Hace apenas un par de semanas, el 6 de octubre, Laura Dapena recibió la que “probablemente haya sido, y será, la mejor noticia” de su vida, la remisión completa de un cáncer de mama triple negativo del que ha estado tratándose todo este año, aunque no fue consciente de su trascendencia hasta que una de sus mejores amigas le planteó, precisamente, esa reflexión. “Cuando el 14 de enero me diagnosticaron la enfermedad, entré en una especie de ‘piloto automático’. Desde ese primer día, fui pasito a pasito, no quise ver más allá. Siempre he sido muy cauta, aún cuando me dijeron que ya no se veía el tumor en las pruebas de imagen”, refiere Laura, y resalta: “Si al inicio del proceso me hubiesen dicho que, en nueve meses, estaría en la actual situación, no me lo hubiese creído y habría firmado para que fuese así”.

El cáncer de mama no era un desconocido para esta joven pontesa de 33 años, vecina de A Coruña, cuando le detectaron la enfermedad, de hecho, llevaba ya “muchos años conviviendo” con ella, dado que su madre y su tía materna también la sufrieron, “ambas triple negativo y a los 50 años”, lo que llevó a los médicos a “preguntarse si podría tratarse de algo genético”, como luego se constató. “Las pruebas que les hicieron determinaron que las dos tienen el gen BRCA1. Esto llevó a que sus hijos nos sometiésemos a un test genético, que confirmó que yo soy portadora también de ese gen. A partir de ahí, entré en programas de prevención, cuando era más joven me extirparon varios fibroadenomas y, todos los años, me realizaban al menos una ecografía y una resonancia, a las que, a partir de los 30, se sumó una mamografía”, cuenta Laura, quien detalla que, “estando en ese proceso, irrumpió la pandemia de COVID” y las pruebas “se empezaron a retrasar”.

“Si me tocaba una resonancia en agosto, era diciembre y aún no tenía fecha, por suerte, dispongo de un seguro privado y opté por recurrir a esa vía, la primera vez, en junio de 2021. En diciembre de ese año me tocaba repetir las pruebas, me dieron cita para la ecografía en la primera semana de enero y, mientras esperaba, empecé a notarme un bulto en el pecho izquierdo que me dolía, con lo que ya sospeché que algo podía pasar. En la ecografía, en efecto, vieron que había ‘algo’, a los dos días me realizaron una biopsia y esta confirmó que tenía cáncer de mama”, rememora. Un diagnóstico que encajó “con la cabeza bastante fría”. “Llevaba semanas dándole vueltas a lo que podría ser, y me había ido preparando un poco. Lo que más me importaba, en aquel momento, es que me dijesen cuál era la solución y abordarla cuanto antes”, destaca.

Laura Dapena. Carlos Pardellas.

Una “solución” que tras confirmarse que no había metástasis, pasaría por recibir dos tipos de quimioterapia, “una más blanda, por así decirlo, y otra más agresiva”, durante seis meses, para reducir el tamaño del tumor, y someterse a cirugía (en su caso, por elección propia, una mastectomía bilateral con reconstrucción realizada en la misma intervención). “Con los resultados de todas las pruebas llamé al Sergas, porque quería que me tratasen en la sanidad pública, y me derivaron a la Unidad de Mama del Hospital Abente y Lago, cuyo equipo es espectacular, y donde todo fue rapidísimo. Como soy muy joven, antes del tratamiento me propusieron congelar óvulos, por si más adelante quería ser madre, y una vez llevado a cabo ese proceso, empecé la quimioterapia”, explica Laura, quien reconoce que ese tratamiento, en general, lo llevó bastante bien. “Durante la quimio más blanda no tuve ningún efecto secundario, salvo la caída del cabello, de hecho, yo misma opté por raparme pasado el primer mes, y lo hice contenta. No me preocupaba, siempre pensé que era una circunstancia transitoria, cierto es que a veces me costaba un poco salir a la calle así. Luego me enteré de que en el Abente y Lago había un banco de pelucas, encontré una muy parecida a mi pelo y me la prestaron. Al mismo tiempo, descubrí que en la página web de Shein también había, pedí un par y lo cierto es que aluciné con lo logradas que están. No hace falta gastarse una millonada para verse mejor, es más, yo tuve dos bodas durante el proceso de la enfermedad, fui a ambas, y me sentí muy bien”, subraya.

