Scorsese salda cuentas con el gran pecado americano

El director neoyorkino presentó ayer en el certamen francés la película ‘Killers of the Flower Moon’, una obra que lleva siendo una de las más esperadas del 2023

Martin Scorsese (izquierda) y el actor Robert De Niro a su llegada ayer al festival. |   // REUTERS

Martin Scorsese (izquierda) y el actor Robert De Niro a su llegada ayer al festival. | // REUTERS / nando salvà

nando salvà

La primera vez que Martin Scorsese compitió en el Festival de Cannes acabó ganando la Palma de Oro gracias a Taxi Driver (1976), cuyo estreno sigue siendo uno de los más febriles de la historia del certamen; se dice que el dramaturgo Tennessee Williams, presidente del jurado que se la otorgó, la odió con toda su alma.

La segunda vez que concursó, con Jo, ¡qué noche! (1986), se fue a casa con el premio al mejor director, y desde entonces no ha habido una tercera vez. La película que ayer presentó en el festival y que lleva mucho tiempo siendo una de las más esperadas de 2023, Killers of the Flower Moon, fue invitada a competir por la Palma, pero el neoyorquino prefirió estrenarla fuera de concurso.

Para un cineasta de su reputación y su palmarés personal, participar en este tipo de contiendas es menos una recompensa que un riesgo, porque en Cannes la crítica puede llegar a ser despiadada. Si ese miedo es lo que realmente lo movió a declinar la oferta, ahora está claro que era infundado.

‘Asesinos de la luna’

Basada en el épico libro de no ficción que el periodista David Grann publicó en 2017, Los asesinos de la luna. Petróleo, dinero, homicidio y la creación del FBI, se centra en los asesinatos sistémicos de indios Osage que tuvieron lugar en el estado de Oklahoma en el primer cuarto del siglo pasado.

Tras ser expulsados de sus tierras ancestrales décadas antes y recolocados en una reserva de ese estado considerada una tierra baldía, los Osage se hicieron ricos cuando resultó que bajo aquellas tierras descansaban algunos de los depósitos de petróleo más grandes de Estados Unidos. Llegado el momento, el hombre blanco decidió que él era quien debía poseer esa riqueza, y que si para lograrlo debía deshacerse de unas cuantas docenas de indios, no suponía mucho problema porque, después de todo, los nativos llevaban cuatro siglos siendo exterminados.

Como su modelo literario, Killers of the Flower Moon cuenta la historia centrándose sobre todo en las muertes sucedidas en el seno de una familia compuesta solo de mujeres. A diferencia de él, el punto de vista que adopta para ello es el de uno de los hombres blancos que la investigación de la recién creada Agencia Federal de Investigación (FBI) señaló como culpables de los crímenes.

El tipo no es realmente un villano —de interpretar ese papel se encarga Robert De Niro, haciendo de De Niro como si le fuera la vida en ello— sino más bien un pelele, un joven cuyos niveles de codicia son solo superados por los de estupidez y a quien, si se quiere, puede verse como un personificación de la América que Scorsese ha reflejado en algunas de sus películas más ambiciosas, tan obsesionada por el dinero como carente de escrúpulos y paleta.

Dándole vida, Leonardo DiCaprio da la impresión de ser un trasunto de Jack Nicholson imitando a Marlon Brando, y si esa comparación suena desdeñosa, mejor no se tenga en cuenta; es uno de sus mejores trabajos interpretativos hasta la fecha. Lo mejor de la película, en todo caso, lo ofrece Lily Gladstone en la piel de una estoica superviviente de la conspiración que funciona a modo de centro moral de la película.

Más de 200 minutos

Killers of the Flower Moon tiene un metraje de 206 minutos y, aunque no demuestra necesitar todos, la maestría de Scorsese como le permite avanzar sin evidenciar sobrepeso. Quienes esperen hallar el tipo de epopeya con la que más comúnmente se identifica al director van a sentirse decepcionados, porque ofrece una aproximación más pudorosa a la violencia que retrata y no se recrea en su virtuosismo estilístico. Dicho de otro modo, es el tipo de obra más contenida, más reflexiva y tal vez más honda que representa al actual fase creativa del neoyorquino, que empezó con Silencio (2016) y cuyo exponente inmediatamente interior a este es El irlandés (2019). Con aquella película Scorsese saldó cuentas con su propio legado; ahora, con esta, salda cuentas con el de su país.