A las puertas de un conocido comedor social se avalanzaban estos últimos días los desheredados de la fortuna buscando cualquier espacio para guarecerse de las incipientes lluvias; no en vano, el problema de las inclemencias acrecienta el problema de la gente sin techo. Es lamentable que en el siglo XXI se siga viviendo en la calle; algunos son inmigrantes que no llegaron a encontrar el oasis de prosperidad económica que esperaban y terminaron en la marginalidad.

Menos mal que nuestra ciudad sigue siendo sensible a estas necesidades, aplicando con generosidad los planes diseñados por la genialidad política local que habrá de resolver desde una más adecuada perspectiva que su habitual improvisación ante tales acumulaciones humanas. Ahora estamos esperando a los refugiados sirios que huyen de la guerra; y La Coruña estudia una vez más las acciones y dispositivos que favorezcan estas acogidas de refugiados. Sin embargo, permanece la duda de dónde obtener los medios para acoger a dichos refugiados sin desatender a los nuestros. La realidad de la pobreza estremece, pero lo peor es que no se vislumbran soluciones a corto plazo a pesar de la bienvenida esperanza. Resulta lastimoso ver cómo a una parte de la sociedad le sobra consumo, mientras a estos otros se les niega lo básico.

La inclusión-exclusión social tiene como uno de sus apoyos la vivienda permanente. Si acaso habría que cambiar la percepción sobre los objetivos de los albergues; con la creación de un centro municipal de atención permanente a los sin techo. Por ejemplo, con la recuperación de la vieja cárcel para su uso social, es decir, como centro de inclusión social, que no de adoctrinamiento. Hay gente con patologías graves en la calle que deben ser tratados por los profesionales de la salud.

Si bien los casos crónicos abundan en esta ciudad las ayudas que reciben los sin techo carecen de recursos de salud, atención a enfermos mentales, educación, programas específicos de empleo, para reinsertar a esta gente de la calle. Usuarios de la intemperie.

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