“Tengo un grado de discapacidad del 65%, pero nunca nadie me ha hecho sentir diferente por eso. Todos somos distintos, y en esa diversidad está la riqueza. Yo, por ejemplo, soy incapaz de subir a un andamio, me da vértigo, pero puedo hacer otras muchas cosas. Quien más, quien menos, todos tenemos alguna discapacidad. El problema está en que hay gente que no lo asume”, sostiene Eliseo Barreiro, coruñés de 45 años que, desde hace dos semanas, trabaja como celador en el laboratorio del Hospital Materno Infantil Teresa Herrera. Forma parte, con pleno derecho, del personal estatutario fijo del Sergas, y su labor principal es la de trasladar muestras entre las distintas áreas de ese centro.

“Mis compañeras preparan las muestras y las etiquetan, y yo me dedico a llevarlas a los distintos departamentos. Me está gustando mucho este trabajo, y eso que empecé hace apenas quince días”, subraya.

Eliseo llevaba un par de años preparando oposiciones cuando, en 2017, decidió optar a una de las treinta primeras plazas de celador reservadas para personas con discapacidad intelectual en Sergas. Renunció a muchas cosas para cumplir su sueño. Se lo curró. Tras el esfuerzo, le llegó la recompensa. “Me ayudaron a preparar los exámenes en Fademga. Iba cuatro horas a clase, y en casa estudiaba un par de horas más. Preparar una oposición exige esfuerzo y ser muy constante. Hay que tomárselo casi como si fuera un empleo”, destaca este coruñés, quien aprovecha el altavoz de estas páginas para reclamar una apuesta mayor por el empleo público inclusivo.

“Se reservan muy pocas plazas para personas con discapacidad intelectual. Debería haber muchas más. Es necesario, ya que el empleo es fundamental para tener una vida normalizada”, recalca.

Eliseo aterriza en la sanidad pública en un momento especialmente complejo, en plena pandemia de coronavirus SARS-CoV-2, pero no se amilana. “Antes de incorporarme a mi puesto sí que sentía cierto temor porque iba a trabajar un hospital. Pero una vez allí, pude comprobar en primera persona que todo está muy controlado y que las medidas de seguridad se cumplen a rajatabla, y eso ya me dio mucha más tranquilidad”, explica, al tiempo que reivindica el papel que realizan las personas que trabajan en sanidad, y que “muchas veces pasa desapercibido”.

Reconoce que su familia siempre ha estado ahí, apoyándolo en todo lo que ha hecho para desarrollarse profesionalmente. Se siente, por ello, muy afortunado, aunque admite que no todas las personas con discapacidad intelectual tienen la misma suerte. “Conozco gente a la que incluso le han dado la espalda por tener una discapacidad intelectual. Por eso yo me siento un privilegiado. Mis padres y mis hermanas siempre han estado ahí, al igual que otras personas que en diferentes etapas de mi vida me han animado a cumplir mis sueños. Una de ellas fue mi amigo Rubén Pita, que falleció justo antes del primer examen para celador. Junto con su hermana Loreto, siempre estuvo a mi lado, apoyándome. A igual que Olga Sánchez Bra, que era como una tercera madre para mí. Me acordé mucho de los dos cuando aprobé la oposición, y sé que si pudiesen verme con el pijama de celador, estarían muy felices”, concluye.