"Lo que estamos viendo es una guerra fría que se libra con palabras y acciones indirectas", dijo en enero Joachim Fels, economista jefe de la gestora de renta fija Pimco sobre la nueva escaramuza cambiaria. La rebaja tributaria de Donald Trump, aprobada el 19 de diciembre, es uno de esos recursos indirectos, según Fels.

Los economistas del Banco Central Europeo (BCE) alertaron en un documento que se conoció el pasado día 5 que la reforma impositiva de Trump puede desencadenar otra "guerra", esta vez de impuestos, entre países.

Detrás de la competencia cambiaria y tributaria (y quizá también tributaria) subyace una amenaza latente de guerra comercial. El 28 de enero Trump volvió a atacar a la Unión Europea (UE) atribuyéndole una política comercial "injusta". Ya había hecho lo mismo con Japón y China, y el 17 de marzo de 2017 en Washington contra Alemania y Angela Merkel, a la que evitó darle la mano.

La escalada verbal se ha intensificado en las últimas semanas. Trump amenazó con represalias comerciales a la UE el día 28 (ya las hay recíprocas entre EEUU y Canadá) y al día siguiente el portavoz de la Comisión Europea, Margaritis Schinas, avisó de que "la UE está lista para reaccionar rápida y apropiadamente en caso de que nuestras exportaciones se vean afectadas por cualquier medida comercial restrictiva de EEUU". El presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, había dicho lo mismo el pasado verano: la UE, dijo entonces, tiene todo dispuesto para reaccionar "en días" a una agresión comercial de EEUU.

En 2017, el primer año de mandato de Trump, el déficit comercial del país alcanzó su mayor nivel en nueve años: 556.000 millones de dólares. La irritación de Trump es comprensible porque había prometido en campaña todo lo contrario.

Trump pretende exportar el coste de esta desviación y que lo asuman los países con superávit comercial subiendo precios, encareciendo su moneda o frenando sus exportaciones. De momento, el proyecto de Trump de establecer un impuesto en frontera a los productos extranjeros (adicional a los aranceles) está aparcado.

La teoría económica sostiene que este tipo de desequilibrio no se corrige actuando con vetos y agresividad contra los países exportadores, sino atajando la causa original del problema: el desequilibrio interno en el país propio entre un ahorro insuficiente y una inversión excesiva.

Algunos economistas, caso de Juan Ignacio Crespo, opinan que la situación actual es muy parecida a la de 1985-1987. Entonces, durante la presidencia de Ronald Reagan y su rebaja de impuestos, EEUU acumulaba un gran déficit y deuda públicos y un endeudamiento y saldo exterior negativo crecientes, y el dólar restaba competitividad al país, fortalecido por la gran subida de tipos de interés que aplicó Paul Volcker en la Fed para dominar una inflación desbocada.

EEUU, bajo la amenaza de emprender represalias proteccionistas, logró que Alemania, Canadá, Francia, Reino Unido y Japón accedieran en 1985 a favorecer la depreciación controlada del dólar para que EEUU pudiera restaurar sus desequilibrios externos. Fueron los acuerdos del Hotel Plaza, de Nueva York. Los efectos fueron excesivos y dos años después, en 1987, el pacto se revisó en París con el acuerdo del Louvre. Su atenuación no evitó que el pacto acabase desencadenando la gran crisis deflacionaria japonesa de fines de los años 80 y primeros 90 que aún colea. También Europa salió dañada. El euro empezó a concebirse entonces como respuesta.

Ahora, en plena convulsión de los mercados de renta fija y de renta variable, un enconamiento de guerras comerciales proteccionistas, fiscales y cambiarias sería muy perturbador y retrotraería al planeta a los errores de los años 30. Jacob Frenkel, presidente de JP Morgan Internacional, alertó en Davos el 27 de enero que una "guerra" de divisas sólo puede tener "efectos devastadores". Fels aseguró que el proteccionismo sería "el arma nuclear".