África de las Heras fue la espía más importante del siglo XX. Durante más de 50 años, la española estuvo al servicio de la KGB con diferentes identidades. Su vida, apasionante, la ficciona Reyes Monforte en La violinista roja, su última novela (Plaza y Janés, 789 páginas).

África de las Heras es toda una caja de sorpresas.

Me gusta decir que era como una matrioska, una muñeca rusa que vas abriendo y van saliendo otras. Llegó a ser coronel de la KGB y la española más condecorada por la Unión Soviética. En la Guerra Civil ejerció de interrogadora en la checa de San Elías de Barcelona, donde fue captada por los servicios de inteligencia de Stalin; formó parte del operativo que asesinó a Trotski en México, haciéndose pasar por su secretaria y traductora; fue guerrillera en los bosques de Ucrania durante la Segunda Guerra Mundial donde ejerció como violinista, como se llamaba a las operarias soviéticas que enviaban informes e interceptaban mensajes del enemigo, y protagonizó, como modista de alta costura, una de las trampas más fructíferas de los servicios secretos al enamorar el escritor uruguayo Felisberto Hernández en París, casarse con él en Montevideo y desde Uruguay crear la mayor red de espías soviéticos que operó durante 20 años en todo el mundo. África de las Heras es la mujer de las mil caras.

Una gran actriz.

Una mujer fría y calculadora que, como buena espía, sabía cuando ser cariñosa y cuando ser una mentirosa. Ella decía que la mejor espía era aquella que sabían que existía, pero no quién era. No sabían cómo hablaba, cómo miraba, cómo era, ni cómo se llamaba. Los de la CIA iban como locos detrás de ella.

¿Su intención era, con ese hilo conductor, pasear al lector por el siglo XX?

Lo era, pero es que al estar 50 años al servicio de la KGB, estuvo en todos los saraos del siglo XX. Descubrir su historia fue un pastelito porque no me sonaba de nada, me cautivó y decidí que lo tenía que compartir. Me apasiona la historia y poder situar a África en estos episodios era un regalo doble. El proceso me ha entusiasmado y cada cosa que se cuenta está documentada.

¿Es su novela más ambiciosa?

Es un libro que ha necesitado de mucha documentación porque de África había muy poca. Pero gracias a los personajes secundarios, bueno, llamar secundarios a Frida Kahlo, Trotski, Hemingway, Caridad Mercader, Ramón Mercader, he podido novelar su vida. Escribir el libro me ha llevado unos dos años.

Parte de la novela transcurre en Ucrania. ¿Imaginaba que iba a ocurrir lo que está pasando ahora?

Pienso que qué poco hemos cambiado. Precisamente el título se lo pongo porque ella ejercía de operadora de radio en Ucrania y allí se llamaba “violinista” a los que ejercían esa función. Tenía controlado que este año se cumplían 30 años de la disolución de la Unión Soviética pero imaginar esta invasión, nunca. La historia de África tiene muchos simbolismos como que murió el día de Internacional de la Mujer, el 8 de marzo del 88, meses antes de caer el Muro de Berlín, meses antes de la disolución de la URSS, o sea, que todo aquello por lo que dio su vida, por lo que mató, por lo que mintió y por lo que renunció se desvaneció a los pocos meses de su muerte. Ella decía que un buen espía sabe cuándo tiene que entrar en escena y, sobre todo, cuándo abandonarla y ella supo cuándo abandonar esta vida. África, al contrario de otros compañeros que fueron encarcelados y ejecutados, jamás se arrepintió de entregar su vida a la Unión Soviética y nunca sufrió la purga estalinista. Terminó sus días en Moscú, murió en 1988 y dejó la KGB en 1985. Así que muchos de los espías soviéticos que están dando vueltas por ahí ahora fueron instruidos por ella.

En el libro sobrevuela la idea de una tercera guerra mundial que parece estar más cerca que nunca.

Ocurrió y en consecuencia puede volver a ocurrir en cualquier lugar y en cualquier momento.

¿Ser espía implica anularse moralmente en pro de unos ideales?

Sus principios eran los del comunismo y la revolución y para conseguirlo todo servía.

Pero ella no dejaba de ser una burguesa escondida bajo el disfraz de guerrillera.

Como Caridad Mercader pero con un perfil diferente porque Caridad, cuando estaba en París, quería que los criados le plancharan hasta el periódico. África nació en el seno de una familia acomodada, se casó con un capitán de la Legión y tuvo un hijo que se murió a edad temprana. Su destino era ser un ama de casa y vivir en Ceuta, pero ella cambió su destino. En París, por ejemplo, se hizo pasar por modista de alta costura porque era lo que tocaba para enamorar a Felisberto Hernández, pero también vivió en los bosques de Ucrania y primero en las trincheras. Le gustaba pringarse.

¿Por qué se sabe tan poco de ella?

Porque el mejor espía es el que nadie sabe que existe. Además, Rusia se ha encargado de que no sepamos mucho. En una ocasión escribió una nota en la que decía que procedía de un país tercermundista y casi capitalista como España pero que su patria siempre fue la Unión Soviética. De hecho, ella firmaba como Patria en los informes que mandaba a Moscú. Además, el mejor disfraz que tenía para pasar inadvertida era ser mujer. ¿Quién iba a imaginar que una modista de alta costura era espía soviética?

Le cito una frase del libro: “El mundo no está preparado para escuchar la verdad. Y menos de boca de una mujer”.

Es aplicable a entonces y a la actualidad. No estamos preparados.

Con La violinista roja repite en el género histórico tras el éxito de Postales del este, ¿se siente cómoda en él?

Al decir novela histórica, a muchos les echa par atrás, pero La violinista roja tiene tintes de thriller, de suspense y una gran historia de amor con Ramón Mercader. La historia hay que conocerla porque muchas de las claves de lo que está pasando ahora están en el pasado. En Postales del Este, yo hablaba de Auschwitz y el odio y falta de empatía que aquello generó no ha muerto aunque sigue enterrado hasta que alguien lo destape, que es lo que estamos viendo ahora Ucrania. El odio entre Rusia y Ucrania existía pero estaba durmiendo hasta que alguien ha provocado el chispazo. Los grandes odios de la humanidad siguen ahí, pasan de generaciones, cambian de nombres y apellidos pero se sigue odiando. Es un círculo vicioso. Creo que si conociéramos más la historia no nos extrañaría tanto las cosas que pasan. A veces hay historias tan increíbles que hay que ficcionarlas para contarlas porque si no, no se las creen. Que sí, que África fue secretaria de Trotski y luego ayudó a matarle. La historia, a los jóvenes, hay que contársela a través de novelas, series o películas.

Tras el bum de la novela negra, ¿le ha llegado el turno a la novela histórica?

La novela histórica nunca pasa de moda. Muchas veces tendemos a etiquetar las etiquetas y eso no sirve de nada. Esta novela ha sido para mí todo un regalo.