El jurado popular cerró el círculo y en el interior quedó confinado Manuel Mouriño Faria, el joven que, en una madrugada de la Semana Santa de 2001, quitó la vida a Montserrat Martínez, la arrojó por un terraplén desde un muro a cuatro metros de altura y la dejó agonizando en un zarzal. Poco antes de las siete de la tarde, un tribunal formado por nueve ciudadanos lo declaró culpable de un delito de homicidio de forma unánime. Los padres de la víctima, Olimpia y Ángel, no asistieron a la lectura pública del veredicto.

La violenta muerte de la joven de 21 años no fue un accidente fatal como quiso hacer entender Mouriño. Tampoco el resultado de un impulso por una vida a la deriva durante su dura infancia entre centros tutelares de la Xunta y palizas de su padre a su madre en casa. La madrugada del 14 de abril de 2001 sucedió algo distinto. Tras una noche de copas que, según las acusaciones, el joven quería culminar con algo más no satisfecho, el homicida golpeó a Montserrat con intención de matarla, como ayer acreditó el jurado. Rechazaron la versión de que el acusado reaccionó bruscamente a un chupetón en el cuello para luego esconder el cuerpo presa del pánico. Las contradicciones, su negativa a entregar la ropa y sus falsedades han podido con él. Lo probado es que Montserrat se cayó al suelo golpeándose contra un banco de piedra y comenzó a sangrar. Según los forenses -y según el dictamen- muy probablemente continuaba viva e incluso pudo estar agonizando 24 horas. El cadáver no fue localizado hasta cinco días después. El homicida será ahora condenado a entre 10 y 15 años de prisión.