Cuando en este fragor preelectoral oí a Pedro Sánchez -tan parecido por dentro a Zapatero- desgañitarse en favor de una España laica, con perplejidad me pregunté por qué el PSOE no la habría hecho así cuando Felipe González, tras obtener holgadas mayorías, pudo contar con varias ocasiones pintiparadas.

Puede que por "razones de Estado" pospusiese él ese anhelo tan sentido en un país que el "nacionalcatolicismo" había asfixiado por decenios que parecieron siglos. Al cabo las mismas razones que llevaron al presidente González a excusar las responsabilidades penales de Pujol y hurtarlo a los tribunales después de que se hubiera destapado aquel asunto de Banca Catalana y la fragancia culposa, el aroma de mafia, que exhalaba ya por entonces aquel nacionalismo que hoy ensaya un golpe de estado.

Sea como fuere, el caso es que cuarenta años después y en vísperas electorales, el PSOE propone enhorabuena una España laica. Pero lo hace tan cargado de bombo que, si no fuera señuelo, más pareciera su proposición una campaña anticatólica, que como inclemente persecución pudieran presentarla sus adversarios, de siempre más interesados en la religión que en la filosofía.

De todos modos, desbrozando con laborioso sosiego la confusa maraña que siembra y extiende un PSOE polisémico y gritón, en lo que a la enseñanza de religión pudiera referirse, convendría distinguir entre Historia de las religiones y Catequesis. Porque una cosa es enseñar y aprender -para saber, en definitiva- y otra, bien distinta, adoctrinar.

La Historia de las Religiones, con especial atención al pensamiento cristiano, habría de ser asignatura troncal en un sistema educativo solvente. Historiadores y filósofos, entre otros especialistas, fijarían el programa y lo desarrollarían impartiéndolo en las aulas.

Sin conocer el Cristianismo y sus relaciones o interferencias con otras religiones como el Islam, no podemos conocernos cabalmente a nosotros mismos. Tampoco el origen de España y de Europa; quizás el de América y el de buena parte del Mundo. No podemos de otro modo entender muchos de nuestros nombres y símbolos y, desde luego, tampoco la pintura y la escultura y la arquitectura y la música y la filosofía y la literatura de nuestros Siglos de Oro, la época más fecunda de nuestra Historia y de la que no podría prescindir ningún legislador que quisiera ofrecer a los españoles un bachillerato acreditado, aunque solo fuese porque en ese tiempo se contienen muchas de las claves de lo que somos todavía.

La Catequesis, siguiendo el edificante modelo de Cáritas diocesana, debiera acogerse a sagrado por mejorarse. Porque es palmario que no siempre pretende infundir un acendrado sentido de la justicia ni establecer claramente las diferencias esenciales entre lo que está bien y lo que está mal ni fijar como indeclinable la obligación de optar por lo primero? Tampoco enseña, necesariamente, a respetar a los demás aunque no fueran ni pensaran como nosotros.

Quiero decir que la fe religiosa de cada uno es un asunto privado y extrapolítico -ajeno a la calidad del ciudadano- y, si el gobierno no pudiese desatender el derecho de los españoles a profesarla cuando no se opusiera al bien común y a las leyes, tampoco tendría la obligación de incorporarla, de hacerla suya.

El adoctrinamiento en la fe -en cualquier fe-, que aspira a multiplicar neófitos y reforzar catecúmenos, las más de las veces para mantener privilegios, debe ser por eso desterrado de la escuela pública y, fuera de la familia, tendría en la parroquia su ámbito más propio y concordante.

Y ahora que hablamos de lo privado y de lo público, de lo que a creyentes particulares y a gobiernos les es propio, de concordia y de privilegios, más allá de lo que arcangélicamente proclama en la antífona que con los suyos entona, ¿denunciará Sánchez un Concordato con el Vaticano, que es preconstitucional y del que derivan manifiestas ventajas para la Iglesia Católica? Porque convertir la religión en materia no evaluable o retirarla del currículo acaso no fuera suficiente para su empeño.

Parece que un seguidor de Hawking asegura que tenemos la "obligación moral" de colonizar el espacio y parece también que, con toda su trompetería, nuestros políticos a eso mismo convocaran algunos días.

Yo, en cambio, muy lejos de ese afán, me pregunto si antes no debiéramos hacer más justa y habitable y decente nuestra casa?

Ojalá fuera en tal sentido un espejo Pedro Sánchez, también en andante campaña contra la prostitución, que no es asunto menor.

Tras conseguir que Sabiniano Gómez -su suegro de él- se desembarazase de los prostíbulos de su propiedad, ojalá pudiera Pedro Sánchez invertir esa inclinación antigua entre miembros del aparato socialista hacia el negocio del sexo furtivo y que tuvo su ejemplo más logrado en Anna Balletbò -diputada entre 1979 y 2000- a quien los medios daban por dueña del meublé más famoso de Barcelona -La Casita Blanca- cuando ostentaba la presidencia de la Fundación Internacional Olof Palme.

Ojalá pudiera Pedro Sánchez? Y de alcanzarlo, aunque lamentase él no poder ser hostia para darse, yo, que soy agnóstico, desde ahora me declaro dispuesto a comulgarlo.