Lety. Lety la horrible es un personaje de ficción. Muchos han pensado „por asociación automática de ideas, y por el nombre, que también da sus pistas„ en su autora, la escritora Leticia, Leticia Sabater, pero cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Porque Lety la horrible tiene el pelo azul natural, así, de nacimiento. Libertades que permite la literatura. El tinte también las permite, pero ya es menos natural. Como los abdominales de gomaespuma. Lety la horrible es una pobre huerfanita, porque la autora bebe a borbotones de las fuentes de la literatura británica del XIX. Pero la pone al día. Es literatura fusión. Un mix de todo. Apropiación cultural, que dirán las envidiosas. De salchipapas y eso no tiene nada, esa es otra faceta. Es lo que tienen las multi. La acción discurre en el Bronx neoyorquino, pero bien es cierto que la autora es tan atemporal como universal. Es literatura con mensaje. Eso sí. Toca multitud de temas sociales y sensibles. Menos el cambio climático. A la autora el cambio climático le parece "un coñazo". Como a aquél de Rajoy. Al primo.

Por quién doblan las campanas. Las campanas han marcado, antes que los relojes, el paso del tiempo. Las campanas, si son de buen campanario, deben ser elefantiásicas y más pesadas que Hugo Castejón. El tiempo tenía para el hombre medieval dos referentes: el sol y las campanas de las iglesias. Ahora están demodé, pero renacen con todo su poderío iconográfico cada 31 de diciembre, como la canción de Mecano. Las campanadas, doce, van ligadas a las uvas, doce. Las uvas de la suerte. Podría antojarse una contradicción que una supuesta, presunta „jamás nadie ha puesto base científica a la maldición, ni cascabel al gato„ ceniza, gafe. No hay cuidado. Ya se dio la conjunción. El 31 de diciembre de 2011. Y, oigan, ese año, 2012, hubo dos huelgas generales y una cacería en Botsuana, con su caída y su no volverá a pasar, pero tampoco se acabó el mundo como auguraban lo mayas. Así que puede que ella vuelva a dar la campanada. Pero tranquilos.

Se alquila. Spot, anuncio, cuña, comercial o aviso: película de corta duración con fines publicitarios. Dicen en Ana Rosa „Ana Rosa es un lugar„ que el exrepresentante a la par que desahuciado más famoso por estas latitudes estaría alquilando la casa de Belén Esteban, que ya lo es, para el rodaje de anuncios publicitarios. Podría ser un gesto emotivo, o un servicio público, un último gesto altruista, por aquello de compartir con el pueblo lo que es del pueblo. No lo parece. Sobre todo si se tiene en cuenta que por el alquiler se estaría embolsando un buen dinero. No ha trascendido qué se publicita. Ella tiene bagaje: sartenes, bingos. O carne. De conejo.

La mansión. La mansión Campos ya no es lo que era. María Teresa y Edmundo ya no pueden sentarse a conversar en los sillones Luis XV ni tocar alguna cancioncilla a cuatro manos en el pianoforte de caoba y limoncillo. ¿Quién no tiene un pianoforte de caoba y limoncillo en casa? El nido se fue quedando vacío. La casa, desangelada. María Teresa quería mudarse a un casoplón menos casoplón. Subastó los muebles. Pero ahí siguen los dos. Como sombras en la mansión. Las cosas no son fáciles para nadie. Dicen que ha tenido que reducir servicio. Por ejemplo, que tira menos de chófer y más de VTC. Que Bigote echa una mano con la cocina y la jardinería, siendo como es artista. Polifacético pero artista. Cuando se levanta, que de madrugada se ve que envía audios donde entona grandes clásicos. Pero guisa y poda. Para que luego digan.

La familia. Ya lo dijo Cachuli, cuando Cachuli y su gitana eran tándem y paseaban por las calles de la ciudad de Marbella lanzando dientes, dientes y más eslóganes que Risto Mejide: Dejen en paz a las familias. Se echa de menos, quién iba a decirlo, esa sabiduría popular, que emanaba del pueblo, como las bolsas con las que según Maite llegaba él ufano a casa. No son buenos tiempos, en general, para las familias. Cuanto menos para estas. Las tenemos más vistas que las propias. Son familias donde en las sobremesas navideñas se masca más tensión que en las de palacio. El de Alba y el otro. No es el caso de los barones, que esta temporada andan pacificados. Ni de los jesulines. Por más ganas que pongan, la pareja del torero y la odontóloga aguanta vendavales, aunque sea tú en Boston y yo en California, en este caso, Jerez de la Frontera y Lloret de Mar, más de un millar de kilómetros de distancia entre los dos. Nada, cosas del trabajo, que no había ortodoncias que hacer más cercanas. Ni reses bravas por allá. La familia bien, gracias.