"No seas ingenua Isabel, son todos iguales, una vez que alcanzan el poder se comportan de la misma manera", le decía un señor a su mujer mientras tomaban un café compartiendo mesa con otra pareja en un bar del barrio. Las discrepancias mantenidas y puestas de manifiesto entre el matrimonio de turistas nacionales en torno a la corrupción política, por un lado, desvelaban la inclinación de la señora a dar la bienvenida y abrir la puerta de la confianza a nuevos actores políticos; y, por otro, parecían revelar la justificación y el acomodo de una conciencia personal (la de él) que, aún estando tocada y a disgusto por el fraude de la voluminosa indecencia salida a flote en la parcela política mimada durante años, no encontraba motivos para cambiar la dirección del difusor de riego electoral hacia otro terreno. Isabel y su marido seguirán distanciados ideológicamente, tal como confesó esta públicamente cuando se iban, aunque con la voluntad de seguir manteniendo con amor y honestidad el proyecto familiar puesto en marcha hace ya unas décadas. Algo de lo que deberían tomar nota quienes meten la mano en la caja, ensucian la actividad política y degradan la democracia

Alejandro Prieto A Coruña