La historia de la estrella del porno más famosa del mundo

Rocco Siffredi presenta en Berlín ‘Supersex’, serie que se estrenará en Netflix el 6 de marzo y que relata cómo un chaval de una familia paupérrima de la costa este de Italia se convirtió en icono universal

Una imagen de la serie, con el actor Alessandro Borghi como Rocco Siffredi.

Una imagen de la serie, con el actor Alessandro Borghi como Rocco Siffredi. / Netflix

Nando Salvà | Patricia Álvarez

Rocco Siffredi es la polla. O, más concretamente, “la polla de la cultura popular”. Así lo define la showrunner de la serie sobre su vida, la guionista Francesca Manieri. Compuesta por siete episodios, tres de los cuales acaban de ser presentados en la Berlinale, Supersex relata cómo un chaval procedente de una familia paupérrima de la costa este de Italia se convirtió en la estrella del porno más famosa del mundo, y a lo largo de cuatro décadas acumuló una filmografía de más de 1.400 películas, unas 4.000 compañeras de rodaje, varias retiradas en falso y algunos periodos de adicción al sexo. “Este trabajo te atrapa y te absorbe, son 300 días al año sin hacer otra cosa”, explicó en Berlín Siffredi, que en mayo cumple 60 años. “Pero, aunque sigo teniendo facultades físicas plenas, actuar es cosa del pasado”.

Al principio de Supersex, precisamente, Siffredi (Alessandro Borghi) declara públicamente: “El porno se ha acabado para mí. Me retiro” —el anuncio sucedió tal cual en una convención sobre cine para adultos celebrada en París en 2004, aunque la retirada no llegó hasta 2016—, e inmediatamente después, frente a una multitud de periodistas y fans que vitorean, empotra a una aspirante a actriz que se cruza en su camino. A partir de ahí, ese primer episodio procede a relatar cómo el llamado “semental de Fuensanta” llegó a serlo, empezando por una infancia marcada por la marginalidad, un entorno inmisericorde y una educación machista y católica.

El joven Rocco descubrió el sexo con 12 años de la mano de una fotonovela titulada precisamente Supersex, sobre un extraterrestre proveniente del planeta Eros dotado de un miembro descomunal, y comprendió que él tenía el mismo superpoder. Instalado en París años después, en un club sexual parisino conoció a la estrella porno francesa Gabriel Pontello, que lo introdujo en el negocio. “Supe que aquella era la oportunidad de mi vida. No puedo expresar la alegría que sentí”.

Adoptó su nombre artístico inspirándose en el personaje que Alain Delon en Borsalino (1970), un gánster llamado Roch Siffredi, y agarrado a él emprendió un viaje que lo llevó a trabajar en Los Ángeles junto a la leyenda del porno John Leslie y el productor John Stagliano. “Ver la serie ha sido una experiencia emocionalmente intensísima. He revivido momentos de alegría y de dolor, mucha felicidad y mucho sufrimiento. Consagré mi vida a aquello para lo que nací, y me lo he pasado en grande, pero me doy cuenta de que pagué un precio altísimo”.

Entre todas las mujeres que han pasado por su vida —lleva 30 años casado con la exactriz y modelo para adultos húngara Rosa Caracciolo, con quien tiene dos hijos—, el actor destaca sin dudar un instante a su madre, Carmela, que muchos años atrás había tratado de convencer a su hijo para que se hiciera cura. “Fue importantísima para mí porque no me juzgó, respetó mi vocación y me animó a que me comiera el mundo, a que me lo follara”, explica, haciendo gala del mismo gusto por la automitificación que ya dejó claro en el documental Rocco (2016), en el que se presentaba como un hombre atormentado —“tengo al diablo entre las piernas”, declaraba— y esclavo de su propio personaje.

Similar tendencia a la épica y el grandiosismo se detecta en Supersex, de la que Manieri afirmó que plantea una reflexión sobre “la deconstrucción de la masculinidad”. “Planteamos cuestiones sobre la relación desigual que los géneros mantienen, y sobre el nivel de toxicidad que hay en esta relación, para dejar clara la necesidad de que cambie el paradigma”.

“Escenas consensuadas”

Tal vez sus palabras sirvan para explicar que la serie —que incluye desnudos femeninos, pero ningún plano de lo que su protagonista tiene entre las piernas— parezca funcionar a modo de fantasía masculina, a través de momentos como una conversación trascendental que Rocco y su hermano mantienen mientras dos trabajadoras sexuales les practican la felación o escenas en las que mujeres no necesitan más que dos segundos de penetración para tener sonoros orgasmos.

En su metraje también aparece recreado un polémico fragmento filmado hace años en el que Siffredi introducía la cabeza de una actriz en un retrete mientras la penetraba. “Todas las escenas que he rodado han sido consensuadas, y nunca he sentido que estuviera abusando de nadie o maltratando a nadie”, aseguró el actor, uno de los máximos representantes de ese porno duro que incluye bofetones, escupitajos, cuellos estrujados y rostros femeninos cuya expresión parece más cercana al dolor que al placer. “Ese tipo de porno se puso de moda porque la gente quería verlo, y ni lo inventé yo ni lo aprendí solo. Actualmente, muchas chicas adoptan el papel dominador en ese tipo de pornografía; yo mismo he sido un objeto para las mujeres, y estoy orgulloso de ello”.

¿Y qué opina tanto de la ubicuidad que la pornografía ha llegado a alcanzar como en los efectos que puede tener sobre la idea que consumidores demasiado jóvenes lleguen a tener del sexo? “Nunca entendí que no se establecieran mecanismos de control de la pornografía en internet desde el principio, y es cierto que eso ha dado como resultado una generación que tiene una visión distorsionada del sexo y el amor”, respondió. “Y no me parece que esté bien, pero no siento que ni yo ni mis colegas debamos sentirnos responsables. Nosotros hacemos cine para adultos, y no está en nuestra mano impedir que los menores accedan a él”.