Florentino Ariza y Filomena Darza, protagonistas de El amor en los tiempos del cólera, novela de Gabriel García Márquez, se aíslan voluntariamente de los demás en un barco que navega por el río para disfrutar de su amor. A nosotros, ahora, nos toca vivir un aislamiento obligado en un espacio doméstico que hemos ido reduciendo en superficie y programa, eliminando todo lo considerado inútil. Y solo cuando nos enfrentamos a una situación extraordinaria empezamos a detectarlo. Y a vivirlo.

La casa estándar de nuestra época se aloja en un edificio cuyo único recinto común es un magro portal. Con suerte, contará con las dimensiones justas para el paso de una camilla, y si tiene ascensor, con el espacio de movimiento para una silla de ruedas. Por su parte, la vivienda constará de un recibidor, una cocina, un salón-comedor, dos o tres dormitorios, dos baños, un pasillo y un tendedero. Estancias que se agrupan en lo que los profesionales de la arquitectura llamamos zona de día y zona de noche. Todas ellas reguladas por las normas de habitabilidad, que fijan dimensiones y superficies mínimas para cada pieza, según estrictos criterios de uso. Estos mínimos se establecen considerando la triada trabajo-ocio-descanso. Obvian, sin embargo, aspectos tan presentes en la vida cotidiana como el trabajo doméstico, sobre todo el que atañe al ciclo de la ropa y el ajuar, la enfermedad, o el estudio. Desde luego no contempla el teletrabajo, ni la intimidad de las y los moradores, un aspecto que reclaman los expertos sobre buena convivencia y gestión del tiempo en estos días.

También están el soleamiento y la ventilación. Tendrán ustedes fortuna si viven en un piso alto, pero si están en un primero de cualquier barrio, poco verán el sol, aunque a cambio igual disponen de una terraza en el patio interior. También la tendrán si sus ventanas miran hacia un jardín, una plaza, o si disfrutan de visuales lejanas, más allá de la fachada de enfrente. Ciertamente, si el hogar dispone de conexiones de banda ancha suficientemente buenas, la tecnología propicie la reunión virtual con amistades y familia. O tal vez, mortifique y aliene con una sobreinformación adictiva.

Curiosamente, en nuestro país, Galicia, hemos renunciado a los balcones y las terrazas: "no son útiles", decimos. ¿Para qué?, si se mojan con la lluvia, hace frío, da el aire, hay que limpiarlos... Y si algún día dispusimos de ellos, los hemos cerrado con vidrio, ganando más superficie para el salón o el dormitorio.

Y así estamos. Confinados, con poco espacio para compatibilizar el trabajo doméstico habitual con una convivencia sin roces. Con el teletrabajo, el estudio infantil y adolescente, la enfermedad.

Los espacios sin uso definido, los espacios propios, los espacios de intermediación, aquellos que parecen no tener cabida en nuestro entorno ni en nuestras casas, jugarían hoy un papel relevante.

Quizás al retomar la vida como era hace poco más de una semana, estemos en condiciones de pensar sobre la residencia urbana con una mirada nueva, la que aporta la perspectiva de género. Desconocida e ignorada por los responsables de la política de vivienda, centrados principalmente en la eficiencia energética y económica de la producción inmobiliaria. A través de ella se cuestionan los tópicos del programa del edificio y de la vivienda convencional, así como la superficie mínima y la obligada utilidad de los espacios.

Esta mirada plantea una casa capaz de soportar la incertidumbre y los imprevistos, con espacios de uso común, pero también lugares propios, para uno mismo. ¡Ay de un patio o una azotea a la que acudir a tomar el aire y ver algo más que las cuatro paredes de un cuarto! De un pequeño lugar a cubierto en el que los niños corran un rato, solo un rato... O de un lugar propio en el que sentarse a coser, leer, mirar, o cerrar los ojos, o simplemente estar.

Odioso coronavirus, tal vez cuando te alejes tengamos la oportunidad de continuar analizando cómo y dónde vivimos. Esperamos estar aquí para aportar cuanto podamos.