La malquerida

Exactriz

La exactriz 
Bárbara Rey.
 // Europa Press

La exactriz Bárbara Rey. // Europa Press / jorge fauró

Jorge Fauró

Jorge Fauró

Bárbara Rey ha tenido la mala suerte de cruzarse en la vida de dos domadores: uno de leones, otro de elefantes. Su azarosa carrera, coronada por la polémica que la enfrenta a su hijo en los programas de cotilleos, solo podía acabar de una manera: convertida en un circo.

Desconozco si la actriz reciclada en socialite, nacida en Totana, Murcia, hace 73 años, habrá leído algún drama de Jacinto Benavente, aquel nobel español que recibió el premio mientras se desgañitaba por la República y abrazaba a la germinal Unión Soviética y despertó tras la Guerra Civil haciendo el saludo romano a mayor gloria del Caudillo de todas las Españas. Que le obligaron a lo primero, dijo más tarde entre vivas y arribas. En esta España cainita, hoy sus obras apenas pisan las tablas de los teatros.

Una de sus más afamadas dramaturgias cuenta la historia de Acacia, una joven que sufre de amores por Esteban, pretendiente y luego marido de su madre. De este triángulo amoroso nace una pasión oculta entre Acacia y su padrastro. En su enajenación mental no tan transitoria, Esteban se va deshaciendo de cuantos hombres se acercan a la joven, que comienza a ser conocida por el apelativo que da título a la obra: La malquerida. Un éxito clamoroso en su estreno en 1913, narran las crónicas.

Dos productos de televisión —la docuserie Una vida Bárbara y la ficcionada Cristo y Rey, hasta la pasada semana entre las diez más vistas en Netflix— han devuelto a la actualidad a esta que fue actriz de la Transición y el destape, vedete y luego domadora y empresaria circense. Si algo se concluye una vez vistas ambas es la condición de malquerida de su protagonista, a la que su marido, el domador de leones, se encarga de apartar a todos los hombres (y también mujeres) que osan acercarse a ella en lo personal y en lo profesional. Suya y de nadie más, circunstancia que se traduce en constantes palizas y todos los elementos que conforman el manual del maltratador físico y psicológico. Descanse en paz.

Con el otro amor de su vida, el domador / cazador de elefantes, no le fue mucho mejor. “Teníamos un pacto: él tenía su vida y yo la mía. Sabíamos que no podía haber otra cosa”, ha dicho Bárbara de su amante emérito. “Me gustaría saber qué habrían hecho otras en mi lugar”, asevera en la docuserie. Como es habitual, siempre hay un cortesano dispuesto a justificar lo injustificable con argumentos de una altura meritoria: “Es Borbón, es follador”, le ha disculpado Peñafiel. Faltaría más. En fin.

El trasunto que se desprende de la azarosa vida de esta mujer es la representación moderna de La malquerida, incluido el triángulo amoroso en cuyo reparto se coló el padrastro político de varias generaciones de españoles y una artista que amó, fue mal correspondida y nunca quisieron bien.

Amarrada a una época en que se valoraba tanto la carne como el espíritu, su impacto en la sociedad de los primeros años de la democracia fue tan contundente e indiscutible como corto fue su recorrido de artista de cine, truncado en su caso por su matrimonio con el domador del Circo Ruso, que la quería encadenada bajo la carpa y no bajo los focos.

Como actriz tuvo la misma relevancia que muchas de sus coetáneas (Nadiuska, Susana Estrada, María José Cantudo…), y ni siquiera sus relaciones reales le procuraron levantar una carrera que los espectadores recordaban de los tiempos del destape.

De su actual protagonismo como personaje del cotilleo, se deduce que tampoco sacó tanto de aquello, más allá de las palizas de Ángel Cristo, un programa de cocina en un canal autonómico, y el supuesto pago por su silencio. A juzgar por la deriva de los hechos por los que hoy es noticia, desvinculados de actividad profesional alguna, tampoco le han procurado un retiro dorado en las Barbados.

Ahora quien monta el cristo es su hijo Ángel Jr. “La casa de la Moraleja era una pesadilla. Había miedo, terror y sangre. En aquella casa entraba y salía de todo: drogas, alcohol, prostitutas (...). La verdadera pesadilla era mi madre”, aseguró el muchacho coincidiendo con el apogeo de ambas series. De capa caída tras la cancelación de Sálvame, las demás tertulias de igual tenor ya tenían carnaza con que alimentar su apetito. Y ahí siguen desde hace meses. La exactriz de nuevo en las pantallas. Pero Bárbara Rey, contra lo que probablemente habría sido su deseo, no ha vuelto al cine. Ha vuelto al circo.