Trabajos

Arqueología al sol: Trabajar en un yacimiento en verano

El trabajo no para en verano en los yacimientos arqueológicos, donde los trabajadores madrugan y hacen jornada intensiva para evitar las horas centrales del día

Juan Ruiz y otros trabajadores en Domeño.

Juan Ruiz y otros trabajadores en Domeño.

Miriam Bouiali

El verano es (también) para la arqueología. A pesar de ser un periodo en el que hay que tener mil y una precauciones ante la exposición al sol y las olas de calor, durante los meses estivales se suele trabajar a pleno rendimiento en muchas excavaciones, donde la historia espera ser descubierta para salir a la luz algún día. Levante-EMV, periódico de Prensa Ibéria, ha hablado con tres profesionales de la arqueología para saber cómo es el día a día en una excavación. 

Ana Sabater trabaja en el municipio de Calles de la Comunidad Valenciana, ‘rescatando’ el acueducto de la Peña Cortada. Se trata de una construcción «muy importante, en el top 10 de la península, por detrás de los de Segovia, Tarragona y Mérida», apunta. De época imperial (entre el siglo I y el II dC), todavía siguen saliendo nuevos tramos a la luz, pues tiene unos 28 km.

Sabater reconoce que es un trabajo «bastante pesado, sobre todo en verano». «Nunca nos falta agua, y en los tramos en los que no hay pinos ni otros árboles, todos los días ponemos y quitamos un toldo, que movemos según vamos excavando», indica.

Ana Sabater.

Ana Sabater.

Además, durante estos meses, también suelen hacer jornadas continuas, que empiezan entre las 7:00 y las 8:00 h de la mañana para acabar no más tarde de las 15:00 horas. En este caso, el trabajo es muy físico, de «pico-pala», pues la gran construcción romana emerge de entre tierra con vegetación, rocas de gran tamaño y raíces de árboles que deben talar. El objetivo final es intentar unir todos los tramos.

Por otro lado, Juanjo Ruiz ha trabajado recientemente en la zona noroeste del Castillo de Domeño (del siglo XIX, de época carlina, y donde han salido a relucir pavimento, muros, cerámica o balas); y en el Palacio de Chelva, de la Fundación María Antonia Clavel.

«Estos días hay que estar con sombrillas, toldos, gorros, crema solar, hidratarse mucho… si no, no se puede soportar», coincide con Sabater, aunque en Chelva trabajan bajo techo y sí que pueden estar mañana y tarde.

En ambos casos los arqueólogos explican que, aunque en verano deben hacer frente a situaciones extremas al aire libre, muchas veces los plazos de los proyectos o subvenciones obligan a ello.

Por otro lado, las vacaciones también son la época de las prácticas, como las que cada año hacen en el Pico de los Ajos, en Yátova, en un poblado ibérico a más de 1.000 m de altitud. En este yacimiento arqueológico ha colaborado Darío Pérez, que explica que se combina el trabajo ordinario con ofrecer una visión «más de formación» y «atraer estudiantes que se quieran dedicar a la arqueología».

Darío Pérez.

Darío Pérez.

Este verano, también ha estado trabajando en València la Vella, en Riba-roja, un entramado urbano teóricamente visigodo. «Se intenta avanzar las horas de trabajo, para no estar más allá de las 14:00 horas, lo que es difícil por las temperaturas», añade.

Vida para los municipios

Pérez confiesa que su vocación le viene de pequeño. «No sé de dónde y en mi casa no me lo saben decir, pero lo tuve claro y poco a poco me fui perfilando», explica. También habla de vocación Ana Sabater. «Todos los arqueólogos somos vocacionales. Es pesado y duro, pero hay momentos muy buenos e interesantes, con hallazgos y descubrimientos que nos permiten ampliar y saber más; te tiene que gustar la historia y la investigación», afirma.

Por su parte, Juanjo Ruiz destaca también la ‘vida’ que aportan las excavaciones: «La arqueología es muy importante para descubrir nuestras raíces y recuperar el patrimonio pero también a nivel laboral, sobre todo donde hay despoblación, porque puede paliar y ser un proyecto de futuro, no solo para la investigación, sino también por el turismo».

En el caso de Domeño, destaca el hecho de recuperar la historia del pueblo viejo, que fue abandonado; y en Chelva la muralla del siglo XII que ahora se escarba protagonizará pronto visitas guiadas.

Los tres coinciden en que, no todo son los yacimientos, sino que también hay mucho trabajo después —hace falta clasificar, documentar y contextualizar los hallazgos—, pero lo que tienen claro es que es un arqueóloga o arqueóloga se hace, sí o sí, a pie de campo.