En política no hay mas que una elección: las personas o las ideas. Los derechos fundamentales o el Estado. El Estado, que no es más que un instrumento, para defenderlos o el Estado para cercenarlos. El liberalismo o el totalitarismo. Creer en el individuo o en unos cuantos individuos narcisistas que viven persuadidos de saber qué es lo mejor para todos, y lo que es peor, tratan de imponerlo. Esta idea abyecta que siempre ha sido fruto de alguna represión de su historia personal o de su entorno ha causado en Europa durante el último siglo millones de víctimas. Por eso ante las ideas nacionalistas o colectivistas de algunas rehalas que vuelven a manipular los sentimientos para alcanzar o conservar el poder es preciso analizar las causas y concluir que los hombres al frente de las instituciones del Estado, como lo fue en su día el infausto Zapatero que ahora se va o mandan a Alemania o Artur Mas, que desde Liechestein se tarda poco en llegar, deben responder de algún modo de las ocurrencias contumaces y lamentables, carentes del más elemental rigor jurídico que han sostenido sin enmendar desde las más altas responsabilidades del Estado, alimentando estos procesos y estos coñazos que tanto tiempo, dinero y telediarios nos cuestan y continuarán costando a todos. Con la cantinela del pueblo elegido o la de tomar el cielo por asalto y otras metáforas y sandeces nacionalistas y populistas tratan de ocultarnos que no hay más que una elección: el Estado para garantizar los derechos del individuo, o el Estado para cercenarlos. O el individuo o el Estado.