Blonde ha permanecido envuelta de rumores y polémicas desde mucho antes de que su director, el australiano Andrew Dominik, empezara a rodarla hace más de tres años. Y en ese tiempo ha ido generando el tipo de expectativas desmedidas que casi ninguna película llega a ser capaz de satisfacer. Su estreno tuvo lugar ayer en la Mostra, y por tanto es pronto para saber a qué distancia ha quedado de ese listón inalcanzable. Baste decir que es una película extraordinaria, monumental, apabullante. Es impensable que no acabe presente en el palmarés; y que no obtenga el León de Oro, de hecho, solo se entendería en caso de que el jurado prefiera recompensarla otorgándole la Copa Volpi a Ana de Armas. El trabajo que la actriz cubana ofrece en la piel de Norma Jeane Baker, más conocida por todo el mundo como Marilyn Monroe, es portentoso.

Dicho esto, Blonde promete provocar ahora la misma división de opiniones que en su día causó el libro homónimo de Joyce Carol Oates en el que se basa. Tanto el de Oates como el de Dominik son trabajos de ficción, que a ratos alteran y a ratos inventan detalles de la vida real de la actriz e icono en busca de una verdad espiritual y simbólica acerca de ella. Los más críticos con el texto de Oates la acusaron de servirse de la conjetura y la mentira para someter a Monroe a la misma clase de explotación de la que acusaba a otros, y puede que el mismo tipo de argumentos sean arrojados contra la película.

La mujer que ocupa el centro de Blonde, en cualquier caso, es más que una víctima. Sí, queda perfilada como una mujer atrapada en un cuerpo esculpido por fantasías ajenas, torturada por una sucesión de hombres rapaces. Ante todo, sin embargo, la película se muestra decidida a proporcionarle el respeto y el reconocimiento que históricamente le ha sido negado. Esa finalidad sirve para contextualizar las más llamativas fabulaciones que su metraje incluye, y que en buena medida explican por qué en Estados Unidos ha sido calificada como una película “solo para adultos”: en una de sus escenas, el presidente John Fitzgerald Kennedy obliga a Marilyn a practicarle una felación —y queda retratado como un ser monstruoso—; en otra, el productor Darryl F. Zanuck la viola en su despacho, y al verlos resulta imposible no pensar en los relatos que las víctimas de Harvey Weinstein y otros magnates de Hollywood han hecho públicos desde 2017.

Eje vertebrador

En última instancia, el eje vertebrador de Blonde es precisamente la desconexión entre el mito de la diosa sexual creado por Hollywood —a través del peróxido, las pestañas postizas, los vestidos ajustados y los tambaleantes tacones de aguja— y la mujer que trató de sobrevivir aplastada por él, a disgusto con su propia sexualidad, en guerra con un cuerpo que no le dio ningún hijo y sí una sucesión de abortos.

“La película es la historia de Norma Jeane, pero poco a poco Marilyn se apodera del relato; los dos personajes se alimentan mutuamente, se necesitan”, explicaba ayer De Armas ante la prensa. “Interpretarlos me exigió un proceso durísimo de inmersión que me empujó a lugares muy oscuros, pero fue en ellos donde encontré la conexión con ella, con su dolor y su trauma”.