Los premios no siempre son garantía de acierto pero a veces dan en el blanco: La maravillosa Sra. Maisel triunfó en los Emmy y no hay nada que objetar. Es una de las mejores series del momento. Y, en su terreno, la mejor. Es decir: una comedia dramática que juega sus bazas con talento, frescura, originalidad y brillantez. Así, a bote pronto. También se puede añadir a la lista de piropos su perfecta reconstrucción de una sociedad y una época (Manhattan, 1958), un reparto pluscuamperfecto liderado por una Rachel Brosnahan asombrosa como mujer de vida confortable como madre y esposa que, de repente, encuentra una vía alternativa inesperada como cómica. Y, además, como una cómica de lengua virulenta que, en la estela del genial Lenny Bruce, se las verá tiesas con los jueces empeñados en amordazarla para que deje de hablar de sexo sin tapujos. Habrase visto.

Hay media docena de momentos en cada capítulo que se grapan a la memoria. No solo cuando deja boquiabiertos a los espectadores con humoradas sin pelos en la lengua. Los instantes dramáticos, siempre a media voz, tienen un toque especial que conmueve sin estridencias. Por ejemplo, cuando su marido intenta una reconciliación y ella... ella la rechaza. Y vaya cara le queda a él, y a ella también porque detrás de cada decisión hay mucha renuncia que duele, mucho desafío que antes fue derrota. Hay otro instante que también roza la genialidad: ella cuenta su intimidad ante el público como alimento para su número cómico y entre los espectadores está el coprotagonista de esa misma realidad, de ese mismo pasado convertido en chiste: su marido. Infiel, arrepentido, esquivado.

Bien engrasada por una banda sonora irrepetible y arropada por una fotografía que recuerda las mullidas comedias hollywoodienses de los años 50, La maravillosa Sra. Maisel tiene afinidades con el Woody Allen que se sirve de sus confesiones privadas para exorcizar en público sus neurosis, se mueve con soltura agridulce por los ambientes domésticos (esos padres nada convencionales, siempre imprevisibles) y hace de Miriam Midge Maisel un personaje dibujado con trazo firme y preciso en sus vaivenes emocionales, una luchadora sin cuartel que convierte el monólogo en una suerte de fuga verbal para dejar atrás las prisiones de una sociedad mojigata que desconfía de las mujeres que no se callan. Es cierto que algunos personajes, precisamente por la potencia de su protagonista, no tienen una construcción tan compleja y palidecen en convicción -el marido, sin ir más lejos- y que hay exceso de flashbacks que no siempre aportan información valiosa, pero sería injusto reparar demasiado en defectillos que no restan ni un ápice de calidad a esta serie de Amazon Prime Video que, el título lo pone fácil para pegar etiquetas, es maravillosa.