Viajar a un lugar oscuro

Jugador de baloncesto

JOSEP M. FONALLERAS

Estamos en 2015. Ricky Rubio vive en Minneapolis, cerca del Misisipi. Cuando se desvanece la niebla, puede ver el río desde el apartamento. Juega con los Minnesota Timberwolves. Es el equipo con el que debutó, en 2011, en la NBA. Ahora ha vuelto, después de varios traspasos y contratos que hacen que el baloncesto profesional, en EEUU, se asemeje bastante a una feria de ganado. Ha pasado por Utah (los Jazz) y por Phoenix (los Suns), ha vuelto a Minneapolis y terminará su aventura americana en los Cleveland Cavaliers de Ohio.

Pero ahora estamos en el piso de Minneapolis. Espera la llegada de sus padres, que le van a ver de vez en cuando. Él y su padre recuerdan cuando era pequeño y quería jugar al fútbol. Luego, sin embargo, las cosas cambian de repente y, un día, en el pabellón de la Penya, Aito García Reneses le dice que quizá mejor que elija el baloncesto. El entrenador le hará debutar en la ACB una semana antes de cumplir 15 años, en 2005. La madre, Tona Vives, les escucha. Van llenando el silencio de ese piso con anécdotas e instantes de la carrera del chico más joven en debutar en la liga española. En los recuerdos, también hay espacio para otros logros, como el de haber ganado todo lo que se puede ganar en Europa con solo veinte años, o el de haber sido el más joven (¡siempre la precocidad como marca de fábrica!) que ganaba una Euroleague o el más joven en colgarse una medalla olímpica o el más joven en llegar a los 1.000 puntos en la ACB. Y también salen las lesiones en los ligamentos cruzados de la rodilla, la de 2012, después de chocar con Kobe Bryant, y la de 2021, que está por llegar, pero que resuena como un aviso de lo bueno y malo, en esta atmósfera aislada del tiempo en Minneapolis, en 2015.

Podrían hablar, padre e hijo, del Mundial de 2019, en China. Tampoco ha sucedido esta victoria colectiva y personal, pero está ahí, esperando que sea una realidad en un futuro por dibujar. La ganará España y Ricky será nombrado MVP del torneo. Y tampoco están, todavía, pero flotan en esta conversación cuántica, las 12 temporadas, con 712 partidos, que acabará jugando en la NBA y las 5.248 asistencias, una barbaridad que ninguno de los dos puede ni siquiera imaginar.

Pero estamos en 2015. Y esos episodios todavía no se han escrito. Al día siguiente, los tres irán en coche a Rochester, a la clínica Mayo. Volviendo, un silencio pastoso, sin colores ni recuerdos ni proyecciones de un mañana que languidece. Por la noche, en el apartamento de Minneapolis, Ricky oirá cómo sus padres lloran en la habitación de al lado. Al año siguiente, la madre, la persona que se ha convertido todo este tiempo en muralla y cercado amable donde permanecer lejos del ruido, morirá de cáncer. Es la vez que Ricky está más cerca del desánimo, de la pérdida de referentes, de la tierra que se agrieta a sus pies. Después vendrán más éxitos y fracasos, y, sobre todo, llegará la segunda lesión de rodilla que le obligará a estar 380 días sin jugar, una eternidad.

Vuelve a las pistas, pero en 2023 ya se vislumbra como un año que será decisivo y terrible. Los fantasmas no paran de merodear hasta que se aparecen de repente con una virulencia extrema. “El 30 de julio de 2023 fue una de las más duras noches de mi vida. Mi mente viajó a un lugar oscuro”. Deja la concentración de la selección española y, de hecho, prácticamente deja de jugar al baloncesto. Es mejor explicarlo que hacer ver que no pasa nada. Como hicieron Michael Phelps o Simone Biles, Álex Abrines o Andrés Iniesta.

Ahora estamos en 2024. Ricky Rubio decide volver a su mundo, aquel en el que el jugador brillante se comió a la persona. “Me construí de fuera hacia dentro y ahora lo he hecho al revés”. Dice esto mientras confiesa que todavía se siente extraño y que ha aprendido “a dibujar en gris”.

No lo hace desde la seguridad de quien se ha recuperado de una lesión, sino desde la incertidumbre de quien intenta dominar el miedo y caminar a tientas en un escenario de oscuridad. Dice esto cuando es presentado como nuevo jugador de aquel Barça que fue la casa en la que vivió los momentos más pletóricos, todavía imberbe, sin la barba posterior, después de debutar con el Joventut. Casi 20 años de carrera, de estremecimientos, de superaciones. “Los caminos difíciles”, dijo Koby Altman, director deportivo de los Cavs, “te llevan a hermosos destinos”. Ayer, ahuyentando la oscuridad, volvió a ser el base de los azulgranas en un partido de la Euroleague.