Mantener la cohesión de En Marea se antoja el principal reto de Villares, aunque el más urgente pasa por recuperar la sonrisa con que el rupturismo sorprendió el año pasado alcanzando las Alcaldías de A Coruña, Santiago y Ferrol. Poco a poco, la ha ido perdiendo, envuelto en debates internos sobre su fórmula jurídica y tensiones no ocultadas entre sus actores, algunos con idearios coincidentes en el destino a alcanzar, pero divergentes en muchos aspectos. La pérdida de músculo es evidente desde el 20-D, cuando superó los 410.000 votos; ayer tuvo 269.241.

A esos problemas se une la falta de rodaje y conocimiento de su candidato. Villares acaba de aterrizar, pero su falta de punch en el debate a cinco y su desconocimiento entre la población han lastrado las opciones, si bien es probable que los motivos sean más. Ahora tiene el desafío de evitar que se rompan las costuras del grupo parlamentario, copado por miembros de Podemos -7 de 14- y con solo Antón Sánchez y Eva Solla con experiencia.

A ello se une una campaña que ayer por la noche era fácil criticar. Villares fue elegido el 30 de julio y, aunque demostró su rápida capacidad de mejora en cuanto al lenguaje político y mitinero, careció de tiempo para darse a conocer. También cargaba con la sombra de Beiras y los alcaldes del cambio. Pese a ser un debutante, apenas celebró dos actos con los regidores que impulsaron En Marea en la campaña, ante la confusión de Martiño Noriega, Jorge Suárez y Xulio Ferreiro. Los graneros de voto de En Marea se situaron en Pontevedra y A Coruña, superando al PSdeG. No fue así en las provincias del interior.

El candidato dejó ayer claro que En Marea ha llegado para quedarse y fió el objetivo de lograr "un país justo" en 2020: suponen años luz de distancia en una política que avanza a ritmo de sprint. En Marea se queda, pero debe definir dónde centrará ahora su debate interno.