Si no fuese porque esta columna apuesta por unas determinadas maneras, y se trata de obrar coherentemente con tal lógica, este que les habla abordaría algunos temas de una forma menos pausada, sin contener tanto el verbo y llamando a algunas cosas por su nombre. Mas como esa no es la idea, y desde aquí uno quiere demostrar que es posible la argumentación y el rigor, y al mismo tiempo huir de la descalificación y el enfado, tomaré aliento, respiraré tranquilo, y enfocaré las cosas de la forma habitual: pausadamente. Es parte de mi receta para encontrar la felicidad: vida lenta, comida lenta y, también, lenta -y serena- aproximación a la realidad.

El caso es que ese primer párrafo tiene que ver con mi reacción a la última ocurrencia cocinada desde El Vaticano y expresada por el cardenal Tarcisio Bertone, en relación con la ola de escándalos sexuales que acosa a la institución eclesial. Al ser preguntado por una supuesta conexión entre tal conducta antisocial y el cuestionado celibato obligatorio, parece que el Secretario de Estado afirmó que ese no es el problema real. Continuó, además, diciendo también que recientemente "le habían comentado" que el mismo es la relación entre la pedofilia manifiesta de los sacerdotes encausados y su presunta homosexualidad. Y todo ello sin el menor rubor, aún cuando muchísimos de los casos presentados tienen que ver con abusos dentro de una esfera netamente heterosexual, o cuando ningún estudio serio sobre la cuestión liga ambas ideas. La pedofilia, que por lo visto abunda en determinadas instituciones, es una desviación patológica de la conducta sexual, que se da marginalmente en una escasísima parte de la población independientemente de su orientación sexual. Y no por ser pedófilo se es heterosexual u homosexual, o no por tener una condición preferente homosexual se es pedófilo o no. Para mí, la salida de tono es parecida al hecho de que yo atraque un banco, y cuando me pregunten mis motivos para hacerlo, mi jefe acuse a la patronal bancaria de usura. Ni la patronal es el banco, ni unos mayores o menores tipos de interés tienen que ver con mi conducta delictiva. Eso es marear la perdiz y, al tiempo, lastimar, dañar, molestar y herir. Y todo ello con el añadido de hacerlo desde una institución milenaria, en la que depositan su confianza muchas personas de bien en el mundo. Y todo en vez de condenar las prácticas delictivas de quien sea y colaborar en su puesta a disposición de la justicia.

Y es que, al margen de disquisiciones morales obsoletas y distorsionadas, que quedaron ampliamente superadas hace muchos años ya por la ciencia y por la sociedad, la clave para mí es la pregunta de por qué se vuelve a optar desde una parte de la cúpula eclesial actual por la mentira y el fango para salir de problemas reales causados por personas reales dentro de sus instituciones. ¿No sería más beneficioso para las víctimas y el resto de la sociedad un ejercicio de transparencia y purga de tales elementos, poniendo en manos de la justicia civil sus actos? Se lo he preguntado a mis amigos sacerdotes y afines, y hay disparidad de opiniones sobre qué está pasando en Roma en relación con esta actitud? Pues les voy a dar mi versión: se utiliza el despiste para salir por la tangente, y seguir en la misma dialéctica de siempre. Por una parte, reafirmando la imposición del celibato para mayor control de los sacerdotes y, de paso, perseverar en una milenaria discriminación de la mujer, que sigue sin tener un papel relevante en la Iglesia. Y, por otra, y aquí el quid de la cuestión, para seguir amparando inexplicablemente conductas punibles por la Ley, al tiempo que se devuelve un boomerang manchado de duda y recelo a una sociedad bastante más integradora y menos excluyente que el "núcleo duro" de los actuales intérpretes de la doctrina. Lo verdaderamente grave es que todo ello ocurra sin un clamor en contra, claro y nítido, por parte de los católicos, y muy especialmente de los homosexuales católicos, y también de los terapeutas y expertos en el ámbito psicológico y sexológico. La aseveración de Bertone es algo absolutamente estrambótico que puede tener consecuencias muy negativas para muchas personas en el mundo, por lo que extraña que no provoque una crítica contundente desde la sociedad. No ocurre absolutamente nada. ¿Nadie le va a poner verdaderamente en su sitio, desde la cordura, la paz social y la legitimidad científica, versus la difamación y el escaso criterio?

Así las cosas, uno empieza a entender posturas como la de esos dos ciudadanos ingleses que pedirán el procesamiento del Papa Ratzinger por crímenes contra la Humanidad en su próxima visita al Reino Unido, precisamente por anteponer personalmente esa protección a ultranza de la institución a la condena de las conductas manifiestamente delictivas de algunos de sus más ilustres miembros. Para no seguir en este camino de crispación, entiendo que algo profundo va a tener que cambiar en la forma de obrar de la cúpula eclesial, produciéndose un "aggiornamento" real de sus ideas "científicas" y, de paso, una adecuación de sus prioridades morales al mismísimo Código Penal aquí y su equivalente en otros países, al que también están obligados los miembros de la Iglesia.

Bueno? Vida lenta? Respiración lenta? Y ahí afuera sigue luciendo el sol?

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