No hace falta, querida Laila, que me trates de explicar tu satisfacción por el establecimiento de un episcopado femenino en la iglesia anglicana, a pesar de tus convicciones no sé si agnósticas o ateas. Me basta con saber que "nada humano te es ajeno" como diría Terencio que, por cierto, era amazigh. Y pocas cosas tan humanas como las religiones, en cuanto que inventos o hallazgos de los seres humanos para explicarse y explicar y para organizar y organizarse como humana colectividad. Seguramente es un hecho de importante contenido religioso el proceso abierto en las confesiones episcopalianas de incorporar la mujer al orden sacerdotal y el que haya culminado, al fin, en que ellas también puedan acceder al episcopado en su iglesia madre, la anglicana, la Iglesia de Inglaterra. Seguramente, pero también, y creo que sobre todo, es un hecho de gran importancia política y social porque deja expedito el paso y acceso de la mujer a relevantes puestos de poder e influencia en el mundo actual. Las iglesias episcopales de comunión anglicana son quizá la segunda confesión cristiana más relevante, después del catolicismo y muy próxima a él desde el punto de vista doctrinal, ritual y disciplinar, así como un puente de acceso y acercamiento a las comunidades cristianas protestantes. No recuerdo quién dijo que los anglicanos son católicos sin ser romanos y evangélicos sin ser protestantes, o algo así. Son muy reveladoras de esta proximidad, por ejemplo, las palabras del que fue Arzobispo anglicano de Canterbury, Rowan Williams, cuando conoció que el ex primer ministro Tony Blair se había pasado al catolicismo: "Tony Blair puede contar con mi oración y mis buenos deseos ahora que está dando este paso en su peregrinación cristiana". El hecho, pues, de que en el cristianismo, que es elemento muy primordial en nuestra cultura occidental, la mujer se abra paso también a los centros de la más alta decisión religiosa es de esperar que contribuya positivamente a su emancipación y a que las tesis igualitarias vayan ganando terreno global. Es normal, pues, que te alegres de ello.

Por otra parte, querida, no te quepa la menor duda de que este luminoso debate de la incorporación de la mujer a la jerarquía religiosa, empezando por su ordenación sacerdotal, se va a avivar en el seno de la primera confesión cristiana, la católica. Y digo avivar porque, de echo, esta discusión se viene dando entre católicos desde muy atrás y creo que el acceso de la mujer al sacerdocio católico hubiese tenido su oportunidad si el desarrollo y la interpretación de las conclusiones del Concilio Vaticano II no hubiesen quedado en manos del sector más reaccionario de la jerarquía católica, sobre todo en el largo pontificado de Juan Pablo II que, por cierto, trató de enterrar la posibilidad de acceso de la mujer al sacerdocio católico hace veinte años en su carta pastoral Ordinatio Sacerdotalis, dando abruptamente por cerrada la cuestión. Afortunadamente hoy ya no vale el Roma locuta para que la causa sea finita.

La decisión anglicana contribuirá, sin duda, a frustrar el misógino intento del papa polaco. Bastaría con que entre los obispos católicos, en lugar de primar una actitud reaccionaria y corruptora del Concilio, se hubiese seguido la directriz de la Gaudium et Spes que recogía el mandato evangélico de leer los signos de los tiempos, como una voz de su Dios en la historia. En fin, que en esto de las creencias tampoco son todos iguales.

Dura aunque apasionante es también, querida, la lucha de esas mujeres creyentes y católicas que, por su emancipación, han de cambiar incluso a ese dios de los monoteísmos, que es masculino y patriarcal, cuando no misógino y machista.

Un beso.

Andrés