Las diferencias sociales se legitiman mejor cuando existe un empuje ascendente que alcanza a todos. Podemos soportar bastante bien la existencia de supermillonarios, que tienen y ganan tropecientas veces más que nosotros, cuando nuestras propias expectativas son favorables. Como solían decir los economistas liberales, cuando sube la marea todas las embarcaciones flotan; con este aforismo se defienden los modelos de crecimiento que aumentan la distancia entre los extremos. Lo importante es que todos asciendan. Además, ya se sabe que cuando una caravana aumenta su velocidad también lo hace la distancia entre los coches delanteros y los posteriores. Que los ricos se hagan muy, muy ricos se presenta como una consecuencia de las mismas fuerzas que permiten a la mayoría acceder a un piso con hipoteca, a un puñado de electrodomésticos y a quince días de playa, y puesto que estamos a favor de lo último, damos por bueno lo primero.

Pero cuando cesa el empuje ascendente, cuando las aguas se estancan y luego incluso baja la marea, las diferencias pierden cualquier legitimidad y se convierten en insoportables a ojos de la mayoría. Ya no es cierto que todas las embarcaciones floten; extrañamente, las más pequeñas tocan fondo y se quedan varadas, mientras los grandes yates de recreo se siguen meciendo al dulce compás de las olas. Desde las segundas se mira a las primeras con irritación. Más que cualquier otra cosa, lo enervante es la desaparición de las expectativas, que equivale al robo de un futuro que parecía claro y cierto. Ya no hay comunión de intereses entre los vagones delanteros y los traseros de este tren. La riqueza de los muy, muy ricos deja de ser un preludio de nuestra propia prosperidad, y se convierte en una ofensa. Incluso cuando también se reduce. Súbitamente pasamos a considerar como a un enemigo a quien teníamos por amigo.

Ofensa. A los seguidores del 15-M, de Ocupa Wall Street y del resto de movimientos parejos, además del de "indignados" les pega el adjetivo de "ofendidos". Humillados y ofendidos, como en el título de la novela de Dostoyevski, pero no resignados como en su trama. El sentimiento de ofensa es compartido por millones de ciudadanos, y se alimenta de las noticias de cada día. De la constatación de este fenómeno se derivaron probablemente los ofrecimientos de solidaridad temporal de algunas grandes fortunas, que pidieron pagar más impuestos. Son mentes lúcidas que temen el cuestionamiento radical de su derecho a tener lo que tienen.