. n la incesante carrera por convertir a éste en un país fallido, se han desbocado partidos y gobiernos, pero es justo reconocer que a tal fin nadie se aplicó con más afán que el Partido Socialista Obrero Español y sus franquicias.

Por no buscar apoyos más alejados de lo que podemos recordar, cuando necesitábamos una referencia ética inexcusable, cuando esperábamos que fuera lo que debía haber sido, Felipe González, que veraneó en el Azor y es oráculo del socialismo para muchos devotos, se encargó de hacernos ver que la corrupción era una oportunidad para todos y no un vicio inveterado de la derecha.

Para que nadie pudiera distinguir ya los límites, para asentar la indecencia, por boca de un ministro aseguró primero que el nuestro era el país donde cualquiera podía hacerse más rico en menos tiempo. Después, destruyó la escuela y la educación española alcanzó esa milagrosa loquiburrez que al torpe hace discreto y a la mentira, verdad; esa anhelada tontilocura que los ministros celebran, urbi et orbi pese a todo, cada vez que se publican los informes PISA.

Ahora, todo indica que, aunque no se adelantaran, las elecciones -último vestigio formal de democracia- habrán de imponerle el desalojo. Sin consecuencias penales, un castigo liviano a sus gravísimos errores, a aquel populismo desvergonzado de Zapatero, que prefirió antes el incendio que la reconstrucción de la casa común.

Efectivamente, todo apunta a que Z dejará de ser P si el birlibirloque a que nos tiene letalmente acostumbrados no lo impidiera, si no lo salvaran algún juego malabar de Rubalcaba o alguna gentileza de quienes, de ida o de vuelta de un tiro en la nuca, degustan cocochas y bacalao al pilpil entre el estruendo y la pólvora.

Y no dejará por eso de ser trágica la sustitución de quien fue tragedia, tanto como tragedia fue su desgobierno. No sólo porque tras su paso nos quede un país desmembrado, devastado y exangüe, pero también porque quien aspira a reemplazarlo no hizo otra cosa que aguardar la inacabable hecatombe.

Devora ya la deuda a ayuntamientos y autonomías, devora al Estado asimétrico de derecho. Una vez y otra, devora la deuda al Estado cuyo gobierno podría alcanzar el Partido Popular con sólo aguardar que la pera del olmo cayera para recogerla. Y hasta es posible que pretendiera después la complicidad de aquellos que lo aislaron para repetir la tragedia espiral y marginar él mismo al PSOE, un partido tan históricamente funesto como imprescindible.

Si aún fuera tiempo y el numen de Rajoy resultara menos afrentoso y sectario que el de las personas que fuimos llamando para gobernar nuestras vidas, el próximo habría de ser un gobierno de concentración generosamente constituido por partidos constitucionalistas que defendieran el interés general. Además del PSOE, refundado o no, regenerado o no, pero convenientemente depurado, de Zetas y de Pajines como de quienes en Cataluña o dondequiera se resistan al Tribunal Supremo y no acaten sus sentencias, otros partidos habrían de integrarse. Entre éstos, Unión Progreso y Democracia es, por cierto, el único que con decisión y claridad se manifestó partidario de suprimir conciertos y no ampliarlos, porque, al defender privilegios, atentan contra la igualdad y la justicia, que son fuente de cualquier honor como de todo derecho.

Así debería ser, pero Bijou, que es francesa todavía y nos ama sin embargo, ella que vino aquí por eso, ella que estudia aforismos y refranes, ella que busca en las palabras las cumbres más escondidas y elevadas de la sabiduría popular que en aquellas se condensa?, ella asegura, doctoral, que no podemos pedir los españoles "peras al horno".

Y a fe que tiene toda la razón.