Los hechos gloriosos y los sucesos felices del pasado, son merecedores de recuerdo y han de ser exaltados por los venideros. De ahí que se conmemoren, gozosamente, aquellos días en que tales acontecimientos extraordinarios cumplen años.

Cuando el recuerdo se asienta en un hecho execrable, su memoria debe traerse también al presente, pero no para festejarlo, sino para ser aborrecido y condenado. Las generaciones futuras no deben olvidar lo abominable, para así protegerse contra su regreso.

En La Zarzuela, han decidido cumplimentar el trigésimo aniversario del golpe militar acaecido el 23 de febrero de 1981, cuyo contenido no ha trascendido ni se le da público conocimiento. Tal reserva, a pocos días de la efeméride, está levantando sospechas sobre el carácter que tendrá la celebración.

Días atrás, y con referencia al 23-F, LA OPINIÓN entrevistó a Manuel Pastor, quien expuso a la periodista Isabel Bugallal su particular visión de la asonada militar dentro de la máxima corrección política, es decir, mucho humo y poca sustancia. No desvela nada nuevo y la sola mención al hispanista Stanley Paine como argumento de autoridad, de por sí desacredita su edulcorada tesis sobre el papel del rey Juan Carlos: mero consentidor.

Es indudable el protagonismo del monarca en el manejo de los hilos de la trama -golpe a la turca- desde el primer momento, asesorado por Sabino Fernández Campos, Manuel Prado y Colón de Carvajal y el general Armada, todos ellos de su intimidad y probada lealtad. Eso sí, con la complicidad al menos del PSOE y otros políticos de la UCD y AP. Tal como ocurrió en el cuento del músico que amansaba a los leones, cuando llegó el felino sordo se comió al intérprete.

El sordo era Tejero y sus compinches -Miláns, etc.- inspiradores de la llamada conspiración de mayo, y estrategas que diseñaron el "golpe duro" fracasado.

Dicen que el Borbón quiere renovar la ofrenda al salvador de la patria -él mismo-, y al efecto ha propuesto una reunión en el Congreso con los antiguos diputados retenidos entonces. Pero héteme aquí que, entre aquellos representantes, sigue vivo Blas Piñar el fundador de Fuerza Nueva, cuya presencia desluciría mucho el acto, lo que tiene muy preocupados al rey y a sus corifeos.

Tan grandioso espectáculo obviará lo más significativo: aquel fue un día de luto, y como tal, merecedor de rechazo e indignación. Pero apuesto por el tono virtuoso que habrán de darle como día en que se salvó la democracia, lo cual es inexacto pues fue al día siguiente cuando se firmó el pacto del capó dando fin al dramático esperpento. O cambian la fecha, o terminará siendo un espectáculo enaltecedor que ofende al decoro.

La guinda la puso Juan Carlos cuando tiempo atrás recibió a las víctimas del 11-M, a quienes dijo: A mi todavía me ocultan cosas del 23-F. No sé que es peor, si el cinismo de tal afirmación, o el aval que presta a las teorías conspirativas sobre lo sucedido en el atentado terrorista de Atocha.