Déjenme que hoy llame peculiares a las píldoras informativas que salen de la cocina del Fondo Monetario Internacional, y que constituyen toda una declaración de intenciones sobre el imaginario que, desde tan alta instancia, se plantea para el mundo. O, por lo menos, para estos países periféricos de Europa entre los que se encuentra, como no, España.

Les llamo noticias peculiares por no decir otra cosa. Manidas, por ejemplo, ya que son los mismos planteamientos que desde esta institución se lanzaron en su día para países de Latinoamérica y África, en casos sangrantes de retroceso social y económico que ya fueron comentados en esa columna. Hoy, crisis de por medio, el FMI también se atreve con España, y lo hace en los mismos términos de depredación que ya han causado tanta hambre y destrucción en el mundo, y que se ha llevado por delante sistemas enteros de sanidad y educación públicos.

Y es que la cosa se plantea, esta vez, por partida doble. Porque miren, ¿cómo es posible que la misma institución que nos plantea una nueva subida del IVA -impuesto indirecto donde los haya, con nula progresividad según nivel de renta- sea la misma que habla de una reducción del salario mínimo interprofesional, situado ya de partida en las catacumbas de sus homólogos europeos? ¿Estas personas están de broma? ¿Qué mundo es el que conocen, fuera de los cócteles de tan magnas instituciones y sus astronómicos salarios? ¿Han salido a la calle?

En efecto, una subida del IVA -y no del IRPF- acrecienta la brecha social. ¿Por qué? Porque los productos de consumo cotidiano, ya difícilmente disponibles para los segmentos de población con menos recursos, verían incrementado su precio final de venta al público, independientemente de la renta de cada uno. La conclusión es que serían menos alcanzables -y estamos hablando de alimentación o productos de primera necesidad, por ejemplo- por determinados estratos de la población. La misma que, lógicamente, vería mermado también su salario -y, de nuevo, sus posibilidades- como consecuencia de la brillante reflexión sobre el salario mínimo interprofesional. Un doble mazazo en las economías más débiles, que poco tiene que ver con los instrumentos reales que necesita España para salir de una crisis cotidiana y doméstica, más allá de los números macroeconómicos.

Este no es el camino lógico, ni el que está tomando la Europa más desarrollada, esa en la que nos queremos ver reflejados, pero de la que nos distanciamos cada vez más. Si queremos reactivar la economía real, no podemos seguir gravando a las rentas más débiles, vía nuevos impuestos indirectos y nuevas estrecheces, esta vez en algo tan delicado como el SMI. La esclavitud teórica hace tiempo que se abolió, pero hay quien se empeña en que siga habiendo personas esclavas, explicando que hay que reducir los exiguos seiscientos y pico euros mensuales por una jornada completa, por cualquier tipo de trabajo. Cualquier persona que lleve su casa sabrá que, con tales mimbres, es imposible plantearse una existencia fuera de la beneficencia. Conclusión a la que parece que nadie ha llegado en el Fondo Monetario Internacional. Una pena.

Como pena también es que tal institución, que junto con el Banco Mundial fueron creadas en Bretton Woods con el fin específico de atajar la pobreza y la exclusión, se empecine en su campaña para crear cada vez más nuevos pobres, en el mayor ataque perpetrado jamás contra este país. Como les digo siempre, es necesario hablar abiertamente de los problemas que tenemos y las estrategias que se elijan para solucionarlos. Unas nos gustarán más y otras menos, no cabe duda, pero otras no van a resolver nunca nada y no constituyen más que recetas a la medida de unos pocos, disfrazadas de otra cosa. En este sentido el Fondo Monetario Internacional, del que han dimanado políticas que han significado pobreza y exclusión ya en el pasado, parece que nos quiera condenar más a una crisis endógena de la que todas las personas somos víctimas, y que no puede ser entendida desde la confrontación ideológica o partidaria, y sí desde un espíritu verdaderamente crítico, una praxis orientada a resultados y una concepción intelectual a la altura de las circunstancias. Creo, a estas alturas, que cualquier persona de bien no está interesada en nuevos elementos de exclusión social y de daño irreversible en las capas de la población con menos recursos. La traducción de tal convicción es, para mí, un no rotundo a las políticas lesivas defendidas desde instituciones multilaterales que, estoy seguro, ningún Gobierno de España cabal aprobará o defenderá.