AUTORA DE 'MI PARTO ROBADO'

Nahia Alkorta, víctima de violencia obstétrica: "Negar que existe es parte del problema"

Madre de tres hijos, sufrió trastorno por estrés postraumático tras el parto, en 2012, de su primer hijo en el País Vasco; presentó una demanda que recorrió todas las instancias judiciales sin ser escuchada

En 2022, el Comité para la Eliminación de la Discriminación Contra la Mujer de la ONU le dio la razón e instó a España a adoptar medidas para erradicar la violencia obstétrica

Nahia Alkorta, autora del libro Mi parto robado.

Nahia Alkorta, autora del libro Mi parto robado. / CEDIDA ARPA EDITORES

Nieves Salinas

"Esta es la historia que me enorgullece poder contar, la de una mujer víctima de violencia obstétrica que puede decir, once años después, que es muy feliz". Así arranca, a modo de declaración de intenciones, el trepidante relato de Nahia Alkorta (37 años, Zizurkil, Gipuzkoa) en Mi parto robado (Arpa Editores). Un libro en el que recorre su vivencia: la de un parto traumático, el de su primer hijo, y el posterior proceso judicial que, sin desfallecer, la llevó hasta la ONU, que acabó condenando a España por su caso. En entrevista con El Periódico de España, del grupo Prensa Ibérica, Alkorta, hoy asesora de maternidad, recalca que lo suyo no fue un caso de violencia extrema -" mi bebé y yo estamos bien"-, que esa falta de humanización en la asistencia sanitaria no solo sucede en el ámbito de la maternidad y que, muchas veces, los profesionales deben luchar contra el propio sistema.

Ese primer parto "robado" de Nahia Alkorta le provocó un trastorno por estrés postraumático. Presentó una demanda que recorrió todas las instancias judiciales sin ser escuchada. Sucedió en el Hospital de Donostia, su centro de referencia, donde ya tenía un plan de parto que finalmente, cuenta, se desbarató. Pero el Comité para la Eliminación de la Discriminación Contra la Mujer de la ONU le dio la razón e instó a España a adoptar medidas para erradicar la violencia obstétrica, un tema todavía pendiente. Es la sinopsis de su primera obra, escrita casi de un tirón.

Nahia dio a luz a su primer hijo en 2012. En la semana 38 rompió aguas y acudió al hospital. De repente, se vio envuelta en una vorágine de la que apenas podía salir"No respetaron nada", concluye. El ritmo con el que relata su parto es vertiginoso. "No lo he buscado. No me había dado cuenta. Es cierto que me sumergí en la escritura y deje la mente libre. Puede ser producto de la intensidad de todas las emociones", señala.

Lo imprevisto

Asegura en el libro que nada salió como pensaba. Que el hospital le indujo el parto de forma prematura y sin consentimiento. Que fue sometida a numerosos tactos vaginales durante la dilatación. "Pierdo la cuenta", sostiene. Que varias veces pidió algo de comer y beber, y no le dejaron. Que todo el proceso culmina en una cesárea sin justificación médica, que pide información y no le contestan, que a su marido le dejan fuera o que, ya en quirófano, le aturdía la cantidad de gente que había alrededor y lo que hablaban, como si ella no existiera. También que, pese a sus quejas, cuando nació el bebé se lo llevaron.

"Me siento un trozo de carne en la carnicería, una muñeca con la que se juega a operaciones… Veo entrar a mucha gente" relata la autora

"Me siento un trozo de carne en la carnicería, una muñeca con la que se juega a operaciones… Veo entrar a mucha gente. No paran de entrar. La puerta está frente a mí, a la derecha, la veo abrirse y cerrarse todo el rato. Me rodea mucha gente. Oigo muchas voces, mucho ajetreo. Están todos detrás de la sábana. Oigo una voz de mujer: 'soy tu matrona'. No la veo, no se acerca, no se presenta, no sé quién es. Tengo mucho frío. Tengo mucho miedo. Siento que mi cuerpo tiembla. No puedo controlarlo. Oigo esa voz preguntando dónde está el bote de la placenta. Le responden que no saben y la persona se va murmurando que siempre pasa igual… Ese bote le importaba más que yo, al parecer…", describe en su obra.

Nadando entre tortugas

Mi parto robado comienza con Nahia nadando en una playa mexicana rodeada de grandes tortugas. Un viaje que rememora como maravilloso. "La preconcepción fue muy bonita e intensa", explica. Tanto que "volví de ese viaje con la certeza de que el embarazo llegaría rápido. Así fue, me quedé embarazada en el siguiente ciclo. Aún hoy, once años después, me fascina recordar lo emocionalmente fuerte y feliz que era".

