El país que idolatra con papanatismo al déspota Steve Jobs, se escandaliza porque la seleccionadora de natación sincronizada trata a sus pupilas igual que los entrenadores de la Liga de fútbol a sus jugadores. Ni siquiera entraremos en la estofa de las nadadoras que acusan a Anna Tarrés de haber matado a Kennedy, pero solo después de su destitución. Podrían haber aprendido de futbolistas y baloncestistas, que se enfrentan a sus seleccionadores sin merma del rendimiento deportivo. Las frases de la seleccionadora -"fuera del agua, gorda"- habrán impresionado a los beatos convencidos de que el tirano Woody Allen es un cómico bonachón, cuando despacha sin miramientos a una actriz a mitad de rodaje. Por no remontarse al sadismo de Chaplin o Hitchcock. Admiro a Anna Tarrés, porque su liderazgo ha elevado a los altares mediáticos un deporte que ni siquiera merece tal condición. Sus equipos campeones innovan artísticamente -Picasso aplastaba las colillas encendidas en la piel de sus amantes-, y ha creado el mito de Gemma Mengual. Los integristas que abominan ahora de Tarrés son los mismos que aplaudían ruidosamente a Luis Aragonés, cuando zarandeaba a Etoo tras agarrarlo por el cuello en La Romareda al completo. El camerunés nunca ha dejado de agradecerle el detalle. Se me olvidaba el pacífico Mourinho, y ya habrán comprobado que todos los ejemplos corresponden a varones. ¿A una mujer le está vedada la frase "no vengas a hacerte la estrecha"?