La mirada desnuda y libre

Cineasta

Emma Riverola

Emma Riverola

A veces, pasa. Películas que encuentran un rincón de tu cuerpo donde instalarse. Desde allí, te van contando la vida. Porque hablan de ti, o no lo hacen en absoluto, pero te ayudan a comprender. A pactar con lo propio y lo ajeno, incluso con lo incomprensible. Hay cine que grita y se viste de pompa. Hay otro que susurra verdades y, de tan desnudas, solo queda rendirse ante ellas.

Isabel Coixet (Barcelona, 1960) ha recibido recientemente el galardón Logro Europeo en el Cine Mundial porque “a lo largo de sus películas, en sus escritos y en su compromiso político, ha defendido sus creencias y valores, y ha dado voz a sus protagonistas”. Y el enunciado es tan correcto como escaso. Porque falta la piel y la respiración contenida y esa emoción precisa y compleja que recorre todo el cine de Coixet. Un hilo ensarta cada una de sus películas: la búsqueda de un encaje —o un desencaje— en el mundo que habitan sus protagonistas. Mujeres que se esfuerzan por encontrar su lugar, incluso cuando habitan una huida o el anuncio de su muerte.

No hay terreno pantanoso que rehúya Coixet. Más bien es fácil imaginársela calzando unas botas altas, situada en medio del lodo, tratando de encontrar los matices del fango y esforzándose en transmitir todo el dolor y la belleza que lo componen. Porque en cada una de sus películas ofrece un viaje, alguno especialmente duro y áspero, pero nunca suelta de la mano al espectador. Siempre hay el refugio de una sonrisa, un espacio para la ternura y, al fin, algo parecido a la esperanza.

Galardones

El reconocimiento ha acompañado a la cineasta a lo largo de su carrera, suma premios nacionales e internacionales, las alfombras rojas de los más prestigiosos festivales se han rendido ante su obra, el Ministerio de Cultura francés la ha nombrado Caballero de las Artes y las Letras, también ha sido Premio Nacional de Cinematografía 2020... la lista de galardones invita a la ovación y, sin embargo, Coixet la recibiría con una sonrisa voluntariosa y una mirada huidiza, sin acabar de creerse tanto lío, con la cabeza puesta en el próximo proyecto, preguntándose cómo va a conseguir sacarlo adelante y arremangándose para convertir las dificultades en oportunidades. Porque, más allá de los focos y los aplausos, más allá del glamur y las estatuillas, Coixet nunca ha vestido la capa de la divinidad. Y así se pasea por la vida, tan fuerte o tan débil, tan divertida o tan melancólica, tan ingeniosa o tan insegura... tan desnuda.

Y tan auténtica. Como esa niña del barrio de Gràcia que, con sus gafas y su ingenio, tuvo que soportar burlas de quienes no llevaban gafas o eran más altos o tenían menos ingenio. La pequeña que muy pronto descubrió el cine, con una abuela taquillera del cine Texas de Barcelona. El paraíso empezaba en esa sala oscura, acompañada de sus padres, en el mismo momento en el que el mundo exterior se desvanecía y empezaba el fascinante e ilimitado viaje interior. A los 9 años le regalaron una cámara por su comunión. Una Super 8 que le obligaba a pensar muy bien cada plano: las cargas eran caras. Su primera toma, la mancha de Coca Cola sobre su vestido. Le encantaba grabar manchas. Ya saben, el lodo.

Su primer trabajo fue en publicidad, dirigió centenares de spots que se convirtieron en su escuela. De ahí, al mundo. “Detrás de una cámara no hay fronteras, pasaporte, banderas ni límites. Ojalá el mundo fuera así”, afirmó al recoger su último galardón. Y la patria de Coixet huele a compañía y refugio; a risas, literatura y música; a un sorbo de champagne, un bocado de queso y unas buenas anchoas. Por eso a los guardianes de las patrias se les atragantó su postura durante el procés. Tan alejada de esencialismo, tan afligida por las cargas de dinamita arrojadas contra la convivencia.

Coixet tiene la valentía de los que siempre han reivindicado la libertad creativa. Suelta verdades con cierto atropello, como lo hacen los tímidos que se han hartado de serlo. Bromea porque se lleva mal con la solemnidad. Su palabra mágica es ¡Acción! Y es generosa porque sabe lo que es fraguarse una carrera con demasiadas voces en contra.

¿Por qué haces eso? ¿Por qué dices eso? Y la cineasta, la niña, la madre, la hija, la compañera y la amiga, se encoge de hombros, frunce un poco el ceño, esboza una sonrisa que le sale rara, titubea y, simplemente, sigue adelante. Tan desnuda. Tan libre. Tratando de no molestar demasiado. Aunque, sí, claro, lo hace.

Limón & vinagre

Isabel Coixet