No hablamos de aniversarios de su muerte, tampoco de su nacimiento, sino del Unamuno más vivo y combativo que empezó a ser rescatado por Luciano G Egido, Rabaté y, últimamente, Juaristi. Hablamos también del Unamuno para quien la agonía era la lucha. Hablamos, en fin, del Unamuno que en 1913 publicó su ensayo más conocido, Del Sentimiento Trágico de la Vida, tras haber consignado su concepto de intrahistoria y tras haber hecho su recorrido por el problema de España a partir de En Torno al Casticismo y, sobre todo, tras haber aportado tanto a aquella reinvención del Quijote en 1905 cuando se cumplió el tercer centenario de la inmortal obra cervantina.

El año de Unamuno, digo, en un momento como este en el que, entre otras muchas orfandades, sufrimos una falta de independencia de criterio generalizada entre la inmensa mayoría de quienes se reclaman creadores de opinión, por no decir conciencia ética de la sociedad. No hubo en su tiempo debate público en el que no hubiese participado, siempre polémico, siempre independiente, siempre beligerante.

El año de Unamuno. Sería bueno preguntarse qué diría don Miguel al encontrarse con un sistema educativo desastroso, según dan cuenta todos los informes, al que lo que se denomina izquierda no tiene nada que decir para mejorarlo. Sería interesante acudir a su iberismo. Sería meterse en el centro de la polémica releer sus contradictorias posiciones sobre y contra los discursos nacionalistas.

Trituró el ideario de Sabino Arana. Escandalizó a nuestro reaccionarismo más rancio con sus posiciones políticas y, sobre todo, religiosas. Mostró una dignidad admirable cuando Alfonso XIII lo convocó a Palacio, dignidad que empezó por una puesta en escena sin genuflexiones de ningún tipo. Habría que ver cómo analizarían ese comportamiento los faranduleros e izquierdistas de pro que tan acostumbrados nos tienen a actitudes cortesanas con adulaciones vergonzantes, por mucho que se reclamen rompedores y progresistas. Se murió y vivió combatiendo contra estos y aquellos.

El año de Unamuno. Se iba a llamar Tratado del Amor de Dios y terminó por denominarse Del Sentimiento Trágico de la Vida. Es su ensayo más desgarradoramente existencial. Es pura erudición sobre la historia de la filosofía y el pensamiento, desde una postura batalladora donde todo se pone en tela de juicio. Y, como no podía ser de otro modo, hay en ese ensayo sitio para el significado del Quijote, ahondando en su Vida de don Quijote y Sancho, obra que fue considerada por María Zambrano una guía espiritual, género de tanto calado en nuestra literatura.

El año de Unamuno, reitero. Si convertimos en eso 2013, culturalmente hablando, es seguro que el debate público subirá muchos enteros; es incontestable que encontraríamos todo un asidero de referencias para muchas de las cosas que en el momento se están discutiendo, lo que no significa seguidismo ni acuerdos sin crítica, sino todo lo contrario.

Se olvida con frecuencia que hubo grandes discípulos de Ortega como María Zambrano y Julián Marías que hicieron su parada y fonda en Unamuno. No se puede discutir sobre España sin tener en cuenta la obra del rector salmantino. No se puede profundizar en el significado del siglo XX desconociendo la obra de un gigante de la literatura y el pensamiento que cultivó con heterodoxia todos los géneros literarios. No se puede pasar por alto su rara presencia en la poesía española. Hay quien sostiene, como Luis Cernuda, que Unamuno fue sobre todo un poeta, un gran poeta al que hay que leer sin apriorismos.

Molesto para el nacionalismo. Molesto para el conservadurismo. Molesto para la izquierda de su tiempo. Contra todos. Contra casi todo.

Cierto es que su ego era tan desproporcionado e inconmensurable como muchas de sus salidas de tono. Cierto es que gran parte de sus postulados son manifiestamente discutibles. Pero no lo es menos que -conviene insistir en ello- hablamos de un gigante, de un intelectual apasionado e independiente, de un autor que se ocupó de nuestro país con una hondura difícilmente superable.

Ortega, que además de haber tenido fuertes encontronazos con él, intentó evitarlo como contertulio, no dejó de reconocer que tras su muerte se abriría en España "una era de atroz silencio". Por su parte, Machado acertó de pleno al poner de relieve que don Miguel se murió, también, luchando contra sí mismo.

El año de Unamuno para abandonar la modorra y el mercenarismo en el debate público. El año de Unamuno para afrontar con lucidez y valentía los problemas que este país viene arrastrando desde hace siglos. El año de Unamuno, del Unamuno más europeo y existencialista, también más español.