La filmografía de Ang Lee se basa en la búsqueda, y uno no se extraña que haya acabado encontrando (una) respuesta en la metafísica. O, al menos, eso se infiere en La vida de Pi, una deslumbrante aventura en 3D que empieza y acaba en la estereoscopia. Porque desde su arranque pareciera que los únicos objetivos que se cumplen en el metraje del cineasta taiwanés son los de explorar las posibilidades del 3D y revelar un nuevo mundo. Con eso nos quedamos ya que nada del resto de la película nos acaba de cuajar: ni el prólogo ni la endeble metáfora new age que combina el arca de Noé con una Naturaleza Disney.