Redonda le ha salido la jugada al presidente Putin y la península de Crimea vuelve a ser rusa, como lo era desde cuando Catalina II se hizo con ella manu militari arrebatándosela a los turcos, protectores, en la práctica dueños y señores, del Kanato Tártaro. Era la emperatriz como nuestra Isabel I, es decir mujer de pelo en pecho, en cuanto a carácter claro está, y de armas tomar. En otras tareas ajenas a la política, aunque no del todo, se parecía más a nuestra Isabel II, ya que ambas se ventilaban ministros y espadones como quien lava.

Ucrania, por supuesto, y los países occidentales han puesto el grito en el cielo, pero estos en falsete. Obama (¿qué será lo que tiene el negro?) al comenzar el lío rajó mucho, pero poquito a poco se ha ido desentendiendo del asunto. Da la impresión de que USA torna a un aislacionismo tan intenso como el posterior a la Gran Guerra (hace ya 96 años) cuando los americanos dieron la espalda a su presidente Wilson. En Gran Bretaña el premier Cameron está muy liado con lo del referéndum escocés e intenta convencer al independentista Salmond para que se deje de chorradas y vuelva al redil de la Unión. Françoise Hollande hizo el paripé de mandar cuatro cazabombarderos a Polonia no se sabe con qué fin, pero rápidamente volvió a los asuntos internos. Ayer domingo hubo comicios municipales en Francia, y los augures daban el triunfo a los conservadores en las pequeñas ciudades y a los progresistas en las grandes urbes. En París se cree que ganará la gaditana Hidalgo (¡ele!), señora de buen ver, y de la cual malas lenguas dicen que en el pasado tuvo un affaire con el hoy inquilino del Elíseo. No sabemos cómo se maneja Hollande con capote y franela, pero con la espada es evidente que podría competir con d'Artagnan y su pandilla, sus numerosos trofeos le avalan.

Quien mas ha protestado es la señora Merkel, pero al igual que los demás, con boquita de piñón. Así que Putin campa por sus respetos y, salvo improbables circunstancias extraordinarias, se llevará el gato al mar Negro. Colorín, colorao, Putin con Crimea se ha quedado. Triunfa el pequeño zar rubio y, más embriagado de grandeur que Napoleón y De Gaulle juntos, puede que no pare en Crimea y empiece, o mejor dicho continúe, por las zonas orientales ucranianas de influencia rusa. El martes dio cuenta de sus éxitos a las Cámaras cuyos miembros aplauden fuerte, acompasada y disciplinadamente. De seguir así pronto será zar de verdad, con corona y cetro. Por el momento a la guardia ya la tiene engalanada con uniformes calcaditos a los de la época de los Romanof. Al igual que Pancho López, el presidente ruso es chiquito pero matón.