de España. Los marroquíes se asombran cuando cruzan el Estrecho y ven un país plural, diverso y moderno que nunca se les había mostrado. Siempre he pensado que el Instituto debe hacer lo mismo que Miguel de Cervantes, según lo describía su hermana Andrea: "Es un hombre que escribe y trata negocios, y por su buena habilidad tiene amigos".