Iván Quiñoá tiene un máster en supervivencia. Con solo 15 años, en plena edad del pavo, a este joven lucense le tocó enfrentarse con unos de los grandes monstruos de la sociedad moderna, el cáncer. Decidió no ser uno más de una estadística que decía, en el año 1994, que el 99% de las personas con casos avanzados de sarcoma de Ewing „un tumor maligno que le afectaba a huesos, músculos y nervios„ morían. Le dieron, entonces, tres meses de vida y hoy tiene ya 41 años. De esa dura experiencia nació el libro ¡Quiero vivir!, cuya recaudación destina, íntegramente, a financiar los campamentos que la Asociación Galega de Trasplantados de Médula Ósea (Asotrame) desarrolla, desde hace un par de años, para que niños con cáncer y sus familias puedan desconectar (al menos durante un fin de seman), de los hospitales y los tratamientos médicos. Respirar vida, pese a la enfermedad.

"Todo surgió de manera casual, tras coincidir con la presidenta de Asotrame, Cristina Piñeiro, en una boda. Conectamos muy bien, hablamos de mi historia y de la suya(superó un linfoma de Hodgkin tras someterse a un trasplante de médula de un donante anónimo alemá), de las actividades que desarrolla la asociación y a ambos se nos ocurrió que sería una buena idea poner en marcha un campamento para niños con cáncer y sus familias. En el norte de España no se estaba haciendo nada similar, y nos pusimos manos a la obra", explica Iván Quiñoá, quien desde ese mismo momento decidió destinar los fondos recaudados con la venta de su libro a hacer ese "sueño" realidad.

A los pocos meses, el proyecto estaba ya en marcha y, hace dos años, se celebró la primera de las dos ediciones que llevan hasta ahora, en la Granxa do Souto, en el concello coruñés de Ortigueira. "Escogimos ese lugar porque tiene caballos, y para mí esto tiene un significado muy particular. Cuando enfermé, tuve que vender un caballo que tenía. Ahora tengo tres, que suelo montar en una finca de mis padres. Son animales que, al principio, imponen un poco, pero con los que casi siempre se genera una conexión muy especial", subraya Quiñoá.

En la primera edición del campamento participaron un total de seis familias y, en la segunda, otras tantas. La de Toni Valdeorras es una de ellas. La vida de este coruñés dio un giro de 180 grados a principios de 2017, cuando a su hijo pequeño, Eloy, que solo 2 años, le diagnosticaron cáncer. Las seis letras que ningún padre quiere oír. "A Eloy le salieron petequias, que son unos granitos que aparecen cuando las plaquetas están muy bajas. El 4 de enero, decidimos llevarlo al hospital para que se las mirasen. Le realizaron una analítica, y de inmediato se vio lo que había", recuerda Toni. "Lo que había" era una leucemia linfoblástica aguda, la tipología más común de esa dolencia. La primera bofetada para toda la familia. La que nunca olvidarán. La más dolorosa. "La palabra cáncer en sí ya infunde miedo. Sabes que es una posibilidad que está ahí, pero nunca piensas que te vaya a tocar a ti, y mucho menos a uno de tus hijos", reconoce.

Al día siguiente, víspera de Reyes, Eloy fue sometido a la correspondiente prueba para determinar el alcance de la enfermedad. "E inmediatamente después, quedó ingresado en aislamiento para iniciar el proceso de curación", rememora su padre. El pequeño pasó 40 días en esas condiciones, sin poder salir de una habitación. "Nos sorprendió lo bien que lo llevó: la capacidad que tuvo para adaptarse a situaciones que no son agradables, a infinidad pruebas, lo bien que se adaptó al catéter permanente... Nos dio una lección de fortaleza", destaca.

Toni Valdeorras admite que entrar en contacto con otros padres que estaban atravesando la misma situación fue un bálsamo para sobrellevar el proceso de recuperación de su pequeño. "Ves casos similares al tuyo, te apoyas en ellos y ellos se apoyan en ti. Y a medida que pasan las semanas, también les das esperanza a los que llegan nuevos. En el caso de Eloy, el proceso siempre fue bastante bien, y eso también ayudaba a otras familias a ver que la enfermedad es reversible", apunta este padre coruñés, quien además subraya que las jornadas interminables en el hospital acaban haciendo que todos sean "como una pequeña familia". "Las relaciones que se establecen en un momento tan delicado son muy fuertes. Se crea un vínculo muy especial", remarca.

Esta familia coruñesa contactó con Asotrame durante el primer año de tratamiento de Eloy. "Nos invitaron a la primera edición del campamento de respiro familiar que organizan con Iván Quiñoá, pero no pudimos ir porque justo el fin de semana que se iba a celebrar el niño se puso enfermo", señala Toni Valdeorras. A la siguiente edición sí fue "la familia al completo". "Los hermanos del niño que está malo también sufren muchísimo durante la enfermedad. Nuestra hija mayor, Antía, que por aquel entonces tenía 8 años, lo pasó bastante mal por los nervios. El campamento le sirvió para ver que había más niños como Eloy. Para normalizar, en cierto modo, la situación", apunta.

A este respecto, Cristina Piñeiro añade: "Que el campamento debía ser una actividad abierta no solo a los padres, sino también a los hermanos de los niños enfermos, es algo que teníamos clarísimo desde que nos planteamos poner en marcha esta iniciativa", indica la presidenta de Asotrame. "Los papás se vuelcan tanto con los enfermos que, en ocasiones, los otros hijos se convierten en los grandes olvidados", agrega.

La experiencia en la granja de Ortigueira, asegura Toni Valdeorras, fue "estupenda". "Hay actividades para toda la familia, otras que son exclusivas para los niños... Los llevan a dar paseos en caballo, a ver los animales, reciben algunas clases... Aunque solo pasamos allí un fin de semana, volvimos como nuevos", destaca. A lo que Cristina Piñeiro añade: "Disfrutar toda la familia de un ambiente fuera del hospital les ayuda a desconectar. Además, conocer de primera mano casos como el de Iván Quiñoá, el mío o los de otros voluntarios de Asotrame, que hemos superado el cáncer, les da mucha esperanza, tanto a los padres, como a los propios niños", concluye.