"Durante la quimioterapia, llega un punto en el que apenas te reconoces en el espejo, pero hay que pensar en que eso también es temporal. Yo la terminé hace muy pocos meses, y ya me está creciendo el pelo, tengo de nuevo pestañas y cejas..."

Laura Dapena - 33 años

Consciente de que “cada caso es un mundo” y de que las circunstancias personales de cada paciente son distintas, Laura insiste en que ella siempre ha intentado mantener, “en la medida de lo posible”, sus rutinas. “Trabajo en una oficina, y eso me permitió continuar en activo hasta la operación, lo cual me ayudó a llevar el tratamiento mejor, al tener la cabeza ocupada. En la primera fase de la quimio no tuve vómitos ni nada, aunque sí me dio un poco la lata el tema de las defensas. Al estar bajas, tenía que ponerme unas inyecciones que me dejaban bastante hecha polvo. La segunda fase del tratamiento sí me sentó un poco peor, tenía náuseas un par de días, la comida me sabía a metal... pero al hacer descansos de tres semanas, asumía que estaba una más o menos pachucha, y luego ya bien”, señala esta joven, quien asegura que “lo peor” de todo ese proceso fue “al final, por el deterioro físico que llevas encima”.

“Se te cae todo el pelo, y durante meses no nace, pero también las cejas y las pestañas, tienes ojeras... Llega un punto en el que apenas te reconoces en el espejo, pero hay que pensar en que eso también es temporal. Yo terminé la quimio hace muy pocos meses, y ya me está creciendo el pelo, tengo de nuevo pestañas y cejas...”, resalta Laura, quien llama la atención sobre la importancia de “hacer deporte” y “cuidar mucho la alimentación y la piel” durante el tratamiento. También es “fundamental” el entorno —“yo me sentí muy respaldada, en todo momento, tanto por mi pareja, como por mi familia y mis amigos”, recalca— y “buscar apoyos” . “A mí la AECC me ayudó muchísimo. Tienen psicólogos, fisioterapeutas, logopedas para personas con otros tipos de cáncer... y todo es gratuito”, remarca.

Vanessa Marzábal. Carlos Pardellas.

Apoyos, deporte y cuidados que reivindica, también, Vanessa Marzábal, coruñesa de 43 años, diagnosticada de cáncer de mama el 14 de julio de 2021. “Dos meses antes, de la noche a la mañana, me había notado un bultito al salir de la ducha, cuando me estaba echando crema hidratante. Pensé que sería de la regla y no le di mucha importancia, aunque cada vez que me tocaba ahí, lo sentía. Fue pasando el tiempo y empecé a notarlo ya acostada en la cama, pero trabajaba en el sector de los seguros, tenía mucho estrés encima y no encontraba hueco para acudir al médico. Ahora, obviamente, veo la vida de otra manera. Finalmente opté por ir, a través de un seguro que tengo privado, me hicieron una ecografía y, a partir de ahí, una biopsia. Fue entonces cuando directamente me llamó el ginecólogo y me dijo que pasase por su consulta porque tenía él los resultados. Al ser verano, pensé que me mandarían hacerlo de este modo por las vacaciones de los médicos, en ningún momento se me pasó por la cabeza que me fuesen a decir algo así, de hecho, fui sola. Cuando me comunicaron que sufría un cáncer de mama triple negativo, uno de los más agresivos, me quedé bloqueada. Fue como si, de golpe, pinchasen toda esa burbuja de estrés en la que se había convertido mi vida”, subraya. Tras ese “shock” inicial, “todo fue muy rápido”. “Esa misma tarde me derivaron a consulta con el cirujano. Llamé a mi hermana, para que me acompañase, y ahí empezó todo el proceso. Primero me dieron quimioterapia, después me operaron, a continuación inicié la radioterapia y ahora estoy con quimio en pastillas”, relata.

Un proceso que los profesionales médicos “para nada dulcifican”, pero en el que “te apoyan al máximo”. En su caso, la pérdida del cabello “tampoco fue un problema” porque “ya lo tenía corto, y no era tanto cambio”, aunque “raparse obligada”, admite, “tampoco está bien”. “A mí me empezó a caer el pelo a los 15 días de la primera sesión de quimio, y fue el propio cirujano que me lleva quien me planteó la posibilidad de utilizar un pañuelo o una peluca, pero los primeros meses rapada me veía tan bien, que opté por dejarme la cabeza al descubierto. Además, era verano y estaba más cómoda. Después sí me compré unos turbantes, que empecé a usar cuando llegó el frío”, señala.

