Sabela Lameiro, coruñesa de 26 años aunque afincada en Gijón, había embarcado el pasado lunes en Barcelona para realizar un crucero por el Mediterráneo con su pareja, el asturiano David Criado, de 30 años. Durante la cena del viernes, su viaje, como el del resto de los pasajeros y tripulantes del Costa Concordia, terminaba abruptamente. Ayer por la tarde ambos descansaban, tras más de 12 horas de angustia, en uno de los hoteles romanos donde se alojó a los españoles del crucero siniestrado a la espera de poder embarcar esta mañana hacia España.

La joven señalaba que, según sus noticias, una docena de pasajeros gallegos viajaban también en el crucero y, entre ellos, tres ourensanos, dos de A Coruña y un hombre de Sanxenxo. Sabela y su compañero lograron llegar a su hotel romano sobre las nueve de la mañana de ayer y tras de sí quedaban casi 12 duras horas que comenzaron a contar hacia las diez de la noche.

"Estábamos en el restaurante Roma y, de repente, notamos un golpe o algo así y el barco empezó a girar hacia uno de los lados y empezaron a caer platos, se apagó la luz y nos quedamos unos segundos a oscuras. Luego se encendieron algunas luces, no todas, y salimos a preguntar a la tripulación y nos decían que no pasaba nada, que era una avería técnica, que mantuviéramos la calma y nos quedamos en el restaurante". La joven comienza así su relato de lo vivido, para añadir que "entonces el barco empezó como a zozobrar hacia el otro lado y otra vez se caían platos y objetos y se volvió a ir la luz. Ahí ya nos empezamos a preocupar. Mi pareja fue hacia el camarote a coger solo los chalecos, que fue lo único que le dio tiempo, para estar preparados".

Sabela recuerda también que "nadie nos decía absolutamente nada hasta que escuchamos los siete pitidos de alarma y el más largo y nos fuimos para cubierta porque ya no nos dejaban bajar. Y empezaron a embarcar a la gente en los botes".

Para entonces, señala, "ya estaba el barco bastante inclinado y era complicado caminar: a nosotros nos llevaron hasta el puente 4 y empezamos a recorrerlo por los dos lados y vimos que había muchísima gente, que estaba histérica, nerviosísima. Nosotros veíamos que todos los botes se llenaban y nos empezamos a poner un poco nerviosos porque el embarque iba muy lento".

La joven también recuerda que "la tripulación estaba muy, muy lenta, además había tripulación que estaba muy nerviosa. Los veías que eran los propios cocineros subiendo gente y bajando los botes", para añadir que "nos dio la sensación de que no tenían preparación suficiente y muchos de ellos parecían hasta bastante desorientados". Además, señala que había "bastante gente mayor y muchos niños, lo que dificulta mucho subir a los botes". También aseguró que "había gente que se ayudaba y otra que estaba como loca por ser los primeros y empujaba y le daba igual todo, y otros que estaban como en estado de pánico".

Tras cambiar de puente, rememora, "por suerte ya embarcamos y sí, lo pasamos mal porque además la gente te empujaba y como las puertas para ir a los botes estaban abiertas, incluso de caer por la borda si te empujaban porque había gente trastornada por subir y me contaron que incluso en algún bote (con capacidad para 150 personas) algunos se pusieron a gritar y a pelearse, aunque en el nuestro no".

Sabela reflexiona que "realmente nos trataron regular porque no hubo información ninguna". Así, cuenta que cuando por fin arribaron a la isla de Giglio, "nos fuimos para la iglesia, pero a los españoles nos dijeron que fuéramos para el muelle y todos esperando allí muertos de frío y menos mal que la gente del pueblo nos daba mantas, las que podían porque éramos muchos y teníamos frío porque. Yo iba sin chaqueta porque no me dio tiempo de coger nada y estábamos esperando sin que nadie supiera nada".

Así transcurrieron "un par de horas hasta que nos llevaron en un barco a San Stefano donde había una especie de hospital de campaña donde nos dieron otras mantas y algo caliente y nos llevaron a una especie de patio de colegio y allí nos dividieron por hoteles". La pareja llegó al suyo sobre las nueve de la mañana, con otros españoles, entre los que según nos dijeron, todos están bien y parece que no falta nadie".