. n cualquiera de los programas matinales de las grandes cadenas de radio el presentador es una auténtica estrella a la que siguen centenares de miles de oyentes, demostrándoles muchas veces una devota lealtad parecida a la que le profesarían si fuesen su familia más querida, produciéndose una identificación muy superior a la que se da entre el columnista de periódico y sus lectores habituales. Desconozco el motivo de que eso sea así, pero supongo que se debe a que la voz humana introduce un matiz de cercanía real y crea a menudo mayor adicción que el estilo literario más pegadizo. Con independencia de que su voz haya sufrido el natural desgaste y al margen de que su proyección geográfica no sea ahora la de sus mejores momentos, Luis del Olmo conserva una suculenta bolsa de oyentes que le han seguido en cada uno de sus pasos por las distintas cadenas radiofónicas y no le abandonarán mientras tenga fuerzas para sentarse delante de un micrófono. Del mismo modo, Iñaki Gabilondo conserva intacto su hueco en la radio a pesar de haberse ido a la televisión y con seguridad recuperaría su máxima audiencia si un día decidiese regresar. ¿Y qué puedo decir de Carlos Herrera? Haber formado parte de su equipo desde hace diez años me convierte en testigo privilegiado de su facilidad para seducir a la audiencia sin verse obligado en absoluto a ninguna clase de impostación profesional, gracias por una parte a la joyería de esa voz que constituye un lujo impagable, pero también porque domina la naturalidad sin caer en la vulgaridad o en la simpleza, entra por el oído más resistente hasta deshacer la cera y es capaz del minoritario prodigio de tener en cualquier momento la edad de quien le escucha y ese gancho humano inimitable que le permite ocupar con absoluta sinceridad cualquier hueco emocional que el oyente tenga en su vida. Podría decir muchas cosas de Carlos Herrera, pero creo que no quedará mal retratado si digo de él que su voz es lo que le ayuda al oxígeno a mantener en pie el aire y que sin la cercanía de su locución no habría en ningún lugar de España un solo semáforo que no resultase más insoportable. Madruga mucho y es un trabajador incansable que prepara a conciencia su programa, pero me consta que saldría adelante con la misma brillantez aunque lo tuviese todo prendido por alfileres, entre otras razones, porque para Carlos Herrera la radio es parte de su fisiología y la ejerce con la misma naturalidad con la que respira, de modo que yo creo que sería tan brillante como cualquier competidor aunque en un momento dado se quedase en blanco, como sucede cuando una gripe le retiene en cama y sus fieles oyentes escuchan el programa porque saben que en el caso de Herrera incluso son inimitables su silencio y su ausencia. También es cierto que cuenta con un magnífico equipo de producción encabezado por la gallega Marisol Parada, que es capaz de ponerle a Dios al teléfono, y un grupo de colaboradores entre los que Lorenzo Díaz y Josemi Rodríguez Sieiro son sin duda el ejemplo bien explícito de que además de una individualidad de postín, el líder es también un magnífico seleccionador, además de ser un tipo sin doblez y sin envidia que hace cuanto está en su mano para que a su lado cualquiera de nosotros parezca más de lo que en realidad es.

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