P. ¿Qué distancia hay entre aquella mujer feliz y la que hoy, madre de tres hijos, escribe su experiencia?

R. ¡Uy!. Es una pregunta difícil. Hay un abismo. No soy la misma persona, pero no sé decir qué es lo que más me ha cambiado. Al final, la maternidad, sin ningún trauma, ya es una revolución, pues tres maternidades y ese trauma por el medio... Es un abismo entre mi yo del 2012 y mi yo de ahora. Pero es cierto que, ahora, veo que ya me ilusiono con cosas que antes también me hacían ilusión, pero que había perdido durante estos años. Sí que parece que estoy volviendo un poco a mi ser.

P. Hay una frase que repite a menudo desde que entra por primera vez en el hospital y es: 'No entiendo nada'. ¿Así se sentía todo el tiempo?

R. No entendía las prisas, el maltrato. Puedo entender que las intervenciones, en algunas circunstancias, son necesarias y salvan vidas y estoy a favor de que tengamos tecnología suficiente, pero no entendía la necesidad de ese maltrato. Si las cosas se hubieran hecho desde otro lugar, aunque el resultado hubiera sido el mismo (acabar en cesárea), estoy segura de que la vivencia habría sido distinta. No entendía esa manera de trabajar porque estás con personas en situación muy vulnerable, no con tornillos. Siempre he sido muy racional y esta experiencia era todo lo contrario a lo que podía imaginar.

P. Usted cuenta que ya tenía mucha sensibilidad con la humanización en la atención sanitaria, incluso antes de ser madre.

R. Sí, en mayor o menor medida, todas las mujeres hemos pasado esa violencia. La primera vez que vas al ginecólogo con miedo, con 16 o 17 años, son muy bruscos y te generan una sensación de indefensión constante, sin ninguna justificación. Tú vas confiando en el sistema y, de pronto, te encuentras que, en un momento especial, te tratan como a un cerdo en el matadero como digo en el libro. Está tan normalizado que no nos lo cuestionamos hasta que alguien nos dice: 'No es normal'. Hacemos clic y decimos: 'Tal vez esta violencia es tan sutil y tan normalizada, que nos pasa a todas y no somos conscientes'. Siempre se dice que la matronería, la ginecología, son oficios a los que la gente llega desde el amor. Ahí está la culpa del sistema, de cómo aprenden o de las condiciones -laborales, ambientales-, en las que trabajan.

"Quitarte la mochila de la culpa hace que puedas ver las cosas desde otra perspectiva y te puedas curar", asegura Alkorta

P. En su testimonio explica que, antes de ese primer parto, estaba muy informada sobre cómo quería vivirlo.

R. Sí, me informé muchísimo en el preparto y llegué a la maternidad desde una reflexión muy intensa y confiando muchísimo en el sistema vasco de salud, que al final es lo que nos venden, que es el mejor. Me encontré con que cualquier mujer de todo el mundo puede ser víctima de esta violencia. Y vi que, no por elegir un hospital con tasa baja de cesáreas, te puedes asegurar el buen trato.

P. Otra constante en su libro es la culpa. La que usted sintió y la que, después, arrojó sobre su marido e incluso sobre el bebé.

R. Las mujeres que están leyendo el libro es lo que más me están escribiendo. Me dicen: 'Ostras, sigo en la culpa'. Quitarte esa mochila hace que puedas ver las cosas desde otra perspectiva y te puedas curar. Porque, ¿cuántas mujeres están en el dolor?, ¿cuántas parejas se rompen por esa sensación de culpa?. Hay mucho trabajo que visibilizar.

P. Cuenta episodios como estar en la camilla en quirófano y sentirse invisible.

R. Es tal la sensación de invisibilidad y deshumanización que dices: 'De verdad, ¿os dais cuenta de que estoy aquí?, ¿de que os estoy oyendo?'. Encima tú hablas y no te escuchan porque, entre tanto barullo, no existes. Te están abriendo, sientes que te mueven, pero siguen hablando de sus cosas. Hubo un momento en el que sacan al bebé y digo: 'Ya me puedo morir. Ya lo he conseguido. Se van a callar'. Creo que esto es tan frecuente en quirófanos, es tal la costumbre del trabajo así, que no son conscientes de cuándo una persona está despierta o dormida. Cuidar esos entornos es fundamental. Es especial en el de la maternidad, pero al final sucede en todos. No debería ser así. Es tan simple como que estas conversaciones las tengan en la cafetería. Es sinónimo de profesionalidad.