“En mi caso, lo peor de la quimioterapia fueron las primeras sesiones, porque vomitaba y estaba varios días mal, y las inyecciones que me ponía cuando tenía las defensas bajas y que me sentaban bastante peor que la propia quimio. También llevé bastante mal la caída de las pestañas y las cejas, porque pierdes la expresión, y el tema de coger peso, algo normal, porque los tratamientos te hinchan. De hecho, empecé a ir a una dietista, y tanto ella, como la psicóloga de la AECC, me insistían en que ese aumento de peso no era real, pero verte así... Durante todo el proceso, he tratado siempre de llevar una vida lo más normal posible, pese a estar de baja. A veces me sentía tan bien que llegaba a olvidarme de la enfermedad, pero el espejo estaba ahí para recordármela, y eso mina la moral. Asumir que para curarte te tienes que poner tan mal a mí, personalmente, me costó”.

“El cáncer no tiene por qué paralizar tu vida. Obviamente, cada caso es un mundo, y hay determinadas cosas que no puedes hacer, pero muchas otras sí"

Vanessa Marzábal - 43 años

A “llevarlo mejor” le ayudó “muchísimo”, recalca, “el ejercicio físico”, que previamente practicaba ya con regularidad. “El deporte me salvó la vida. Es, de hecho, uno de los grandes pilares en los que me he apoyado durante todo este proceso. Cuando no podía ir al gimnasio, caminaba, pero trataba de no quedarme parada, salvo los días en que estaba muy mal. Los otros han sido la familia y los amigos”, indica Vanessa, y en este punto, resalta: “El cáncer no tiene por qué paralizar tu vida. Obviamente, cada caso es un mundo, y hay determinadas cosas que no puedes hacer, pero muchas otras sí”.

A la AECC llegó aconsejada, precisamente, por una amiga, en busca de apoyo psicológico, para “afrontar los bajones que te dan”. “Aunque la familia y los amigos estén ahí, a veces no quieres agobiarlos con tus problemas, además, los psicólogos de la AECC están acostumbrados a ver estos casos y te pueden ayudar mucho más. A partir de ahí, descubrí las actividades que ofrece la asociación, me apunté a pilates también y me organicé una rutina muy saludable para sobrellevar todo mucho mejor. A consecuencia de la cirugía, que fue muy bien (en mi caso, me limpiaron la zona, porque ya no había tumor, y me extirparon varios ganglios), me quedó mucho dolor neuropático en la zona de la axila, hacia el pecho. Tuve que dejar el gimnasio y empecé a ir a la fisioterapeuta de la AECC, de hecho, me operaron un martes y el viernes ya empecé con ella la rehabilitación. Sigo con los ejercicios pero voy muy bien y también me ha ayudado muchísimo”, explica. En la asociación se encontró, asimismo, con “gente que habla ‘tu idioma’”. “Tratando con personas que están pasando por lo mismo descubres, por ejemplo, que muchos de los efectos secundarios que sufres, y que a ti te parecen rarísimos, son muy habituales, y eso te ayuda a dejar de sentirte como un bicho raro”, señala.

Pilar Pérez. Carlos Pardellas.

En la AECC recaló también, un poco por casualidad, Pilar Pérez, coruñesa de 51 años que convive con un cáncer de mama con metástasis desde junio de 2017. “Siempre he llevado mis controles a rajatabla, sin embargo, el cáncer no me lo detectaron hasta que ya había avanzado un montón, pese a que llevaba tiempo quejándome del pecho. Me dolía, me molestaba, pero me dijeron que lo que tenía era grasa. El último control previo al diagnóstico me lo hice en enero de 2017, me dijeron que todo iba muy bien y, solo seis meses después, me detectaron la enfermedad, a raíz de sufrir una especie de mareo durante el cual apenas podía hablar. Me fui al hospital, me hicieron pruebas, y ahí empezó todo el proceso. Aún así, considero que tuve suerte, porque si no me llega a dar ese episodio de la cabeza, hoy no estaría aquí”, apunta Pilar, quien subraya que ese diagnóstico fue “un auténtico palo”. “En lo único que pensaba era en mi hijo, que por entonces tenía 10 años. Además, en ese primer momento, y creyendo que había sufrido un ataque epiléptico, me prescribieron una medicación que me provocó un reacción alérgica terrible que casi me cuesta la vida”, rememora.

