Me van a permitir una especie de torbellino este martes en el que mezclemos diferentes reflexiones sobre violencia, movilizaciones ciudadanas, utilidad de las mismas, participación en las instituciones, ya que lo que veo y leo, cada vez me pasma más.

El primero que me asombra es el diputado Beiras, el enfant terrible del país, del nacionalismo guapo que se despacha a gusto manifestando su apoyo a los delincuentes que se dedican a poner explosivos en cajeros, locales de sindicatos, es decir actos de sabotaje y vandalismo, terrorismo con todas las letras, que si no han atentado contra las personas es porque poco habrán aprendido de sus mentores gudaris. No sé para qué quiere su escaño, para representar los intereses de los más desfavorecidos parece que no, captar titulares parece su única obsesión.

No sé si no ve motivos reales de protesta, no sé cómo es posible que el estallido social en España no se esté produciendo con mayor intensidad, la población afectada cada vez agacha más la cabeza y se refugia en el posibilismo y en la solidaridad. La no afectada directamente silba mirando al cielo pensando que se va librando de la quema y que malo será que le toque a su bolsillo. La indignación sigue latente y el problema de la urgencia de necesidades vitales se solventa con voluntariado y donaciones, ¿dónde están las administraciones cuando hacen falta?

Es sorprendente que nos encontremos con esperpentos como el del alcalde de Vigo, que apoyado por las fuerzas vivas de su ciudad, con empresarios y sindicatos incluidos, trate de movilizar a su electorado, a sus vecinos, porque su aeropuerto está discriminado y eso impide el desarrollo de la ciudad, menos mal que sus vecinos son más serios, le acompañaron pocos entusiastas del sector boinicéfalo y el resto a sus labores. Seguramente en el fondo no le falta razón, la coordinación aeroportuaria en Galicia, y no solo la aeroportuaria, que tendría que estar dirigida por el gobierno de la autonomía, es una ilusión óptica. En La Coruña tiran de chequera para las subvenciones desde el Ayuntamiento y en Santiago invita la Xunta. Cantonalismo puro, ¡viva Cartagena!

Está demostrado que, cuando a la peña se le hinchan las narices, se nota, un país emergente como Brasil, con una dirección política sin duda honrada, desmarcada de populismos chavistas y peronismos trasnochados, se ve con el agua al cuello porque millones de personas ven que la corrupción de los niveles intermedios del poder goza de impunidad, que la riqueza que teóricamente produce el país no llega a sus bolsillos y que la inflación galopante los estrangula. Salen a la calle en masa y aciertan en el tiro, reclaman el transporte público asequible, sanidad y educación, los miles de millones de euros empleados en organizar fútbol y más fútbol les indigna. A esos jóvenes indignados les hace falta estudiar historia.

Los jóvenes turcos están en la calle otra vez, en masa y con seriedad y buena educación reclamando algo que pudo haber sido y no fue. La herencia de Atatürk, la fundación de un estado libre y laico, se ve aplastada por los fundamentalismos islamistas que intentan alejarla de la integración en Europa o asimilarse a la civilización occidental. Seguramente no hay mucha diferencia entre ese Erdogan que espolea a la policía y al ejército contra la ciudadanía y el radicalismo de nuestros integristas católicos.