Esperaré a que el próximo viernes comparezca ante el Congreso de los Diputados el ministro del Interior, para ver qué explicaciones da sobre la reunión que tuvo el pasado 29 de julio con una persona, excompañero de partido, en situación procesal delicada, y que es o ha sido objeto de investigación por parte de Cuerpos y Fuerzas de Seguridad. Entonces formaré una opinión mucho más centrada y cerrada, y como tal se la trasladaré a ustedes, por si consideran conveniente tenerla en cuenta cuando reflexionen sobre el particular. En todo caso, ahora es el momento de la presunción de inocencia, aunque a estas alturas ya es evidente que el del señor ministro fue al menos un encuentro inoportuno y, según como se mire, poco edificante. Cuando un ministro recibe en un ministerio no lo hace en el salón de su casa, y lo que hace y dice va mucho más allá de lo que el individuo concreto expresa como tal, como ciudadano particular. En un ministerio, un ministro no es tal ciudadano, sino una institución. Por eso no vale todo.

Si el señor ministro se cerrase en banda y permaneciese callado, me atrevería a opinar del todo hoy ya. Como dice que hablará, y parece que se presentará ante nuestros representantes a petición propia, démosle ese beneficio en lo que queda de semana. Al margen de intereses políticos, que siempre están mezclados hasta la médula en todo lo que se mueve alrededor de la cosa pública en España, en este caso es objetivo que la reunión presuntamente mantenida en sede ministerial es, cuando menos, poco estética y absolutamente cuestionable. Creo que muchas personas razonables de su propio partido, el Partido Popular, tienen esto muy claro. Y muchos ya lo han expresado sin ambages. Y, como no, desde la oposición también. Con todo, las explicaciones han de ser suficientemente buenas para que las aguas vuelvan a su cauce. O, si no...

Dejo ahí esta cuestión concreta, por ahora. Pero el incidente me sirve para plantear, con carácter mucho más general, algo sobre el debate de la ética y la estética, en el que ya hemos entrado más veces, y que no deja de colear en la actualidad de cada semana. Soy de los que piensan, y eso lo saben ustedes si me siguen mínimamente, que el servidor público ha de ser meridiano en todo lo que signifique diferenciar el ámbito privado del ámbito de lo colectivo. Hay personas a las que nombran ministro, o cualquier otro cargo menos significativo, y todo su ser se apropia de tal etiqueta, ejerciendo de tal guisa hasta en la intimidad del WC. Para mí el servicio público ha de ir montado sobre el sistema operativo de la propia persona, de forma que esta sepa dilucidar cuál es su espacio personal, que ha de tenerlo, y cuál es su trabajo, reservando tiempo y actitud para ambas esferas. No siempre es así.

En esta España donde muchos cargos directivos se hipertrofian de rango y distinción, boato y abolengo, hay cargos públicos y puestos de trabajo mucho más sencillos, en lo público y en lo privado, que abundan en sobreactuación y que terminan metiendo la pata. Son personas a las que, además, les falla muy a menudo la estética, y no pocas veces les falta mucho conocimiento y preparación. Para más inri, a veces de sus asuntos de poca ética, y hasta de hechos punibles, están atiborrados nuestros juzgados.

Ética y estética son fundamentales en el servicio público. La ética, por razones evidentes, porque es parte del espíritu de servicio que ha de presidir cualquier actuación en ese ámbito. Y la estética, no menos. Porque tal servicio público ha de estar basado, por encima de todo, en la confianza. Y si esta se resquebraja, el resultado no tiene sentido. La ética y la estética han de ir parejas, con igual carga y potencia. La persona ha de ser absolutamente honrada, sin ninguna fisura, pero, además, parecerlo y que los indicios no nos digan otra cosa.

¿Les parece baladí? A mí no, en absoluto. Por eso soy de los que creen que nadie en el ejercicio público puede aceptar, siquiera, una botella de vino. Yo la devolví cuando alguien la mandó a mi nombre al lugar donde yo trabajaba. No toca. Como tampoco toca que nadie fuera de su círculo íntimo y personal invite a un servidor público a cualquier cosa. No procede. Estos días la actualidad también nos trae vientos de este estilo. Yo prefiero pagarme los bienes y servicios, si puedo y quiero, antes de que nadie -fuera de mi círculo personal- me invite a nada. Mucho mejor así y, además, sale a cuenta. Lo otro siempre se te estrella en la cara, porque hay personas que, gratis, no dan nada.

Lo dicho. No adelantemos acontecimientos, a ver qué pasa. Pero o construimos un país donde ética y estética sean traídos verdaderamente al primer plano de la actualidad pública, o seguiremos en una senda que no nos está llevando a nada bueno.