"Mi cáncer me lo tomo como una enfermedad crónica, soy consciente de que me tengo que cuidar para seguir aquí, y en eso estoy"

Pilar Pérez - 51 años

Desde entonces, lleva tres tratamientos a sus espaldas y celebra que el actual haya conseguido “estabilizar” , por así decirlo, la enfermedad. “El problema es que todas esas terapias tienen efectos secundarios”, destaca Pilar, acostumbrada ya, en cierto modo, a convivir con la incertidumbre. “Tienes altibajos, pero yo intento no pensar demasiado en el cáncer y tratar de vivir. Y el tratamiento actual, por fortuna, me está dejando hacerlo un poco mejor que la quimioterapia, de hecho, cualquiera que vea pensará que no tengo nada”, refiere esta vecina de A Coruña, quien lamenta que, en su caso, al impacto emocional del cáncer se sumase la pérdida de su empleo como dependienta, que en los nueve primeros meses de la enfermedad le “ayudó mucho” a “tener la cabeza ocupada”. “Iba a ponerme la quimio y por la tarde estaba trabajando, pero al confirmarse que lo mío era algo de por vida, optaron por despedirme”, recuerda.

Con todo, y pese al dolor, las secuelas y las revisiones médicas constantes, dice sentirse “muy afortunada”. “Lo importante es estar aquí. Vivir”, subraya Pilar, quien reivindica, por encima de todo, el apoyo “fundamental” de su familia —“sobre todo de mi marido, mi madre y mi hermana”, recalca—, y también de la AECC, que le está “ayudando un montón”. “Descubrí tarde la asociación, pero gracias a ellos mi vida también es mejor, de hecho, fue su trabajadora social quien me ayudó a tramitar la incapacidad permanente. Desde hace un tiempo, además, voy a varias de sus actividades, en concreto, a natación sincronizada y pilates, que me van súper bien, y como me he venido arriba, este año voy a intentar hacer también tiro con arco”, comenta, divertida, antes de concluir: “Mi cáncer me lo tomo como una enfermedad crónica, soy consciente de que me tengo que cuidar para seguir aquí, y en eso estoy”.

Dolores Estrada, tesorera de la Junta Provincial de la AECC en A Coruña. Carlos Pardellas.

El 15% afronta la enfermedad en situación de "extrema vulnerabilidad social"

El rosa es más que un color es el lema escogido, este año, por la AECC para su campaña del Día mundial de lucha contra el cáncer de mama, que se conmemora hoy. “Venimos de una movilización social, desde los años 90, en que el color rosa venía asociado a la feminidad, y esto se convirtió en el símbolo de la concienciación sobre el cáncer de mama. Lo que pretendemos, con esta campaña, es reconectar con ese origen del movimiento, dado que gracias a ese compromiso que se generó hace tres décadas los avances en investigación han sido impresionantes y la tasa general de supervivencia, a cinco años, se sitúa en el 85%”, resalta Dolores Estrada, tesorera de la Junta Provincial de la AECC en A Coruña, quien admite que, en los últimos tiempos, ese movimiento rosa “perdió un poco su espíritu original” y la idea es “reconectar con él y dar una campanada porque queda mucho camino por recorrer”. “No nos podemos olvidar de que hay muchísimas desigualdades en todos los cánceres, también en el de mama, y de que detrás del rosa hay muchísimas mujeres haciendo frente a la enfermedad y otras tantas familias a la que les afecta”, destaca.

Estrada alude, en este punto, a “dos desigualdades”. “Los tipos de cáncer de mama son muy distintos, los estadiajes y el punto en que están las afectadas a la hora de abordar el tratamiento también, y hay que atacar todos los frentes. El cáncer de mama metastásico, por ejemplo, tiene una tasa de supervivencia bastante menor, en torno al 25%. Urge, en esta caso, una mayor investigación y cubrir más necesidades. Además, el 15% del total de las pacientes se encuentran en una situación de extrema vulnerabilidad social (están en paro, son autónomas o tienen trabajos con salarios mínimos interprofesionales), y un diagnóstico de cáncer aumenta los gastos y disminuye los ingresos”, advierte, y detalla: “En la AECC calculamos que supone un desembolso, entre gastos directos y pérdida de ingresos, de unos 40.000 euros de media: unos 9.000 en gastos directos que soporta la familia (farmacia, parafarmacia, adaptación del hogar...) y otros 30.000 que deja de ingresar”, subraya, antes de recordar que la entidad cuenta con “servicios de atención social, desde orientación laboral y ayudas económicas, a préstamo de material ortoprotésico”, entre otros.