Estamos presenciando una invasión silenciosa. Una entrada masiva de personas de todas las edades y sexos procedentes de países de Oriente Próximo, medio y africanos, sacudidos por guerras y revueltas sectarias provocadas por el yihadismo fundamentalista, violento, sanguinario, contra el cual, hasta la fecha, los llamados países civilizados de la UE y Rusia, los americanos y asiáticos (EEUU, Canadá, China y Japón) y los emergentes (Brasil, Argentina, Chile y la India) no se han puesto de acuerdo (unos a pesar de su inmediatez con los conflictos y otros por su lejanía) para evitar la sangría y huida en masa de aquellos que padecen directamente las acciones criminales del llamado Estada Islámico (EI o Daesh), de los talibanes y otras facciones musulmanas, cuyo negocio es: el secuestro, la extorsión y el cobarde y brutal asesinato y destrucción, sistemática, de grandes monumentos históricos. La citada gentuza, cuyo modus vivendi y operandi es sembrar el terror y la destrucción, demuestran con sus acciones lo que son: unas bestias analfabetas, salvajes, cobardes, poseídas por el odio contra aquello que no responda a su fanatismo islamista. Consiguientemente, si el mundo civilizado reconoce que se ha iniciado un imparable éxodo de gentes que, escapando de matanzas y saqueos, buscan refugio después de soportar grandes y peligrosos desplazamientos (atravesando el Mediterráneo) hasta alcanzar las costas europeas, ¿porqué no se actúa de forma conjunta contra el horror yihadista? ¿Qué es preciso?, ¿qué se instaure otro escenario de sangrientos y brutales atentados (ya hemos sufrido unos cuantos) en Europa? Además es necesario y urgente comprobar la procedencia de los que suplican asilo, porque no es improbable que entre los inmigrantes se cuelen terroristas y esto, a medio plazo, podría desestabilizar a cualquiera de los países receptores, porque acoger sí, pero mirar a quién también.

La solidaridad a título individual y colectivo (asociaciones civiles, políticas, públicas, privadas, socioculturales y religiosas) es fundamental. Así como muy acuciante, necesaria y apremiante la intervención armada de los estados modernos y civilizados contra la terrible amenaza del fanatismo islamista. Ahora bien, la generosidad es la virtud de compartir y de tal sentimiento no todos son partícipes. La falta de colaboración, de auxilio, a la hora de acoger a los refugiados, esa ingente muchedumbre que huye de sus países de origen (Siria, Irak, Afganistán, Pakistán y otros) abandonándolo todo, jugándose la vida, perdiéndola en muchas ocasiones, en trágicas travesías, no son bien recibidos, ni acogidos en las naciones de la vieja y rica Europa. Incluso son rechazados por aquellos que, por su militancia católica, debieran de dar ejemplo y como paradigma de tal postura, vemos cómo el purpurado, Príncipe de la Iglesia, cardenal Cañizares, arremete contra los que piden asilo tachándolos de no ser trigo limpio. Lamentable, el susodicho mitrado está obligado a promulgar la doctrina de Cristo, acatando, obedeciendo y cumpliendo los mandatos del Papa, pero resucita el fantasma de la Inquisición. Para Cañizares los que solicitan refugio no serán "trigo limpio" y tal afirmación tendrá que demostrarla. Cierto que existe miedo en Europa a la avalancha humana que intenta cruzar las fronteras, pero eso no le da derecho, al citado prelado (representante de una confesión religiosa, cuyos principios fundamentales son: la solidaridad, la generosidad el amor al prójimo y la compasión) para arremeter fanáticamente contra los que sufren y son objeto de persecución ¿Porqué no aporta soluciones y se deja de ataques y descalificaciones? ¿Profesa, o no, la doctrina de Cristo? Mejor vístase, todos los días, de rojo púrpura de la cabeza a los pies, como homenaje a los hombres, mujeres y niños que siguen muriendo en su trágico y triste peregrinar.