Portugal va de triunfo en triunfo en Europa desde hace un año. Ganó la Eurocopa de fútbol en julio de 2016; este pasado mayo venció en el festival de Eurovisión, con la lección de sobriedad y el aroma de fado de Salvador Sobral, y acaba de dejar atrás la disciplina del Procedimiento de Déficit Excesivo que mantiene bajo la tutela y a merced del poder correctivo de Bruselas a los países con desfases presupuestarios superiores al 3% del producto interior bruto (PIB). Portugal salió del lugar en el que siguen España, Francia y la escuálida Grecia, y lo hizo con un Gobierno de izquierdas, liderado por el socialista Antonio Costa y del que participan los comunistas lusos y el Bloco de Esquerda, una versión algo más tibia del Podemos español y de fundación muy anterior (1999).

Así que en las crónicas económicas, muy dadas a etiquetar milagros, ya se habla de la inexplicable recuperación lusa. Si hay algo de milagro quizá haya que buscarlo en lo político. Cuando Costa llegó al puesto de primer ministro en noviembre de 2014, no eran pocos (incluido el entonces presidente de la República, Aníbal Cavaco Silva, del centro-derecha) los que en los cenáculos de Lisboa aseguraban que la coalición que le sujetaba era muy inestable y llevaba dentro un mecanismo de autodestrucción. Costa ha demostrado en este tiempo que tiene mano para el equilibrismo, para templar a sus socios más belicosos y para hacer que Europa aceptase el giro que dio a las políticas económicas de sus antecesores, más pegadas que las suyas a las directrices de austeridad del núcleo luterano y acreedor de la UE.

Los dos años y pico de Antonio Costa en el Gobierno presentan estos números macroeconómicos: el país creció modestamente en 2015 (1,6%) y 2016 (1,4%) y en 2017 está pisando el acelerador (2,8% interanual en el primer trimestre), apoyado en la mejora del consumo y de las exportaciones y favorecido, como España, por un boom turístico que se explica en parte por el declive de otros destinos competidores (los mediterráneos del Norte de África, entre ellos) por la amenaza terrorista; el paro bajó del 10% de la población activa por primera vez desde el inicio de la crisis; en cuanto a las cuentas públicas, el déficit cayó en un año desde el 4,4% del PIB al 2% y la deuda se ha estabilizado, aunque sigue en un nivel muy alto (130%), como lo es también el de la deuda externa de la economía lusa, mal que comparte con la española y otras del Sur.

De todos ellos, el dato que más sorprende es el del déficit. Pocos pensaban en Bruselas y Berlín a fines de 2014 que un Gobierno de izquierdas presidido por un candidato que había prometido acabar con el "austericidio" y apostar por políticas keynesianas (más gasto e inversión públicos para estimular el crecimiento) iba a presentarse dos años después con unas cuentas tan lustrosas. El ejemplo de Portugal es invocado ahora para asegurar que otra política económica, menos dolorosa, es posible en Europa. El nuevo líder del PSOE, Pedro Sánchez, se refiere a menudo al modelo de Costa para su teoría de que en España sería viable otro rumbo y un pacto por la izquierda.

¿Son realmente los resultados de Portugal por un giro de 180 grados en la gestión de la crisis? No hay unanimidad. Costa dio marcha atrás a algunas de las medidas más impopulares que su predecesor de la derecha, Pedro Passos Coelho, activó en los años que siguieron al rescate que Portugal recibió de sus socios en el euro (78.000 millones). Así, el nuevo Gobierno subió las pensiones y elevó los salarios por la vía de revertir un impuesto (contribución extraordinaria) aprobado en 2014, y frenó las privatizaciones. Los analistas más pegados a la izquierda sostienen que medidas como esas estimularon la actividad económica y la recaudación tributaria que permitió reducir el déficit. Aquellos otros de orientación liberal sostienen en cambio que Portugal, a través de las exportaciones y de la atracción de inversión extranjera, mejora por los avances en competitividad resultantes de las reformas realizadas por los antecesores del primer ministro socialista.

Quienes predican eso último arriman a sus argumentos el siguiente dato: en Portugal no hubo verdaderamente apuesta keynesiana porque el gasto público cayó con Costa del 51,8% del PIB en 2014 al 45,1% en 2016, y dentro de él, al igual que España, la inversión del Estado está hundida. De modo que el gasto público no creció, se habría recolocado. ¿Es ese el secreto de Portugal? Wolfgang Schäuble, ministro de finanzas alemán piropeó a su homólogo luso, Mário Centeno, llamándolo "el Ronaldo del Ecofin". Viniendo de quien viene, da que pensar que hay menos keynesianismo del que se dice en el despegue de Portugal, aunque seguramente sí mayores dosis de confianza entre sus ciudadanos.