P. Habla del sufrimiento infinito tras ese parto. Y de un médico de Atención Primaria que le diagnostica que sufre estrés postraumático.

R. Fue el que me salvó la vida. Me deriva a psiquiatría y me dicen que no estoy bien. También una ginecóloga privada me hizo darme cuenta de que no estaba loca. Siempre lo he dicho. Hay muchísimos profesionales sanitarios maravillosos. En el relato del parto, la segunda matrona y el segundo anestesista, ayudaron a que no terminara peor. Profesionales que están todos los días trabajando a lado de las mujeres y en contra del sistema. Muchas veces decimos que en violencia obstétrica las víctimas son mujeres y bebés, tal vez los acompañantes, pero a mí me gusta remarcar que, en esas condiciones, sentirte obligado a hacer cosas que no quieres, es muy duro.

"Es duro por ver que, once años después, seguimos igual o peor"

P. En 2022, la ONU condenó a España como responsable de su caso. ¿Qué le lleva ahora a escribir el relato en primera persona?

R. En todo el proceso judicial, nunca he dado la cara hasta que salió la resolución de la ONU. Y esta resolución me llevó a un proceso de reflexión muy fuerte. Me dije: 'Estoy haciendo la labor legal para que termine y hay un reconocimiento no a mí, sino a todas las mujeres que tienen vivencias similares, pero esto no puede quedar en papel mojado'. Quería ir más allá. Una de las herramientas para atravesar el duelo fue la escritura. Empecé a retomar todos los testimonios y relatos y, casi en una semana, tenía el libro escrito. Ahora, acompaño como asesora de maternidad en distintos procesos y me ayuda a poder entender un poco mejor todos los por qué. Pero, por otro lado, es duro ver que, once años después, seguimos igual o peor.

Una embarazada con su ginecóloga.

Una embarazada con su ginecóloga. / EPE

P. De hecho, cada vez que se plantea la posibilidad de que exista violencia obstétrica en España, se niega.

R. La negación es parte del problema. Cada vez que una sociedad médica lo niega, aunque haya documentos internacionales, aunque se haya amonestado a España, aunque cada vez haya más investigaciones, cada vez que niegan esto, queda más en evidencia que son parte del problema. Es muy difícil hacer autocrítica y admitir que se ha estado trabajando de manera incorrecta, pero sin ese proceso de reflexión estaremos en las mismas. Estás negando que miles y miles de mujeres que están relatando sus historias o viviéndolas en soledad, hayan vivido esa realidad. El cambio vendrá desde esa autocrítica. Cada vez son más las voces de ginecólogas, de matronas, de sociedades médicas, por ejemplo en Cataluña, que dicen que existe la violencia obstétrica. Pero seguimos con ese enfurruñamiento. Quedó en evidencia, por ejemplo, cuando el Gobierno dijo que en la ley de salud reproductiva iba a entrar la violencia obstétrica y luego se echó para atrás.

"Es uno de los argumentos que utilizan quienes niegan la violencia obstétrica: 'Es que queréis parir entre delfines'. No".

P. Usted también deja claro que, en caso alguno, las mujeres rechazan las intervenciones necesarias en todos los partos.

R. Para nada. Es uno de los argumentos que utilizan quienes niegan la violencia obstétrica: 'Es que queréis parir entre delfines'. No. Yo, en mi plan de parto, contemplaba la opción de la cesárea y no estaba, para nada, en contra de las intervenciones. Solo pedía que se me informara, que fuera necesaria y el trato humano. Y fueron las tres cosas que fallaron. Si yo hubiera tenido un parto en el que se me hubiera respetado y hubiera terminado en cesárea, pues hubiera habido un duelo por el parto perdido, pero no estrés postraumático.

P. Las únicas resoluciones de violencia obstétrica de la ONU tienen como protagonistas a otras tantas mujeres españolas, entre ellas usted. ¿Cómo está el proceso?

R. Están sin cumplirse. En el primer caso, gallego, salió la resolución en 2020. La Abogacía del Estado ha dicho que no se van a cumplir los protocolos que obligan al Estado a acatar esas resoluciones. Estamos reclamando que se cumplan. ¿Qué implica?. Indemnización, que es lo que menos nos importa a las tres. Lo más importante es una serie de medidas muy concretas que tiene que cumplir el Estado. Hacer estudios reales, formar a los sanitarios, a los profesionales judiciales, hacer concienciación social... esas medidas que la ONU relata tan bien en las tres resoluciones, serían suficientes para erradicar esta violencia ya.